lunes, 11 de marzo de 2019
CAPITULO 146
Ganó. Tanto por voto popular como por el colegio electoral de nuevo. Los empleados de la Casa Blanca suspiran de alivio. Pedro y yo vagamos por la West Colonnade, el pequeño Pedro duerme escaleras arriba. Los ruidos de la Casa Blanca son tan familiares para nosotros, cada crujido y movimiento, los zumbidos y el ajetreo. No habrá transferencia de poder hasta dentro de cuatro años, cuatro años más de cambio Alfonso están en marcha, de pasos de avance lento, aumento continuo de la economía y de la seguridad.
CAPITULO 145
Está frío afuera, pero es donde Pedro y yo pasamos la noche de Noviembre, el día de las elecciones. Traje una pequeña bocina y reproduzco algo de música, buscando una canción de Hozier que fue tocada en nuestra boda, Better Love. Y bailamos, como nosotros a veces hacíamos.
Me balanceo en sus brazos mientras nuestro equipo mira la televisión en una de las habitaciones de La Casa Blanca, el pequeño Pedro duerme, el país espera conteniendo el aliento, y yo solo bailo con Pedro.
Y así es como Carlisle nos encuentra, cuando sale.
—Bueno, Sr. Presidente —dice, sonriendo con ironía cuando nos ve—. Parece como que te has levantado para un segundo término.
Jadeo, mi mano vuela hacia mi boca. La mano de Pedro se aprieta en mi, su mandíbula se tensa, sus ojos destellan felicidad, con gratitud.
Enmarca mi rostro y planta un fiero y firme beso en mi frente, entonces llega hasta Carlisle para estrechar su mano.
—No podía esperar para querer escuchar nada más.
Ellos estrecharon sus manos y Carlisle palmea su espalda.
—Me haces sentir orgulloso, Pedro.
—¿Dónde está el pequeño Pedro? —Me pregunta inmediatamente.
—En la cama. Pedro, no puedes despertarlo…
—Oh, por supuesto que puedo —dice, ya dando zancadas dentro. Lo sigo a la habitación, donde abre lentamente la puerta y entra para encontrar a nuestro hijo durmiendo.
Pedro se sienta en el borde de la cama y se inclina hacia abajo para susurrar—: Oye, chinche —espera por Pedrito para que se despierte.
—Papá —solo dice, con una sonrisa dentada.
Pedro sacude una mano sobre su cabeza.
—Nos quedamos.
Los ojos de Pedrito se ensanchan. Había estado preocupado. No importa cuánto le había asegurado que encontraríamos otra casa, que su padre tenía muchas casas en las que podríamos mudarnos, él había argumentado que ninguno de los empleados que llegó a amar estarían allí, ni los cisnes en la fuente.
—¿Jack también? —Él parpadea, Pedro ríe y toma su rostro, besando la parte superior de su cabeza.
—Jack también.
—Bien —dice felizmente—. ¡Jack, nos quedamos! —Dice, y lo arropamos de vuelta a la cama, mirándolo por un minuto en las sombras mientras vuelve a dormirse. Nuestro chico, el niño de nuestros ojos. Jack está moviendo la cola en la esquina de la habitación cuando Pedro me abraza desde atrás, ahuecando mi vientre con ambas manos, su mentón apoyado en lo alto de mi cabeza, su dedo pulgar moviéndose adelante y atrás. No necesita trazar las letras Te Amo; la forma en que me sostiene me dice que nos ama, a todos, a todos por igual.
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