miércoles, 6 de marzo de 2019
CAPITULO 135
—Hola. —Una curva lenta tuerce la esquina de los labios de Pedro cuando nos ve a Jack y a mí.
Afloja los dos primeros botones y tira de su camisa hasta los codos. Su gemido de satisfacción por tener un momento de relajación después de un día completo de trabajo hace que mis pezones se endurezcan.
Se deja caer a mi lado.
—¿Cómo estuvo tu día?
—Bien. —Se mueve una pulgada más cerca cuando agacha su cabeza — encontrándome a mitad de camino por un corto y ligero beso.
—¿Qué están haciendo? —Pregunta, con el ceño fruncido a Jack y a mi juguetonamente aún cuando Jack llega rápidamente para unirse a los mimos, presionando el hocico en la mano libre de Pedro.
—Estamos disfrutando de la tranquilidad. Mientras tu hijo duerme.
—¿Cómo está mi heredero?
—Creciendo. Mis caderas están torcidas hacia el exterior de forma permanente por cargarlo.
Se ríe.
—Ven aquí, muchacho. —Acaricia a Jack detrás de la oreja—. Te está agotando, ¿verdad? —Le pregunta a Jack.
Jack lame la palma de Pedro y hace un sonido de gemido feliz, y Pedro deja su mano allí, acariciándolo mientras inclina la cabeza para mirarme.
—Te ves cansada.
—Estoy cansada. Pero ahora que estás aquí, estoy tomando un segundo aire. Háblame de tu día.
Él gruñe.
—Prefiero no desgastarte aún más. Háblame del tuyo.
—Pedrito trató de montar uno de los patos en el estanque, y se hubiera caído dentro por completo si Jack no lo hubiera atrapado en su boca.
—¿En serio? —Él arquea una ceja a Jack, quien se queda simplemente mirando con adoración a Pedro con una mirada que pide a su maestro mantener frotando su oreja—. Buen chico —dice, alcanzando con su mano libre mi rostro para acariciarlo con su pulgar—. ¿Crees que deberíamos deshacernos de los patos, entonces?
—Oh, no. Es como televisión infantil. Pedrito podría mirarlos durante horas. —Pedro se ríe, su risa haciéndome reír también.
Mientras nosotros solíamos amar hablar de política, era algo que nos unió, ahora estamos tan inmersos en ello que nos encanta hablar de otras cosas. A Pedro le encanta hablar de cosas normales, lo veo anhelar la normalidad que nunca ha tenido. Pero estaba destinado para grandes cosas; la normalidad es un lujo que no tenemos. A veces, sin embargo, lo hacemos por nosotros mismos. Y en esos momentos él es solo Pedro, mi marido, el padre de mi hijo y el hombre que amo.
Me tumbo en su pecho y su voz está en mi oído mientras ambos acariciamos a Jack.
—Ellos tienen una pista.
Estuve a punto de saltar fuera de mi piel. No a causa de las palabras, porque hemos tenido pistas antes, sino por la verdadera esperanza en la voz de Pedro.
—¿Qué? ¿Cuándo? ¿Quién? —Exijo.
—Paciencia, saltamontes —dice con una sonrisa tocando sus ojos antes de que se vuelvan sombríos. —Si todo va bien, lo sabremos muy pronto.
—Oh, Pedro, espero que esto sea todo —digo, envolviendo mis brazos alrededor de él, presionando un beso en el cuello.
Sé lo mucho que ha estado esperando esto, cómo cada callejón sin salida solo ha
duplicado su decisión de mantener su promesa a su padre.
CAPITULO 134
El pequeño Pedro. está creciendo muy rápido, ya está caminando, y absolutamente tiene la carrera de la casa, con todo el mundo sorprendiéndose y maravillándose sobre nuestro chico encantador.
He crecido también, junto con él.
He crecido plenamente en el papel de primera dama. De madre.
De esposa. De anfitriona.
De la dueña de la Casa Blanca. De campeona de los niños.
De la amante del presidente.
Un año se convierten en dos, de los años que consisten en pañales, cunas y juguetes para niños, de alfombras rojas y las trompetas cuando recibamos a los dignatarios extranjeros en la Casa Blanca, de eventos de corbata negra que encarnan el poder y la grandeza de los Estados Unidos.
Los líderes extranjeros reciben una bienvenida real con la ceremonia de llegada del estado, florituras y banderas, centinelas y orquestas. El cuerpo de prensa permanece en espera para estos eventos, ávidos de un chat de vídeo. El chef planea las comidas perfectas, hasta el diseño artístico perfecto para presentar cada plato.
Tenemos representaciones teatrales. Andrea Bocelli y el ballet. Celebramos las victorias de nuestros equipos, y decoramos cada Navidad con un árbol gigante con adornos tejidos (prueba de Pedrito).
Más que eso, la Casa Blanca es el centro donde se han hecho una docena de nuevos tratados. Donde se han manejado varios desastres naturales. Donde las grandes decisiones y los cambios han comenzado. La Casa Blanca es algo más que la pompa y la política, y más que la zona de juegos para nuestro hijo.
No pertenece al presidente, esta casa; pertenece al pueblo.
Aquí es donde comienzan su futuro.
CAPITULO 133
Es el día treinta y nueve después del parto, a pocas horas para alcanzar los cuarenta días exactos, y me espera en el balcón del segundo piso mientras termino de alimentar a Pedrito. Lo encuentro apoyado en la barandilla, reflexivo cuando salgo.
Cuando se gira para verme entrar, una embriagadora mezcla de lujuria y amor me envuelve.
Pedro sonríe. Desliza un brazo alrededor de mi cintura y me acerca. Los jardines están tranquilos fuera, y él comienza a moverse conmigo. Cierro los ojos. Pone su frente en la mía.
Empezamos a balancearnos a algún tipo de música en nuestras cabezas, la música fuera de la Casa Blanca, en los jardines silenciosos, en las calles del D.C., el roce de la ropa a medida que nos movemos.
Abro mis ojos y me encuentro mirando a un remolino de oscuridad cuando me abraza, una de mis manos dentro de la suya, y nos estamos moviendo todo este tiempo, cada vez más cerca, dando vueltas alrededor del balcón Truman, y luego baja la cabeza, y al segundo siguiente sus labios se inclinan sobre los míos. Poco a poco, con ternura, toma mis labios como si fuera preciosa, como si fuera lo más precioso que este hombre tiene.
Me abro a él.
Me prueba ligeramente, sin prisas, sin ninguna prisa en absoluto, su lengua frotando sobre la mía, acariciándome. Sus manos van a la parte posterior de mi cabeza, acariciando suavemente mi cabello.
Todavía estamos bailando.
Pero ahora también nos besamos, y mi cuerpo reacciona de la forma habitual.
Estoy respirando con dificultad, completamente envuelta por su calor, su fuerza, su olor.
Susurra a mi oído—: Extraño a mi chica.
—Ella te echa de menos.
Sus ojos brillan.
—Estás tentándome como no tienes idea.
—Debería ir a dormir.
Se ve lobuno, captura mi muñeca y me inmoviliza en el lugar.
—No va a suceder. —Sonríe—. Ven aquí.
Su persuasiva mirada me debilita de la cabeza a los pies. El lento fuego entre mis piernas comienza a convertirse en un infierno de calor.
Los latidos de mi corazón son demasiado rápidos en mi pecho mientras Pedro me atrae hacia su figura de más de metro ochenta y dos.
Levanta la mano y presiona la yema de sus dedos en mis labios. Cuando desliza su lengua para lamer mis dedos, me quedo sin aliento.
Retrocede y nuestras miradas se cruzan. Dice—: Día treinta y nueve. —Curvando los labios.
Asiento, sin aliento. Preguntándome si está pensando lo mismo que yo.
Mis manos van a su camisa, aferrándose a la tela. Quería detenerlo. ¿No es así?
Todavía quedaba un día más. Pero todo lo que sé es que su boca está en la mía de nuevo, y su sabor es divino, y quiero más de ello, y mis dedos están apretando fuertemente su camisa y no puedo respirar. Sus manos se deslizan por mis costados, ahueca mi trasero y me aproxima. Más cerca.
El dolor entre mis piernas se intensifica a medida que su miembro pincha en mi abdomen. Está tan duro, su beso es cálido y sensual cuando arrastra sus labios a mi oreja, donde susurra—: Duerme conmigo esta noche.
Me presiono contra la barandilla, observando la luz de la luna jugar a través de su hermoso rostro.
—Pero es el día treinta y nueve, y el pequeño Pedro...
—Pedro tiene una niñera. Preferiría que se quedara con la niñera esta noche para que pueda pasar un tiempo de calidad con mi esposa.
Trago, sabiendo ya que no puedo esperar un segundo más.
—Voy a pensar en ello unos minutos —miento, deslizando mis manos por la pared plana de su pecho, subiendo de puntillas, mi voz ronca—. Mientras tanto, voy a tener un poco más de esto. —Lo beso.
Rápido como un diablo, caliente como el pecado, me mueve alrededor y me balancea contra él en algún oscuro tango prohibido.
Me agarra como si fuera la cosa más sexi del mundo.
Gimo y retrocedo a la barandilla, apoyándome mientras busco a tientas mi falda, levantándola tanto como sea posible para que pueda incrustarse entre mis piernas.
Llena el espacio entre mis muslos y me mira con reverencia mientras me arregla el cabello detrás de la cabeza, y agacha su cabeza para que sus dientes rocen mi piel. Pellizca la curva de mi cuello y el hombro. Olas de placer se precipitan por mi espina dorsal, y antes de darme cuenta, estoy acercándolo más y frotándome contra su pecho plano.
—Pedro...
—Sí.
No puedo hablar, no puedo pensar mientras sus labios se mueven sobre mi piel, su cálido gemido sobre mi garganta.
—Dios, te quiero. Te extraño. Extraño el olor de tu piel, los sonidos que haces. — Captura mi piel entre los dientes y tira con suavidad. Jadeo y me libera. Su lengua me acaricia, andando un camino lento, húmedo para aliviar el picor.
Desliza su mano entre nuestros cuerpos, acariciando entre mis piernas.
Estoy temblando mientras me apoyo en la barandilla, entonces me impulso y lo rodeo con mis brazos y piernas, y le susurro al oído:
—Te amo.
Me levanta más alto. Mis piernas se aprietan alrededor de sus caderas, mis brazos alrededor de su cuello mientras me besa ferozmente y cruza el balcón a la puerta.
Estamos en su dormitorio más rápido de lo que posiblemente imaginaba.
El deseo crepita en nuestro beso mientras cierra la puerta detrás de nosotros. Mis dedos se deslizan en su cabello mientras me acuesta en su cama, nuestro beso es caliente pero tierno.
Nuestra respiración es irregular, la mía rápida y poco profunda, la suya es profunda y áspera. Se pone de rodillas sobre la cama y me levanta la falda, agarrando el dobladillo y elevándola a mis caderas. Gimo mientras presiona su boca en mi abdomen.
Y luego su lengua. Tan deliciosa.
Muy caliente. Muy rápido. Tan experto mientras besa mí ombligo, luego besa la cicatriz de mi cesárea.
Trabaja sus labios hasta mi estómago y hacia mis pechos, y ahueca uno de ellos bajo la blusa y suavemente me acaricia. Chasquea el pulgar alrededor del pico, luego, levanta mi camisa y chupa hasta que gimo.
—No puedo esperar, Paula. Estoy hambriento por ti.
Rasgo su camisa abierta en mi urgencia. Pasa sus manos arriba y abajo de los lados de mi cuerpo. Los dos nos desnudamos entre sí tan pronto como sea posible. En el momento en que me desnudó, empujó sus pantalones por sus piernas, los patea y se estira encima de mí.
Es tan bonito. Sus músculos lisos y duros, perfectamente delineados. Recordé lo precioso que era, pero sospecho que ha estado ejercitándose un poco más, frustración sexual, tal vez. El pensamiento hace que me derrita. Realmente se ve un poco más grueso y más musculoso, y dejo que mis dedos disfruten de su trabajo duro. Me inclino y beso su pezón, deslizo mis dedos sobre los vellos de su pecho.
Soy recompensada por un sonido bajo de dolor.
—Lámelo duro —dice. Su voz es áspera y cruda.
—Pedro—jadeo.
Libera una sonrisa mientras mira hacia abajo en mí, comiéndome con los ojos, acariciándome por todas partes. Me dice que soy hermosa cuando mueve su dedo dentro de mí.
—¿Tienes alguna idea de lo que me haces, Paula? —Se apodera de la base de su miembro y conduce a mis pliegues. Ahí.
Directamente hacia mi apertura.
Mi respiración se va. Empuño las sábanas debajo de mí. Y mis ojos ruedan en la parte posterior de mi cabeza en el puro placer de sentir a mi marido conduciéndose dentro de mí de nuevo. Pulgada por pulgada. Lento. Con tanto cuidado que puedo sentir su cuerpo vibrar.
Estamos corazón a corazón, piel con piel, calor con calor.
Palmea mi rostro, mirándome a los ojos.
Gimoteo suavemente, inclinando las caderas para animarle a moverse. Pero aun así no lo hace, solo observado todo mi rostro, nuestra respiración entrecortada mientras me permite adaptarme a la sensación de tenerlo de nuevo.
Muerdo mi labio sin aliento.
—Por favor —le ruego.
—Te amo —gruñe, rozando el pulgar por el labio inferior, inclinándose para chasquear la lengua y calmar la piel que acabo de morder.
Comienza a moverse despacio, exquisita y lentamente. Su cuerpo poderoso y en control, haciendo el amor al mío. Me hace el amor como si soy virgen, como si fuera mi primera vez y quiere que nunca se olvide.
Y en este momento, todo mi mundo es él mientras me retuerzo por debajo de él, disfrutando de la cercanía, su cercanía, él. Es el hombre más poderoso en el mundo.
Es decidido, fuerte y ambicioso, es noble y honesto, y también es real y constante, ni una vez hace su deseo vacilar; por el contrario, incluso el restante mes espero que sea capaz de
ejecutar una vez que reanude el ejercicio, nunca me he sentido tan sexy, tan preciosa, o tan amada.
Y en este día, el misterio de nuestro amor crece, y me doy cuenta de que sigue cambiando, evolucionando, profundizando con cada experiencia que compartimos, con cada beso no dado y cada beso dado, cada susurro y cada palabra sin decir.
Nunca en mi vida he sentido la clase de amor que siento por él y como sus manos me acarician con ternura, la tensión en su cuerpo es evidente a medida que trata de ser suave pero indicando su deseo a fuego lento, las palabras profundas de amor que susurra en mi oído, hermosas y perfectas, y sé que también lo siente. Y sé que este sentimiento es probablemente tan misterioso para él como lo es para mí, y tan maravilloso.
CAPITULO 132
—Damas y caballeros, el Presidente de los Estados Unidos, Pedro Alfonso, acompañado por el receptor de la Medalla de Honor, el sargento Swan.
Después de lo que sucedió el día que el pequeño Pedro nació, un héroe apareció. El General Swan visitará la Casa Blanca hoy, donde recibirá el máximo reconocimiento, la Medalla de Honor.
Demostró su valor en Oriente Medio cuando su unidad fue emboscada, desafiando el fuego enemigo y haciendo caso omiso de las lesiones mientras atendía a compañeros heridos.
Sé que nada tiene mayor peso sobre los hombros de Pedro que enviar a nuestros hombres y mujeres al peligro, y me dijo que ser un hombre que siempre ha admirado a aquellos que servían en el ejército, y no habiendo podido hacerlo él mismo, este era el mayor honor que jamás le habían concedido, junto a ser presidente, poder otorgar esta medalla a los que sirven, y sirven tan bien.
Miro desde las sillas alineadas en la habitación mientras ambos hombres caminan hacia el podio, Pedro está elegante en un traje azul, el sargento de uniforme, mientras Pedro se dirige al público.
—El valor no es una virtud con la que se nace. Es una virtud que ejercitamos, una elección que tomamos. El valor es cuando nuestros hombres y mujeres desinteresadamente se hacen voluntarios para defender a nuestro país, y nos mantienen seguros. —Lo mantiene corto. Sencillo. Mientras saca la medalla de la caja, se acerca al sargento.
Una vez que la medalla cuelga firmemente alrededor del cuello del soldado, Pedro extiende su mano.
Los aplausos hacen eco por toda la habitación.
El soldado está emocionado, sus labios apretados fuertemente mientras lucha contra sus emociones.
Pedro lo palmea en la espalda y le da la mano, y lo escucho decirle al hombre, personalmente, no para las cámaras.
—Gracias por su servicio. Dormimos por la noche gracias a nuestros hombres y mujeres, a nuestras fuerzas armadas ahí fuera defendiendo y protegiendo nuestra nación.
—Gracias, señor Presidente —logra decir el soldado mientras se enfrenta a los espectadores de nuevo con sus ojos rojos.
CAPITULO 131
Dos días más tarde, se me permitió volver a casa, y Pedro y yo tuvimos que planificar todo un proceso para presentarle el bebé a Jack.
Al final del pasillo de nuestra habitación, he decorado la habitación del bebé haciendo que pintaran las paredes con colores de bosque tono pastel e instalaran una cuna blanca con una colcha azul claro. Tantos juguetes de bebé han llegado desde el anuncio de que sería un niño, que hemos donado al menos dos tercios de ellos a organizaciones benéficas. Este es un pequeño niño privilegiado y he estado sorprendida por el amor que nuestro bebé está recibiendo de América.
Durante las primeras semanas hasta que duerma toda la noche, sin embargo, lo instalaré conmigo en el Dormitorio de la Reina al otro lado del pasillo de donde está Pedro, donde tengo una cuna puesta y una mecedora, y espero en la mecedora mientras el bebé parpadea hacia el techo con asombro mientras Pedro trae a Jack a la puerta.
—Ven aquí, muchacho —dice, caminando a través del cuarto.
Jack se pone de cuclillas, con cautela arrastrándose a través de la habitación a donde Pedro ahora está delante de mí.
—Este es el pequeño Pedro —digo, inclinándome ligeramente hacia adelante para dejar que Jack lo olfatee.
El bebé hace un suave sonido de gorgoteo feliz y la cola de Jack comienza a moverse, y miro a Pedro, y mientras mi caliente marido sonríe tranquilamente como si dijera Te lo dije, suspiro de alivio. Estaba ligeramente preocupada que Jack fuera un peligro para el pequeño Pedro.
Pero ya me estoy dando cuenta de que será el compañero de travesuras de nuestro hijo con seguridad.
Uups.
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