miércoles, 13 de febrero de 2019

CAPITULO 66





—¡¡DAMAS Y CABALLEROS, el Presidente de los Estados Unidos!!


Casi derramo mi bebida cuando el anuncio se hace eco a través del salón de baile.


Estoy de pie con Alison, que está encantada de ser uno de los fotógrafos de la Casa Blanca. 


Mientras ella estaba tomando fotografías de los asistentes en la fiesta, yo me estaba mezclando a su lado, con una copa en la mano, cuando esas palabras sonaron.


Y si alguien hubiera agarrado un bate y golpeado el aire fuera de mis pulmones, lo creería absolutamente.


Este es el baile más pequeño entre los cinco que se celebran esta noche. Todo el mundo esperaba que el presidente llegara a los otros grandes bailes primero. Apenas estaba preparada para verlo, ¡sólo había bebido un vaso de vino hasta ahora!, y ahora está aquí.


Oh Dios.


Estoy diez veces más nerviosa que todas las mujeres de la habitación. Cientos de ellas, todas importantes, muy inteligentes o muy hermosas, todas vacilando con entusiasmo cuando Pedro Alfonso, mi Pedro Alfonso, entra en la habitación.


Um. No. Él no es tuyo, Paula, así que es mejor que dejes de sentirte posesiva por el hombre.


Pero no puedo evitarlo.


La visión de él me hace anhelar caminar a su lado, con mi brazo enganchado en el suyo, no importa lo absurda que es la idea. Una cosa era mirarlo en un podio. Más lejos.


Pero otra cosa es estar en la habitación que está ocupando.


En un esmoquin.


Un caliente esmoquin negro.


Mucho más cerca de mí de lo que ha estado en dos meses.


Casi puedo olerlo, caro, limpio y masculino.


Alison está tomando fotos a mi lado.


Clic, Clic, Clic.


Pedro se apodera de la habitación con su largo y confiado paseo, saludando rápidamente a quien le saluda. ¿Está más alto hoy? Realmente se eleva sobre todos. ¿Y sus hombros son más amplios? Luce mucho más grande que la vida. 


Cada postura y zancadas suyas son como las de un hombre que sabe que todo el mundo gira a su alrededor. Lo que no sería del todo falso.


—¿Sabes lo que me gusta de Pedro? Que en realidad respalda lo atractivo con cerebro —dice ella, haciendo una O con la boca y exhalando, y luego lame sus labios con un brillo travieso en sus ojos—. Mmm.


Antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, estoy lamiendo mis labios también. Es realmente necesario nunca hacer eso de nuevo.


Alison cambia de posición para capturar una docena de imágenes diferentes, no sólo de Pedro, también de la impresión y el éxtasis de las personas hacia él.


Sus ojos brillan cuando saluda a una persona tras otra. Se arrugan en las esquinas cuando sonríe, y recuerdo esa arruga. Recuerdo la sensación de la barba en la mandíbula por las mañanas a pesar de que su mandíbula está suave y perfectamente afeitada ahora, con los labios curvados hacia arriba.


Su cabello está peinado hacia atrás, sus rasgos cincelados y hermosos. Todo mi cuerpo siente espasmos incontrolables. Es como si cada poro y cada centímetro de mí lo recuerda. Deseándolo aún.


Levanto mis dedos para acariciar el lugar donde solía llevar el broche conmemorativo de su padre, pero todo lo que toco es mi piel desnuda, revelada por el largo vestido sin tirantes que llevo puesto.


Mi corazón golpea locamente mientras continúa saludando a la gente que pasa, acercándose a donde estoy con mi bebida helada en la mano. 


Se ve tan feliz. Mi estómago se aprieta con una mezcla de emociones. La felicidad, sí. Pero su presencia es también un recordatorio de lo que he perdido.


¿Lo perdí?


Nunca fue realmente mío.


Pero yo era toda suya. Suya para tomar. En cuerpo y alma. Y habría hecho cualquier cosa que él quisiera. Pero he tratado de recuperar mi sentido de ser.


Mientras viajaba por Europa, he tratado de ver las razones por las que nunca podría haber funcionado, entre ellas que soy inexperta y joven, y no el tipo de mujer que un presidente necesita. No estoy lista para lo que él es. No importa cuánto me gustaría ser mayor, más experimentada, más apta para estar a su lado.


No es que él me quiera allí.


Me desgarro cuando la multitud sigue separándose y él sigue avanzando.


—Voy al baño —respiro, y me voy, preguntándome por qué vine aquí. Por qué le
dije que sí. Era su día importante. No quería perderlo. Pero duele de nuevo, como si hoy fuera el día en que fue elegido, el día que me fui lejos de él, reservé un vuelo a Europa y
pasé dos meses allí con Kayla, congelándonos el culo, bebiendo chocolate caliente. Volví
a tiempo para su toma de posesión, no me lo podía perder.


Pero aterrizar en los EE. UU. se sintió agridulce, es el hogar que amo, donde nací y quiero morir, y me enamoré, pero también es el país que está dirigido por el hombre que amo y estoy tratando desesperadamente de superarlo.


Así que me escabullí en el baño de mujeres para encontrarlo vacío. Y sólo me miro en el espejo y susurro: —Respira. —Cierro los ojos, me inclino hacia adelante, y respiro de nuevo. Entonces abro los ojos—. Ahora ve allá fuera, salúdalo, y sonríe.


Es la cosa más difícil que me he dicho para hacer.


Pero salgo de la habitación, y lo observo con cada paso que doy mientras me dirijo de nuevo a la multitud, todos esperando para darle la bienvenida. Para ser recibidos.


Admitidos.


Alison me ve y me saca fotos. 


—Te ha dado fuerte. No puedo decir que te culpo —dice ella.


—No quiero —susurro.


Ella sonríe y continúa tomando fotos.


Lo tomo como una mujer hambrienta, más de seis pies de pura fantasía, todo ello en un verdadero hombre, hermoso más allá de la creencia. Tan hermoso que no puedo creer que la belleza como esa existe.


Y entonces está tres pasos más cerca, su voz muy cerca. 


—Gracias por venir. —Dos pasos—. Es bueno verte.


Un paso.


Trato de sonreír cuando se detiene delante de mí, se eleva por encima de mí, oscuro y hermoso. Todo el mundo está a la expectativa. 


Un silencio se asienta sobre la habitación. Parpadeo con incredulidad.


Pedro Alfonso.


Dios. Luce caliente como el pecado, sus cejas inclinadas mientras mira penetrantemente a mis ojos, una media sonrisa jugando en sus hermosos labios, labios que están llenos y exuberantes, y muy, muy perversos.


Hay contracción en mi respiración, y demasiado orgullo brotando en mi pecho mientras me agacho en una ligera inclinación de cabeza.


—Señor Presidente.


Él se acerca para tomar mi mano en sus manos, sus dedos deslizándose sobre los míos.


—Es bueno verte. —Su voz es especialmente baja.


Recuerdo que me decía que se ponía duro cuando lo llamaba señor presidente, y ahora no puedo dejar de sonrojarme. Pero no es como si fuera a mencionarlo ahora.


Sus dedos son cálidos y fuertes. Su agarre justo.


Su mano tan directa.


Ni siquiera nos estamos dando la mano. 


Prácticamente me está sujetando la mano.


Y cada parte de mí recuerda esta mano. Este toque en mí.


Cuando baja la mano a mi lado, él desliza algo en la palma de mi mano y se agacha para murmurar en mi oído, —sé discreta. —Y agarro lo que siento como un pequeño trozo de papel en mi puño mientras saluda a los otros invitados.


Con la boca abierta, lo veo retirarse, entonces discretamente abro el papel. Se lee: 10 minutos
Salida sur.Por el ascensor. Toma las puertas dobles al final del pasillo.


Me está esperando.


Cuento los minutos cuando la actuación en vivo de Alicia Keys comienza, y Pedro abre la pista de baile con su madre.


El presidente más guapo que he visto nunca.


¿Dónde aprendió a bailar así?


Estoy sosteniendo un vaso de vino cuando lo veo girar con ella en la pista de baile.


Ella ríe, pareciendo más joven, aunque el dolor en sus ojos nunca se desvanece. Pedro le está sonriendo, haciendo todo lo posible por aliviar el dolor.


Me encanta este estúpido hombre tanto que quiero golpear algo.




CAPITULO 65





—PRESIDENTE ALFONSO. Sr. presidente.


Aparté mi mirada hacia el hombre que llamaba mi atención. Estoy en el almuerzo, y mi maldita mente sigue vagando hasta esta noche.


—Me disculpo; ha sido un día largo ya. —Sonrío y paso mi mano impaciente a lo largo de la parte posterior de mi pelo, inclinándome para hablar con el líder de la mayoría del Senado.


Es increíble la forma en la que nunca descansamos. Incluso en los eventos sociales, estamos hablando de política.


Trato de saber la opinión de la mayoría de los hombres allí; está en mí y en los mejores intereses para el país que mis ideas para el cambio estén alineadas con las del Congreso y el Senado. Si van a ser fáciles de alinear, está por verse.


—Le pregunté si el primer proyecto de ley en su agenda será la ley de energía limpia.


—Es una de mis prioridades, pero no necesariamente está en la parte superior —
es todo lo que le doy por ahora.


Todo a su debido tiempo, viejo. Todo a su debido tiempo.


Estoy aliviado cuando nos preparamos para el desfile por la Avenida Pennsylvania. Nos paseamos rodeados de coches negros estatales presidenciales. Estoy flanqueado por mi abuelo y mi madre mientras nos dirigimos a la dirección más famosa del país. Cientos de miles de personas llenan las calles para ver el desfile. Banderas de EE. UU. aletean en el viento.


Es un honor tomar el rumbo a 1600 Penn.


El abuelo está marchando como un rey orgulloso, con una sonrisa de oreja a oreja.


—Estoy orgulloso de ti, hijo. Ahora tienes que estar en línea con los partidos o no harás
una mierda.


Mi abuelo no es necesariamente mi héroe, pero sé cuándo escuchar. Y cuando dejarlo de lado. 


—Los partidos se pondrán en línea conmigo. —Saludo con la mano a la multitud.


A mi derecha, mi madre está en silencio.


—Tienes una habitación en la Casa Blanca —le dije, extendiendo la mano y apretándola.


—Oh, no. —Ella se ríe, pareciéndose a una chica joven durante ese momento fugaz de felicidad—. Siete años fue suficiente.


Libero su mano para que podamos saludar a la multitud de nuevo. Sé que está recordando un día como este hace una década. No sólo el día que subió en el desfile de la caravana por primera vez con mi padre. Sino el día en que murió... y la caravana que llevaba su ataúd.


—Además, tengo la sensación de que pronto estará ocupada —añade.


Me toma un momento para darme cuenta de que se está refiriendo a su habitación en la Casa Blanca.


—¿Por qué dices eso?


—Porque te conozco. No dejarás ir a esa chica. No lo has hecho. Nunca te he visto... parecer más triste, Pedro. Incluso después de haber ganado.


Estoy muy impresionado por lo bien que me conoce, no puedo pensar en una respuesta. Ella sabe que he tomado hasta la última gota de mi restricción para no llamar a Paula. Que durante meses yo mismo he dicho que es lo mejor, que no puedo hacerlo todo, que voy a fallar si lo intento. Pero no lo compro. Quiero a mi chica y la tendré.


—Ella es la luz. Camina sobre el agua —le digo a mi madre.


Llegamos al 1600 de la Avenida Pennsylvania.
Las puertas se abren, la alfombra roja se extiende. Desde el interior de la casa, mi perro Jack, que fue transportado desde la Casa Blair hoy mismo, baja los escalones para saludarnos.


Mi madre está vestida para impresionar. Uno pensaría que estaba encantada de que estuviera de vuelta en la Casa Blanca. Tal vez una parte de ella lo está. Sé que otra parte está llena de miedo de que termine igual que mi padre.


Subimos los escalones con alfombra roja de la entrada del Pórtico Norte.


—Señor Presidente —el ujier me saluda. Estrecho su mano—. Bienvenido a su nuevo hogar —dice.


—Gracias, Tom. Me gustaría conocer al personal mañana. Ayúdame a arreglar eso.


—Sí, señor, señor presidente.


—Tom —escucho a mi madre decir, tirando de él por un abrazo.


Jack está abriendo el camino a medida que avanzamos a través de las puertas delanteras abiertas.


—Señor Presidente, señor —anuncia uno de los ujieres—. Hay un buffet preparado para usted y sus invitados en el Antiguo Comedor Familiar mientras se prepara para el baile de esta noche.


—Gracias. Encantado de conocerte...


—Charles.


—Un placer, Charles. —Estrecho la mano del hombre, luego me dirijo al ala oeste.


Encuentro a Portia, mi asistente, ya organizando su escritorio fuera de la Oficina Oval.


—¿Cómo te va, Portia?


—Uff —ella resopla—. Está yendo. Esta casa es inmensa. Tu jefe de personal, Diego Coin, me dijo que podía llamar a la oficina de los ujieres si algo parecía fuera de alcance.


—Bueno. Haz eso.


Entro en el Oval, Jack camina detrás de mí.


Tenía de vuelta el escritorio de mi padre, había estado en el almacén. Camino hacia él ahora, mirando hacia abajo al sello presidencial en la alfombra bajo mis pies. Paso los dedos sobre la madera. La bandera de Estados Unidos detrás de mí. La bandera con el sello presidencial junto a ella. A continuación, rodeo la mesa, tomo mi silla y reviso los documentos preparados para mí. Jack está oliendo todos los rincones de la habitación mientras paso las páginas.


Hoy me entero de la información confidencial, tratos con otros países, los riesgos de alta seguridad, cosas de las que nuestra CIA y el FBI están comprometidas a seguir el procedimiento habitual a menos que indique lo contrario. Datos sobre la situación con China. Rusia jugando con fuego. Ciberterrorismo en aumento.


Hay jodidamente mucho por hacer y estoy listo para empezar.


Puse los archivos a un lado una hora más tarde, pero en lugar de regresar al buffet, procedo a la residencia para prepararme para el baile inaugural.


La Casa Blanca nunca es verdaderamente silenciosa, pero esta tarde las plantas superiores son más tranquilas de lo que recuerdo. No hay sonido de mi padre o de mi madre, sólo yo. En el lugar de los cuarenta y cinco hombres antes que yo.


Jack está husmeando como si no hubiera mañana mientras me dirijo al dormitorio Lincoln, la habitación que he elegido para alojarme. 


—Bienvenido a la Casa Blanca, amigo. Como dijo Truman, la gran cárcel blanca.


Cruzando la habitación, miro por la ventana a los acres de tierra que rodean la Casa Blanca, el Distrito está aún brumoso y frío fuera.


Listo para ir a verla, me baño y me cambio para el baile inaugural de esta noche.


Mis manos trabajan fácilmente en mis gemelos cuando pienso en finalmente mirarla a sus
hermosos ojos azules de nuevo.


—¿La extrañas?


Jack levanta la cabeza desde donde me estaba mirando, desde el pie de la cama.


Como si sólo hubiera un ella en todo el maldito mundo.


Sonrío, entonces me agacho y acaricio la parte superior de la cabeza, mientras alcanzo el esmoquin. 


—Yo también la extraño. 


—Meto mis brazos en las mangas, luego le miro—. No vamos a tener que echarla de menos por mucho tiempo.




CAPITULO 64




Regreso a mi apartamento para ducharme, secar con el secador mi pelo y prepararme para esta noche. He pasado los últimos dos meses en Europa. Hacía mucho frío y pasamos más tiempo en el hotel que de gira, pero no importaba. No estaba en los Estados Unidos, el país que amo, cerca del hombre que amo, simplemente porque tenía que sanar.


No quería tener la tentación de llamar. Tenía miedo de que si me quedaba, lo vería en todos los titulares; que el mismo aire en D.C. tendría el olor de él. Que tropezara con él o simplemente tengo demasiados recuerdos en todas partes que no iba a ser capaz de respirar bien. Europa era bueno. Me centraba, y sin embargo estaba ansiosa por volver a casa. No me permití estar en casa en el momento en que Pedro tuvo su día de inauguración.


Le dije a Kayla que me enamoré de él durante su campaña. No le di más detalles.


Ella presionó, pero no cedí. Ahora entiendo que cuando una persona está en gran notoriedad como Pedro lo está, no se puede confiar incluso en aquellos que se supone que confías. No con todo. Me temo que una noche de embriaguez le haría soltar la sopa del asunto. Así que lo mantuve para mí y lo cuidé en silencio en mi corazón aún cuando Kayla me decía que era un enamoramiento y lo superaría en París, la ciudad del amor.


No lo hice.


Me duele el corazón en este momento no importa lo mucho que quiera permanecer fuerte.


Dios.


¿Cómo voy a soportar la idea de mirarlo a los ojos esta noche?


Él verá a través de mí.


Estoy esperando que con los diversos bailes pasando, su visita a la que estoy asistiendo sea breve. Que sólo tengamos que decir un hola rápido y que tenga que continuar por la línea de personas deseosas de recibir a su nuevo presidente.


Aún así, me visto con el mismo cuidado que una novia tendría el día de su boda.


Estoy viendo al hombre que amo, y podría ser la última vez, y la chica dentro de mí quiere que él me recuerde viéndome tan impresionante como me sea posible.


Tan deseable como me encontró previamente.


Me cepillo el pelo rojo y dejo caer mis hombros. 


Me visto con un traje sin tirantes azul que coincide con mis ojos. Pinto los labios de un profundo tono de rojo, y pregunto a mi madre si puedo tomar prestado el abrigo de piel de mi abuela. Nunca he comprado una sola cosa de piel en mi vida debido a la crueldad animal, pero el abrigo tiene un valor sentimental para mí, y hace mucho frío fuera.


Mis padres están asistiendo a un baile diferente al que voy. 


—Realmente debes considerar venir con nosotros —dijo mi madre esta mañana.


—Voy con Alison —ella es la nueva fotógrafa de la Casa Blanca y tiene que estar en este evento para capturar el momento.


—Oh, está bien. ¿Paula?


—¿Sí?


—¿Estás segura de que estás lista?


Sabía lo que estaba preguntando. Ella sabe que había algo entre Pedro y yo, aunque nunca le di detalles. Sabe que me enamoré y tener una hija enamorada del caliente, joven presidente es suficiente para hacer cualquier tipo de preocupación, una madre preocupada.


La emoción hace que sea difícil hablar, pero asiento, entonces me doy cuenta de que mi madre no me puede ver.

 —Sí.


Sé que no será fácil. Pero necesito verlo hoy.


Quiero felicitarle. Quiero que sepa que estoy bien, que estoy orgullosa de él, que voy a seguir adelante, y que quiero que haga lo mismo.