martes, 22 de enero de 2019

CAPITULO 15



Pedro tiene una manera de ocupar más espacio que su cuerpo. Se mueve para apoyar los codos sobre sus rodillas, y mi corazón se tropieza ante su cercanía. 


—Oye. ¿Por qué sigues aquí, Paula?


—Es mi cubículo.


Sonríe con sarcasmo y sólo me fulmina por ser una listilla.


Soy demasiado consciente de él sentado allí, con los contornos de sus hombros presionando contra el tejido negro, del aspecto suave de su camisa.


Trato de no darme cuenta. 


—Estaba tratando de terminar este montón de cartas —contesto por fin, cogiendo el bolígrafo y pretendiendo volver a trabajar.


No puedo.


Él me está mirando.


—Estoy bastante seguro de que no acordaste ayudarme para poder pasar toda la noche respondiendo cartas —dice.


—Tal vez sí. Pero ¿por qué me lo preguntas? —Entrecierro mis ojos.


—Cuando recibes una carta de una chica que acabas de conocer, sabes que va en serio.


—Puse perfume en la carta —por supuesto que iba en serio —digo con malicia—. A pesar de que parece que tú no lo decías en serio cuando dijiste que no querías ser Presidente cuando nos conocimos por primera vez.


—Sí, bueno. —Una risa se eleva hasta su pecho, y pasa una mano por su pelo.


—Cambiaste de opinión —digo.


—Se podría decir que maduré la idea. Toma tiempo reunir el valor de creer que puedes hacerlo. Luego toma más tiempo creer que puedes hacerlo mejor que nadie.


Parece estar en calma, como si él no tuviera nada que ocultar, con ojos cálidos y simplemente… amigable mientras se inclina hacia atrás y pasa su brazo por detrás de la silla mientras se mueve. 


—Me quedé pensando ¿si no soy yo, entonces quién? Si no es ahora, ¿cuándo? —Mira por la ventana del otro extremo antes de mirarme de nuevo—. Me gustaría cambiar las cosas. Todavía hay desigualdad, sigue existiendo la necesidad de puestos de trabajo, aún hay demasiados con ambiciones egoístas. Todos somos lobos salvajes que fueron alimentados en el umbral demasiado tiempo y se olvidaron de cómo cazar. ¿Dónde están los trabajadores que construyeron a América? ¿En el desempleo?


Suena tan apasionado, y él está tan cerca, me quedo sin aliento un poco. 


—Me encanta cómo eres proactivo con lo de los trabajos.


—Debido a que nada se siente tan bien como un día bien invertido en hacer algo bien. —Sus ojos bajan hacia mis labios por un momento minúsculo. —En realidad, nada. Excepto unas pocas cosas preciosas.


Ninguno de los dos nos reímos.


De hecho, el aire se siente un poco cargado, un poco eléctrico.


Quiere besarte, susurra una parte de mí.


No, Paula, ¡quiere sexo!


Me siento enrojecer ante eso, consciente de que Pedro me está mirando como si estuviera disfrutando inmensamente. He dejado el bolígrafo y le miro—. Lo que dijiste el otro día, de que nunca serías capaz de confiar en alguien que no muestre nada. Hay tantas historias sobre tu familia y tú… ¿Son todas reales?


—Créeme. No son tan interesantes como podrías pensar que lo son.


—¡No es cierto! —Protesto—. Todas son fascinantes.


Sonríe. Se mueve hacia adelante. 


—Tú eres fascinante —susurra.


Casi me ahogo con mi saliva.


—Todo de ti me parece fascinante. Incluso el hecho de que estás sentada aquí ahora a esta hora.


—Tú también —contrarresto.


—Soy el candidato.


—Y eres mi candidato. Por lo tanto estoy aquí.


La palabra mi se siente un poco diferente cuando se la digo a él. La idea de que Pedro podría ser cualquier cosa mía es simplemente alucinante, por no decir menos.


Pero podría ser mi Presidente.


Él fue mi primer amor.


Él es mi jefe, y mi candidato.


Y ahora mismo es mi aliento, porque nada nunca se ha sentido tan emocionante para mí como este hombre, este hombre en este momento, bebiendo su café, reclinándose en su silla, mirándome con esos perezosos ojos, como si no tuviera ninguna intención de ir a ninguna parte.


Como si lo que ocurrió cuando nos encontramos, caminando juntos, también fuera una especie de conexión para él.


—¿Es cierto que tenías un chimpancé en la Casa Blanca? ¿Te lo regaló un embajador extranjero? —Pregunté.


Admito que soy adicta a hablar con él, a aprender más sobre él.


—Baboo. Tenía seis meses de edad cuando me la dieron.


—¿Oh, enserio? ¿Todas tus novias en la universidad estaban terriblemente celosas porque ella conseguía vivir contigo? Ni siquiera puedo seguir el ritmo de todas esas novias. Christina Aguilera, Jennifer Lawrence —¿Quién era en realidad?


Pedro coloca su taza de café, una sonrisa se dibuja en sus labios. 


—Ninguna. Ambas son mis amigas. Mis años de la Casa Blanca me enseñaron a controlar todos mis pasos y después… digamos que me gusta ser el cazador en la relación. —Me mira con malicia—. ¿Y tú, Paula?


—Oh, no. —Niego, riendo—. Mis padres han renunciado a hacerme salir con alguien que tenga algún tipo de entidad política prometedora. Simplemente no he encontrado al chico adecuado.


Hay un silencio.


Pedro parece extrañamente satisfecho. Se inclina hacia delante. Tan cerca que su hombro toca el mío, y una parte de mí se pregunta si es a propósito.


—¿Quieres? —Su voz es profunda y un poco tranquilo. Levanta su mano y mete un mechón de pelo detrás de mi oreja, casi como lo hizo cuando estábamos trotando juntos, y un escalofrío caliente atraviesa mi espalda.


Mi corazón está dando vueltas en mi pecho mientras nos miramos fijamente el uno al otro y Pedro baja su mano, sin dejar de mirarme con sus párpados entrecerrados.


—Por supuesto, todo el mundo quiere encontrar eso. Soy realista, pero sueño con encontrar lo que mis padres tienen.


—¿Entonces por qué no…? —dice, su mirada acariciándome.


—La mayoría de los políticos son viejos, estirados, o aburridos.


Se ríe, un sonido rico y profundo.


Cuando se serena, su voz cae un decibelio. 


—Lo bueno es que yo soy un abogado y un hombre de negocios, y no un político. Porque no soy un estirado, y definitivamente no soy aburrido.


Mi garganta se seca. Oh Dios. Él sin duda no es nada como los políticos que he visto, incluso con los Kennedy.


Pero no estás disponible, pienso para mí misma, aunque de alguna manera me siento demasiado cohibida como para decirlo.


Un silencio se instala entre nosotros. Siento que mis pezones se tensan y temo que Pedro, con una mirada hacia abajo, se dé cuenta. Entre mis piernas siento calor y mi sexo se aprieta, y estoy desesperada por deshacerme de él.


Me toma un momento y una respiración profunda para obtener control sobre la tensión sexual que hay entre nosotros. Recuerdo por qué estoy aún aquí, trabajando tan tarde, reelaborando un itinerario en el que ya había trabajado hace un par de días. Busco debajo de mis papeles para sacar un sobre, mirando inquisitivamente a sus ojos.


—¿Leerías esto?


Antes de pensarlo, estoy extendiendo mi mano.


Toma un sorbo de su café ausentemente y rápidamente lo pone a un lado. Luego coge sus gafas, se las pone y saca la carta. Nuestros pulgares se rozan mientras lo hace, y mi vientre vuelve a apretarse profundamente.


Sonríe, como si definitivamente lo hubiera hecho a propósito.


Pero su sonrisa se desvanece mientras Pedro mira la carta. Sé lo que dice de memoria. Me ha tocado profundamente.


Estimado Pedro Alfonso,
Estoy muy feliz de que te estés presentando para ser Presidente. Mi madre se preocupa de que algo pueda pasarte por lo que creo que es muy valiente. Soy muy valiente también. Tengo siete años y conseguí un nuevo tratamiento experimental para mi severa leucemia llamado PCL. Pregunté si también podía matarme. Pero mi padre dice que alguien tiene que ser el que lo pruebe y abra nuevos caminos desconocidos como tú. Mi sueño es ir a la casa blanca cuando te conviertas en Presidente. Sé que me va a ir muy bien con este tratamiento ya que espero ir allí con cada una de mis respiraciones. Así que, ¡gana Pedro! Ah, y mi nombre es Pedro también mis padres me pusieron tu nombre.
Pedro


—¿Visitarías a este chico? —Pregunto.


Pedro se quita las gafas y me mira.


Sólo me mira.


Con tanta atención y como si pudiera ver todo lo que soy, siempre he sido y lo que siempre seré.


Rápidamente saco el horario de la semana siguiente y mi propia versión del mismo. 


—Es hijo de una de las mujeres de Women Of The World. Reconocí su nombre en el sobre de envío. Creo que lo puedo encajar antes de que nos vayamos de D.C. —están tratándolo en el Children’s National de Michigan Northwest.
Pongo mi nueva versión de su calendario para que lo vea.


Pero no se fija en el calendario. Sólo en mí. Su voz es suave pero más profunda que antes.


—Es por eso que estás aquí tan tarde; estás tratando de encajar esto —dice.


Es más una afirmación que una pregunta.


Me muerdo el labio mientras un destello de admiración aparece en sus ojos.


Desliza el calendario sobre la mesa de nuevo hacia mí sin ni siquiera mirarlo. 


—Me gustaría ir.


Sonrío, mi pecho henchido de felicidad.


Me lanzo hacia adelante y le doy un abrazo y un beso dulce pero casto en la mandíbula. 


—¡Gracias! ¡Muchas, muchas gracias!


Mientras mis labios tocan su mandíbula, de repente su olor me está rodeando en un manto de colonia elegante y jabón. Comienzo a retroceder, sorprendida por mi propia acción impulsiva. Me doy cuenta de que sus manos cayeron a mi cintura, agarrándome suavemente pero con firmeza. Me mira con una ligera sonrisa en sus labios, y le miro; nuestra sorpresa mutua ante mi impulsividad se convierte en otra cosa.


Compartimos un momento de comprensión silenciosa, una conexión más poderosa que cualquier cosa que haya sentido.


La soledad del edificio de repente se vuelve aún más pronunciada. El calor de su cuerpo. Las manchas negras en sus ojos, los irises oscuros, el grosor de sus pestañas, y muy especialmente, la mirada en sus ojos.


Soy consciente de la admiración en su mirada cuando levanta su mano y me roza la mejilla con la yema de su dedo pulgar. Aguanto la respiración, con dolor por su cercanía, por establecer esta conexión física que siento, su cálido aliento contra mi piel. Pasa su pulgar por mi mejilla una segunda vez, y luego, como si eso no fuera suficiente, sus labios le siguen. El toque más débil, mil veces más potente que una sesión de besos con nadie. 


—De nada. —Su voz es ronca.


Mientras me libero, parece que no podemos dejar de mirarnos. Sonríe de nuevo, sus ojos como metal líquido y un poco demasiado calientes, y sonrío tímidamente en respuesta. Y de alguna manera esta es la sonrisa más honesta y la más caliente que alguien alguna vez me ha dirigido y que le he dirigido a nadie.


Supongo que debería sentirse incómodo, pero sólo se sienten más agudas al siguiente minuto. 


El sonido de su respiración y el roce de la ropa mientras coge sus cosas de vuelta a su oficina, el timbre de su voz cuando me dice que si he terminado, que ha acabado y que puede llevarme a casa, el contorno de su cuerpo cerca del mío mientras me ayuda con mi chaqueta.


Voy en la parte de atrás del Lincoln negro con él, su chófer, Wilson, nos lleva.


La mirada de Pedro cae abajo de repente.


Suavemente se apodera del pasador del águila de mi pecho. Acaricia el águila con la yema de su dedo pulgar. Una vez, eso es todo.


—Siempre usa esto —dice.


Una sonrisa ridículamente atractiva curva sus labios, pero esta vez, sus ojos no están sonriendo. Busca mi expresión con curiosidad. Y su sonrisa cae. Todavía está sosteniendo el pasador. Mantengo mi respiración, esperando más de esos toques, más de él.


Pero sé lo ridículo que es pensar en tener algo con él.


Está tan destinado a ganar, sé que lo último que necesita en este momento es una distracción como yo.


—Me recuerda a los viejos tiempos —contesto finalmente, tratando de empujar hacia abajo el grueso anhelo en mis venas—. Los que traerás de vuelta.


—Estoy listo.


Sonreímos. Hasta el aire entre nosotros parece estar en llamas.


—Buenas noches, Pedro.


Alargo mi mano hacia la puerta, pero él se inclina encima de mí y pone sus dedos sobre los míos, abriéndola por mí, su calor envolviéndome de nuevo, sus dedos deslizándose sobre los míos, acariciándome como una pluma.


—Buenas noches, Paula.


Él mira entre las sombras del coche, sus ojos bailando de la forma en que lo hacen a veces cuando hago algo que le divierte, todavía siendo el chico del que valía la pena enamorarse cuando tenía once años.


¿Puede ver lo mucho que me he sonrojado?


Por supuesto que puede.


Llego a mi apartamento y mis pies duelen, me duele la espalda, me duele el cerebro. Me siento demasiado agotada como para hacer otra cosa que no sea quitarme los zapatos, estirar los brazos hacia fuera, y caer plana, boca abajo en la cama. Pero no puedo dormir. Sus magníficos ojos con motas oscuras siguen mirándome.


Y están mirándome como un hombre mira a una mujer que quiere.


Pedro me está mirando como si él me quisiera.


No puedo dejar de pensar acerca de la forma en que impulsivamente me arrojé sobre Pedro y le di un beso. La forma en que olía, como se sentía, tan cálido, masculino y fuerte. Estoy inquieta ese fin de semana y llamo a Kayla para que venga al apartamento.


—¿Así que, como va todo?


Empujando la idea de haber besado a un lado de él, pienso en lo bien que se siente estar haciendo campaña con él. 


—Increíblemente bien —admito.


—¿Es tan delgado, corpulento, alto y moreno como se ve en la televisión?


—La televisión no puede capturar con precisión su carisma en persona. Él es... él sería atractivo, con su rostro únicamente, pero combinado con su personalidad y su energía es una especie de travieso. —Estoy hambrienta, comiendo mi cena de prisa para poder ir a dormir pronto.


—Está presentándose para Presidente. ¡Tú mega enamoramiento de la infancia y el mío! —Kayla coge el mando a distancia y escoge el primer canal. Está en la pantalla, tan atractivo como lo es en persona.


—¿Qué dicen los republicanos? —Le pregunto.


—Se están cagando en sus pantalones.


—¿Y los demócratas?


—Cagándose en sus pantalones.


Ella suspira y se despliega en mi sofá. 


—Nunca ha votado por un candidato independiente en mi vida, pero ésta es la mía. ¡Alfonso a por la victoria! —Me mira—. Te extrañamos en Women Of The World. ¿Estás pensando en volver después de la campaña?


—Por supuesto.


—¿Por qué dejaste MDM del todo?


—Porque él es lo que Estados Unidos ha estado esperando. Nos lo merecemos.


—Odias ser el centro de atención, a pesar de que en secreto admiras lo bien que tu madre lo lleva.


—Soy tímida. —Me encojo de hombros—. No es tan fácil para mí como para mi madre. Pero quiero estar allí cuando él pateé culos.


—¿Qué hay de nuestro viaje a Europa este año? —Pregunta Kayla.


Me uno a ella en el sofá, suspirando mientras miro hacia el techo. 


—Podemos ir a Europa en cualquier momento, pero Pedro Alfonso no se presenta para ser Presidente cada día.


—El padre del bebé perfecto y todas las mujeres lo saben. Si no le puedes tener en tu cama o cuidando de tus hijos, al menos déjale ser nuestro jefe al mando.


—Comandante en jefe —la corrijo.


—Puede ser cualquier cosa que quiera.


Gimo y me río.



CAPITULO 14




A la mañana siguiente, tomo un baño, me cambio rápidamente, y me detengo en una tienda de mascotas en un impulso para hacer una compra. No sé porqué quiero hacer esta compra en particular, pero mi madre siempre ha sido del tipo de mujer que tienen pequeñas sorpresas dulces para mi padre. No sé si es su manera de decir gracias por algo bueno que él hizo o simplemente la forma en que la hacía sentir. Quiero conseguir algo para Pedro, pero sé que no sería adecuado. Pero cuando el deseo de darle a Jack alguna pequeña cosa me golpea, decido no luchar contra ella.


Una vez que llego a la oficina de la campaña, salgo del ascensor y veo a Pedro en el pasillo. Inmediatamente mi cuerpo responde: mi pulso salta, mis pezones se aprietan y mi coño se contrae.


Lleva pantalones vaqueros oscuros y un suéter de cachemira gris oscuro de aspecto suave que contrasta notablemente con el pelo oscuro. Está hablando con su mánager web de la campaña cuando me ve. Se detiene a mitad de frase, y mi corazón tartamudea cuando me sonríe.


Sus ojos se ven más cálidos y hay algo más en su mirada, casi como protectora.


Continúa hablando con el chico que —rebosando positivamente esa confianza que parece aferrarse a él como una segunda piel— y me dirijo a mi silla. Exhalo y echo un vistazo alrededor de mi escritorio, diciéndome que tengo que ponerme al día.


Aquí todo el mundo es inteligente, va a la velocidad del rayo, y tiene ganas de trabajar, la mayoría de ellos son confiados. Un poco más experimentados que yo, también.


Los he visto responder sin esfuerzo una llamada tras otra, una carta tras otra, un correo electrónico tras otro. Me pongo sentimental con estas cosas. Me he encontrado necesitando una caja de pañuelos de papel para cubrir mi respuesta cuando leo las cartas.


Después de todo un día, y todavía no sé cómo responder a la carta de este pequeño.


Me he ocupado de la mujer en la fundación de mi madre, pero nunca de ninguna persona menor de dieciocho años. Hay algo acerca de alguien más joven que tiene dificultades que me llega doblemente.


—Lee esta carta —le digo a Marcos, cuya mesa está a unos pocos metros de distancia de la mía.


—¿Qué pasa con ella?


—Me gustaría preguntarle a Pedro si podría intentar visitarle…


—¿Qué? De ninguna manera. Él tiene cuatrocientos compromisos para hablar esta semana. No tiene tiempo para todo y todos. Tenemos miles de cartas como esa en estas pilas. Sólo responde y ves a por la siguiente.


Camino a mi escritorio, descontenta con la sugerencia de Marcos.


Se inclina en su silla y mira en mi cubículo por un momento, y estoy segura de que estaba tratando de echar un vistazo a mis tetas mientras me inclinaba para llevarme mi silla. 


—¿Qué importa pedírselo? Es sólo uno entre miles —me pregunta, poniendo sus ojos en blanco.


Sacudo la carta en el aire. 


—Es importante para éste.


Volviendo a las cartas en mi escritorio, la dejo a un lado y agacho la cabeza para seguir respondiendo a mano.


Estimada Kim,
Pedro está muy conmovido por tu carta y le gustaría que recibieras sus mejores deseos en tu graduación. Por favor, acepta este conjunto de marcadores de libro así como las más sentidas felicitaciones de Pedro y su equipo de campaña. Estoy segura de que podemos esperar grandes cosas de ti en el futuro. Saludos Cordiales, Paula Chaves, asesora de campaña.


Unas pocas horas después, Carlisle nos convoca a una reunión. Cojo una libreta amarilla y me levanto para seguir a mis compañeros de trabajo hacia la sala de conferencias.


Pedro está observando cada paso mientras entro en la habitación donde nos informan de la nueva estrategia de campaña. Cuando todos se van, los nervios se comen las paredes de mi estómago cuando voy a mi escritorio, cojo mi compra de esta mañana, y me dirijo a la esquina del edificio donde Pedro ha escogido su oficina.


Él ya está detrás de su escritorio cuando entro.


—Te traje un regalo.


Se inclina atrás en la silla y nos miramos, y la mera forma en que me mira hace que mi estómago se cierre y mi sexo se apriete.


—No es para ti, es para Jack. —Tartamudeo mientras lo explico.


Se asoma a la caja, ve el collar con el colgante de metal unido, y lo levanta en una mano. 


—Un collar anti pulgas. —Toca el collar anti pulgas con un dedo—. Gracioso.


Aprieto mis labios para no reírme.


—¿Cómo estás esta mañana? —Pone el collar contra pulgas a un lado en su escritorio, en el que tiene una foto de su padre, su madre, y de él mismo.


—Estoy absolutamente fabulosa, señor Hamilton —digo efusivamente, presionando las carpetas contra mi pecho.


Pedro —Enuncia claramente cada letra.


Pedro—digo.


Su sonrisa llega hasta sus ojos—. Buena chica, has obtenido una A hoy.


—Tú una de matón. Pedro.


Me giró, y cuando miro por encima de mis hombros, él está cogiendo un par de gafas para leer y mirando la propuesta de Carlisle.


Se ve elegante, tranquilo e intelectual mientas lee con sus gafas puestas, con aire ausente pasando sus dedos por su cabeza. Ahí es cuando le veo levantar su cabeza y mirar el collar que compré para su perro, sus labios curvándose.


Sólo un poco.


He visto a Pedro en la sede de campaña todos los días. Al principio sonreía y me miraba directamente, pero últimamente parezco invisible para él. Mira por encima de mi hombro cuando le pregunto algo, respondiendo cortante con comentarios como: — Es bueno, lo aprecio.


Ayer, su mirada cayó a un pasador que llevaba puesto y que fue puesto a la venta en la conmemoración de la presidencia de su padre, un círculo de oro con un águila en él y un lema latino grabado debajo. Lo compré en el momento en que salió y la edición limitada se agotó en cuestión de horas. La oscura mirada en sus ojos me confunde. Parece disgustado, o casi. Coge la carpeta que le doy y se aleja, mirándola mientras se dirige a su oficina.


Tras ese encuentro, voy al baño. Reviso mi ropa; no está arrugada o manchada. Paso mis manos por mis pantalones y camisa, tocando el pasador de mi cuello. Me siento insegura. ¿Tal vez piensa que mi cara es lamentable? ¿Tal vez el fantasma de su padre estaba detrás de mí? ¿Tal vez esté satisfecho con la mala prensa que estoy recibiendo?


Cuando salgo, está hablando con Alison —y mirándola fijamente a los ojos— me doy la vuelta y tomo el camino largo hacia mi cubículo.


De vuelta en mi asiento, mi ordenador en suspensión me mira sin nada en la pantalla.


He tratado tanto para colaborar y ser eficiente, y estoy decepcionada porque claramente no está feliz con mi trabajo.


—No te burles de mí —le digo a la pantalla mientras agarro una pila de cartas y continúo leyendo.


Tantas peticiones. Tantas personas esperan el cambio. Tantas personas quieren un pedazo de Pedro Alfonso.


Mis ojos están cansados. He tomado unas cinco tazas de café.


Escucho ruidos y le veo en su oficina.


Somos los únicos en el edificio. Dos luces en el interior. Lo veo pasar una mano por su cara y levantar la cabeza, y yo bajo la mía para que no se dé cuenta de que lo estaba mirando.


Mi estómago se retuerce mientras oigo pasos.


La energía de Pedro comienza a envolverme, y siento mis latidos empezar a acelerar mientras le escucho agarrar la silla del cubículo de Marcos de mi lado y traerla para sentarse a mi lado.


Pone su café junto al mía, y una carpeta, y sus gafas de lectura—. ¿No hay café? —Levanta mi copa vacía.


—Si tomo una más nunca voy a dormir otra vez en mi vida —gimo, y se ríe, una risa agradable, y toma mi copa y se va para llenarla.


La pone en el mismo lugar que antes. Al lado de la suya.


Luego toma el asiento a mi lado, y no puedo concentrarme ni un momento. Soy súper consciente de él, de que no hay nadie más en el edificio, excepto nosotros.