miércoles, 20 de febrero de 2019
CAPITULO 89
Dormí esa noche en sus brazos en el dormitorio de las reinas, pensando en su padre, sabiendo que se hallaba en los pensamientos de Pedro también.
—¿Qué le dijiste a mi padre cuando le pediste hablar a solas? —Susurré.
—Que estoy enamorado de ti —dijo simplemente.
Ahora son más de las seis de la tarde del día siguiente, cuando me ha dicho uno de los miembros del personal de la residencia que el presidente envió el vestido que cuelga en mi vestidor.
Jack se apresura con entusiasmo en mi habitación como si tuviera previsto informar a Pedro lo que pensaba de su presente.
Es impresionante.
De un diseñador estadounidense prometedor que va a conquistar al mundo, es un vestido muy detallado de encaje y de lentejuelas, con la cantidad justa de brillo para dar un vistazo de piel en mi espalda y hombros.
Me visto con cuidado y me miro en el espejo para asegurarme de que luzco tan bien como la primera dama que representa a nuestro país debería. El vestido dorado cae en mis tobillos, brillando como una joya, y dejo que mi cabello rojo caiga por mis hombros. Agarro un chal que coincide con el vestido y salgo hacia el pasillo.
Pedro se encuentra de pie al final de la sala, con las manos en los bolsillos de los pantalones, la chaqueta levantada en la espalda debido a su posición mientras mira por la ventana hacia los jardines. Mientras nos enfrentamos a la perfección de esa figura alta, vestida de negro, su postura haciendo hincapié en la fuerza de sus muslos y la delgadez de sus caderas, sus pantalones presionando su trasero a causa de sus manos amontonadas en sus bolsillos…
¡Respira, Paula!
Fuerzo mis pulmones a trabajar en un soplo; y como si me detectara, se gira.
Una mirada de sorpresa golpea sus rasgos, seguido de un arrastre lento de sus ojos por mi vestido. Jack camina lento hacia él y Pedro acaricia la parte superior de la cabeza mientras hace una sentada perfecta al lado de él, y sin embargo, toda su atención parece estar en mí. Sus ojos estudian mi rostro como si lo memoriza. Como si se hubiera olvidado de ella.
Lo veo codiciosamente también. Allí, de pie con su perro, podría matarme.
¿Pero en un esmoquin? Estoy completamente perdida por este hombre. Viste el esmoquin como viste la presidencia. Con gracia, confianza y tanta facilidad que parece haber nacido destinado para la presidencia y ese maldito esmoquin negro ónix.
Se ve diabólicamente guapo.
Su cabello está peinado hacia atrás y oh, cómo me gusta cada centímetro de su rostro cincelado. Es el primero en moverse, sacando sus manos de los bolsillos, con los ojos en llamas, inhalando visiblemente, su inhalación estira la tela de ese esmoquin negro.
Incredulidad y una punzada de anhelo por tener todo de este hombre, su amor, su nombre y sus bebés, me golpea cuando se acerca. Estoy mirándolo caminar hacia mí por el pasillo de la residencia de la Casa Blanca, ambos listos para asistir a una cena social.
Mi primer evento público con él.
Necesito un momento, o mil momentos, para adaptarme a esta nueva función.
Pedro sigue avanzando, con cada paso sus ojos bebiéndome, sus labios se curvan en una sonrisa seductora, una sonrisa de satisfacción.
—¿Lista? —Extiende su mano.
Asiento y miro esa mano, la mano que he sostenido tantas veces, y que me sostuvo.
Deslizo mis dedos a lo largo de los suyos, los agarra fuerte y me lleva por la escalera con él.
Agarro mi vestido y lo levanto para evitar tropezar con el dobladillo a medida que descendemos, viendo como Jack salta y anuncia con un ladrido feliz al resto del Servicio
Secreto que hemos llegado abajo.
Pedro mira adelante a nuestro pelotón en espera mientras nos dirigimos hacia las puertas de salida del Pórtico del Norte.
—No es mi primera vez con los medios de comunicación. Debería saber mejor sentirme expuesta.
—No te pongas nerviosa. Harás volar a cada persona en la habitación.
Me detengo en seco, mirando a Pedro.
Pedro, recién duchado, absolutamente formal y digno de babear en esmoquin. Cada parte luce como un presidente. Frío y completamente seguro.
—No pareces así de impresionado —le digo.
—Estoy educado en el arte de controlar mis emociones. Créeme. Estoy impresionado.
El calor en sus ojos arde cuando me mira, y su voz espesa, hace que mis rodillas se tambaleen debajo de mi vestido.
Su mirada arde mientras extiende sus manos para meter el brazo en el hueco de su brazo y me guía por los escalones de la Casa Blanca y al auto que esperaba.
—Compórtate, Jack —Pedro advierte con una elevación de cejas mientras Jack se sienta en la puerta y nos observa salir.
Nos subimos a la limusina presidencial y nos encaminamos, una línea de autos de color negro nos flanquean por la parte delantera y trasera.
Se siente surrealista estar en una caravana con él. El tamaño del equipo necesario para protegerlo es de cientos. Veintiséis autos viajan con nosotros, incluida asistencia médica, motocicletas y prensa. Sé que los francotiradores se plantan en la ruta, los buzones son removidos para evitar explosivos. Es una sinfonía maestra perfectamente orquestada por cientos de jugadores, todos dando vueltas alrededor del presidente y su seguridad.
Estoy muy consciente de las personas mirando hacia nuestros vehículos al pasar, tomo un momento para ser consciente de la mirada de Pedro.
Se ve impresionante en ese esmoquin y huele tan bien, su colonia me hace marear.
Su presencia, su cercanía, su mirada. Aprieto los muslos bajo mi precioso brillante vestido de Cenicienta, deseándolo. Deseándolo tanto, no solo físicamente, sino también emocionalmente.
Ansío nuestras noches a solas, hablando...
En la Casa Blanca, hay tantas personas: mayordomos, doncellas, porteros, acomodadores, más el personal del Ala Oeste, que me pregunto si alguna vez seré capaz de tener el valor de hacer algo más que escabullirme a escondidas a su habitación. O dejar que se escabulla en la mía.
Me encuentro con su mirada.
—Se siente completamente irreal.
Sus labios se curvan y me mira un momento.
—Vamos a salir como una pareja esta noche.
Las palabras en voz baja pero firmes desencadenan un temblor por mi espina
dorsal.
Recuerdo cientos de noches durante la campaña, sin dormir, deseándolo.
Recuerdo que ganó. Que fui a Europa. Que estoy viviendo en la Casa Blanca con él, más enamorados que nunca. Y que estamos tomando las cosas con calma.
Lento.
Completa y exquisitamente lento, Pedro desliza su mano por debajo de la caída de mi cabello y coloca un beso en mi frente, luego en mi boca. Es un beso suave, fugaz, pero deja una sensación de ardor detrás cuando me libera.
Mira a mis besados labios con orgullo masculino y sin una pizca de disculpa.
—Estoy cansado de mantenerte en las sombras. Quiero que todos sepan que eres mía. Pero sé que lo que estoy pidiendo es para ti llegar a ser todavía más pública, y posiblemente estar bajo escrutinio. Esperaré por el tiempo que necesitemos, pero estoy listo para avanzar en esto, Paula.
Trago.
—Quiero eso más que nada —respiro.
Desliza la mano por la curva de mi hombro, tocando mi piel desnuda mientras nos dirigimos al evento.
—Solo espero que… pueda probarme como primera dama en primer lugar, antes de que anunciemos nuestra relación al mundo. No estoy tan segura de lo que quiero hacer más. —Me encuentro con su mirada.
Hay algo depredador sobre la forma en que me mira.
—Pero siempre he querido estar contigo. Sin preocupaciones y sin ocultarnos — admito.
—Entonces. Quédate conmigo.
La llama que arde en sus ojos calienta mi interior, y me oigo decir:
—Me parece que si tomamos las cosas con calma, hay una mejor oportunidad para que los ciudadanos se acostumbren a la idea de ti teniendo una novia en la Casa Blanca.
—Las especulaciones corren fuera de control ya. La mitad del país estará preocupado de que me distraiga, la otra mitad estará encantada. No importa. Te quiero. Te quiero indefinidamente y finalmente, nena. —Toma mi barbilla—. Vas a tener que aceptar el hecho de que el hombre del que te encuentras enamorada es el presidente, y
ayudaste a ponerme aquí.
Me río, y él sonríe también.
Su mirada ardiente me acaricia y calienta hasta la médula de mis huesos.
—Cuando no podemos estar juntos, echo de menos la forma en que hueles. La forma en que te ves. La forma en que te sientes. —Sus labios se curvan, me acaricia el rostro con sus cálidas manos y se inclina para susurrarme al oído—: Estoy impresionado por ti. Y también lo estará cada persona que te mire esta noche. No es que esté muy feliz por eso.
Estoy ruborizada de pies a cabeza, tanto que ni siquiera sé qué hacer conmigo misma.
—Eres tan atrevido, señor Presidente.
Se ríe, luego libera un profundo gemido y susurra cerca de mi oído—: Piensa en lo que he dicho. Vamos a hablar acerca de tus preocupaciones este fin de semana.
Trago de nuevo.
—Eso suena bien.
Asiente, liberándome solo cuando estamos a segundos de llegar a la recaudación de fondos.
El auto estatal se detiene, y me siento mareada por el estrés de mi primera aparición pública. Pedro sale del vehículo, y escucho a las personas esperando fuera.
Algunos jadean, otros hacen una especie de susurro, y luego la prensa comienza a rugir.
—¡PRESIDENTE ALFONSO! ¡SEÑOR PRESIDENTE!
Pedro se mira dentro del auto y extiende su mano para ayudarme.
Abrumador no lo cubre. No estoy segura de sí es porque es nuestra primera noche fuera, o si las cosas siempre van a ser así, pero pongo una sonrisa en mi rostro a pesar de que el impulso más fuerte que tengo ahora es evitar las cámaras. Tomo su mano por apoyo, deslizando mis dedos en los suyos mientras establezco mis pies en la acera y me pongo de pie, cegada por los flashes. Deslizo mi brazo en el hueco del brazo de Pedro y lo siento apretar todavía más fuerte mientras me guía al interior.
Una línea de personas deseosas de saludarlo se forma instantáneamente en el interior del salón de baile. Estoy a su lado, conociendo a sus amigos, celebridades.
Escucharlos hablar sobre Pedro es divertido, y estoy alucinando por la facilidad con la que se mete en su papel de presidente, la facilidad con que lo posee.
La forma en que sonríe a las personas, a veces dando palmadas en la espalda de un hombre, mientras se dan la mano, muestra qué tan accesible es, cuán abierto, humano y honesto. Incluso en un esmoquin, no puedes perder el movimiento de los músculos debajo de la chaqueta y la camisa mientras se mueve, da la mano, es recibido por todos en la sala. Esto hace que las puntas de mis senos duelan contra la tela de mi vestido. Y vistiendo el vestido que envió me hace sentir muy atractiva, como si me reclamara de algún modo. Después de la conversación que tuvimos en el auto, sabiendo que quiere avanzar y hacer esto oficial provoca un incendio entre mis piernas cada vez que nuestros ojos se encuentran.
Ahogando un escalofrío caliente, hago que mis piernas se muevan alrededor y se mezclen, haciendo de mí accesible también, tratando de decirme que así es como mi madre lo haría. Así es como la madre de Pedro lo haría.
Saludo a los embajadores, congresistas, senadores.
Desde el otro lado de la habitación, Pedro me mira, y puedo ver la admiración en sus ojos, mientras trabajo en la habitación.
En algún momento durante la primera hora, lo siento avanzar, pasando cerca, su hombro rozando el mío, y me dice:
—Mírate hacerlo —con la voz ronca de deseo.
—Conozco las reglas de este juego —digo con ligereza.
Levanta las cejas.
—¿Lo haces? Nena, inventé este juego. —Y justo cuando sale a saludar a una multitud entrante, susurra en mi oído—: Te besaría en este momento, pero como he dicho antes, no hago cosas a medias, especialmente a mi mujer.
Y nos separamos de nuevo, tragados por la multitud.
—Pero, me sorprendí cuando el presidente Alfonso te anunció. Eres tan, tan joven. —Una de las mujeres de edad avanzada, una juez, me dice, mirándome estrechamente.
Trago nerviosamente, me siento juzgada.
—Soy joven —le digo—. Pero no siempre se puede medir la madurez en años. Estoy totalmente dedicada tanto el presidente como a mi función.
Puedo aliviar la distancia, y solo después de eso me doy cuenta de lo que he dicho.
Estoy totalmente dedicada al presidente…
Me pregunto si sabe que a pesar de que estoy haciendo mi mejor esfuerzo para ser agradecida y educada, exponerme por ahí, es difícil para mí.
Encuentro un poco de dificultad para respirar, mi vestido comprime mi pecho, lo busco entre la multitud. Todavía es perseguido por una docena de personas que se acercan a saludar.
Un anhelo de algo más normal penetra en mi mente, y de repente entiendo completamente el propio deseo de Pedro de normalidad, creciendo como lo hizo.
Sé que cada vez que lo vea en los siguientes cuatro u ocho años, este será el caso.
Cada vez que salgamos en público, este será el caso, él será el sol de todos los planetas
gravitando alrededor de nuestro universo.
¿Y las mujeres?
Las mujeres se encuentran en todas partes.
Las veo lanzarse hacia él y me da una sensación de hundimiento en la boca del
estómago. Es interminable. Y por supuesto, lo quieren. Es Pedro Alfonso. No solo el soltero más caliente que he visto nunca, sino el hombre más poderoso del país.
Soy su primera dama interina. Había pensado que era una buena idea dejar que haga su trabajo, y yo el mío, antes de que nada acerca de nuestra relación personal saliera.
Tal vez estoy tratando de acostumbrarme a las cámaras, tratando de asegurarme de que las personas me van a aceptar. No me gustaría ser la interina que el presidente devastó, cualquier número de escenarios podría llegar, y una parte de mí ha tenido la esperanza de que, si gano su respeto como primera dama, me aceptarán, sin hacer preguntas.
Puedo estar engañándome a mí misma.
La prensa se nutre de pequeños bocados y chismes. Pueden darse un festín conmigo en un segundo, y al igual que Pedro ha dicho antes, las personas van a pensar lo que quieran.
He querido que piensen que está disponible.
Ahora estoy tan resentida de la situación.
Sintiendo mis mejillas enrojecidas por la frustración y el deseo de simplemente respirar, me doy la vuelta en busca de una zona segura.
En este instante, no puedo disimular esto con tantos ojos puestos en mí, mientras todos los ojos femeninos se hayan puestos en él. Me siento un poco mal del estómago preguntándome si realmente puedo hacer esto, estar con alguien como él, amar a alguien como él, establecerme en este alto nivel para hacer algo de esta magnitud.
Me dirijo afuera, viendo a Stacey moverse a través del cuarto a donde voy.
—Solo quiero un poco de aire —explico.
Habla en su micrófono y abre la puerta para mí, y estoy agradecida de que me da el espacio mientras me dirijo por la larga terraza, en la medida de lo posible, sintiendo la picadura del viento helado.
Estoy alterada y necesito un poco de espacio.
Estoy tratando de serenar mi exterior, y mi corazón casi se sale de la garganta cuando escucho su profunda voz detrás de mí. No lo escuché acercarse. Es así de sigiloso; llega a ti sin avisar y antes de que lo sepas, está EN TODAS PARTES. Jodidamente en todas partes. En tus sueños, en cada pensamiento, justo frente a ti, tan grande, hermoso, musculoso, elegante e intocable.
Su voz es baja, preocupado.
—¿Te das cuenta de que nunca te he visto enfadada antes?
Trago.
—Sé que… Sé que te pedí ir despacio. Esto es todo por mí, siento celos, y me preguntaba si puedo hacer esto. —Aspiro y busco las palabras—. Es difícil compartirte cuando encontramos tiempo para estar juntos… —Me giro hacia él.
Hay un silencio. Pedro me mira.
—No tienes que hacerlo. No tenemos que complicar esto, Paula.
Trago.
—Has estado trabajando en la habitación como una profesional, y nunca he visto nada tan hermoso en mi vida.
Aspiro y avanzo, entonces me acerco y rozo mis dedos por su espalda.
—Lo vales. Lo haría mil veces por ti —le digo, y lo digo en serio.
Aprieto sus dedos, dando un paso hacia la habitación mientras abre la puerta.
—Quiero salir. Pronto. Estoy lista. Te quiero. Quiero estar contigo. Quiero esto. Quiero que todos lo sepan. —Me precipito a salir mientras lo suelto.
Las personas nos ven caminar adentro, y mi respiración se detiene cuando Pedro —
Pedro Alfonso— desliza sus dedos de nuevo en los míos.
Casi me sacudo cuando un rayo pasa a través de mi cuerpo con el suave pero firme agarre.
Oh mi jodido Dios.
Muevo mis ojos a los suyos, preguntando en silencio, ¿Qué estás haciendo?
Y sus ojos parpadean mientras me mira, como si esperara mi conmoción.
Y dice—: Baila conmigo.
—¿Qué? —Estoy tan aturdida, todo se ahoga y se desvanece, excepto el hombre delante de mí, con los ojos oscuros y persuasivos.
Un dios, de verdad.
Mi garganta se siente como si tuviera una bola de fuego en alguna parte mientras trato de hacer que funcione. Me he dado cuenta de que la hija del fiscal general, modelos y actrices, todas echan un vistazo en esta dirección, y no puedo dejar de burlarme cuando siento que los celos persisten en pinchar de nuevo.
—¿Seguro que quieres bailar conmigo? Tienes cientos de admiradoras esperando a que les pregunte.
Sus ojos brillan con diversión.
—Sucede que admiro solo a una. —Su voz se sumerge mientras tira de mi mano. La diversión es reemplazada por el fuego, fuego crudo hirviendo con ardiente pasión. — Ven aquí, Paula
Comienzo a temblar con nerviosismo, pero tira de mí hacia él y hacia la pista de baile.
Entró en pánico, y también lo supero con pequeñas burbujas de emoción nadando en mis venas. Empezamos a bailar. Todo lo que es él me envuelve mientras el flash de las cámaras y las personas lo observan moverme alrededor de la pista de baile.
Me abraza muy cerca, y de manera protectora.
Mi cuerpo se llena de vida con el toque.
La excitación nada en mis venas. No es el sentimiento adecuado para sentir aquí, bailando con el presidente, pero no puede evitarlo. Lo quiero cerca. Quiero sentirlo dentro de mí.
Quiero que me recuerde que de todas las mujeres que lo adulan, soy a quien ama; pero al mismo tiempo, quiero empujarlo, demasiado asustada de lo que estamos haciendo. De salir a la luz para que todos sepan. Para ver. Que Pedro y yo…
—Esto no es una buena idea —exhalo, consciente de las personas que miran con
asombro y emoción.
—No me importa.
—Pedro… Sr. Presidente —protesto, con la esperanza de que el profesionalismo va
a cambiar el aspecto de posesividad en sus ojos. Estoy mirando a su alrededor para una vía de escape a pesar de que apenas puedo mover las piernas.
Nuestros cuerpos se rozan mientras bailamos, sus piernas duras y rozando las mías, sus bíceps a mi alrededor mientras la canción se escucha a nuestro alrededor.
Simplemente sonríe.
—Una vez dijiste que podría no importarte estar al lado del presidente —dice. Mi libido se vuelve loco con esa sonrisa. Sus palabras roncas, seduciéndome. La proximidad de su boca a mi oreja haciendo que mi corazón se descomponga.
—Eso era antes —susurro con preocupación.
Captura mi mirada con su mirada poderosa.
—¿Antes de que te enamoraras de mí, o después?
Sostenemos las miradas mientras la canción termina.
—Antes de que hayas hecho esto, todo el mundo nos miran —digo, presa del pánico.
—Bien.
Sonríe mientras me sumerge hacia atrás para el final de la canción y aplasta su boca a la mía, con un pequeño toque de su lengua.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)