martes, 22 de enero de 2019
CAPITULO 13
A la mañana siguiente, mi alarma sonó a las cinco en punto. Antes de unirme a la campaña de Pedro Alfonso, hacía ejercicio a las siete y estaba en el trabajo a las nueve. Ahora tengo que estar en el trabajo a las siete y media, y como quiero un buen comienzo, me levanto temprano, me lavo la cara, me pongo los pantalones de correr y camiseta de manga larga, agarro mi teléfono, auriculares, una chaqueta, y salgo.
El sol se asoma a través de un par de nubes grises mientras sigo por mi sendero para correr favorito, uno que pasa por los monumentos de Washington. El día es demasiado sombrío para admirar la vista, y casi me gustaría haberme quedado en la cama.
Veo un destello de movimiento por el rabillo del ojo y desde detrás de una esquina en la distancia aparece un perro, trotando feliz hacia mí. Él me ladra, luego se sienta delante de mí, todo atento y excitado. Al ser una persona de gatos, mi relación con los perros ha sido inexistente, por lo que no sé qué hacer con la criatura, excepto tratar de conseguir que se calme. Mientras agarro el final de su correa, algo oscuro me llama la atención, y levanto mi cabeza.
Estoy en el medio del camino, parpadeo, teniendo dificultades por la sorpresa de ver a Pedro Alfonso caminando hacia mí con una camisa de correr roja y pantalones cortos de color azul marino.
Su cara muestra una combinación entre un ceño fruncido y una sonrisa. Se ve sorprendido y divertido al verme, y estoy sorprendida.
Su camisa se amolda a su piel, revelando la preciosa definición de su pecho. Es tan resistente y al mismo tiempo tan elegante, es difícil pensar con claridad.
Mi corazón late a mil por hora—. Qué raro verte por aquí —dice.
—Sí raro. —Sonrío, mi garganta está seca mientras se detiene delante de mí.
Y entonces comenzamos a caminar, juntos, y él está mirando mi perfil mientras el sol besa cada centímetro de su rostro.
Su perro camina felizmente junto a él, y me resulta divertido ver la forma en que mira hacia arriba devotamente a Pedro. Pedro se vuelve hacia mí.
—Veo que has conocido a Jack.
—Jack —repito, sonriéndole al perro.
—Tiene la mala costumbre de saludar a todo aquel que encontramos en el parque.
—Apuesto a que las personas terminan terriblemente excitados cuando se enteran de quién es el dueño del perro.
Sus cejas se elevan. No puedo creer que haya dicho eso en voz alta. Comienzo a reír y digo rápidamente—. Tengo un gato. Doodles. No es como Jack; odia a los extraños. Espero que no me considere uno también un día, se está quedando con mi madre porque casi no estoy en casa.
Seguimos caminando en un silencio cómodo, bueno, no es tan cómodo, supongo. Soy demasiado consciente de su presencia. Lo alto que es comparado conmigo.
—Entonces, ¿qué te hizo ir a Georgetown? ¿Y convertirte en una abogada de mujeres? —Me pregunta.
Estoy sorprendida de cuan realmente interesado suena. Por la forma atenta en la que me mira mientras espera.
—Quiero asegurarme de que se conozcan los derechos de la mujer. —Me encojo de hombros—. ¿Qué pasa contigo? Sé que estudiaste leyes para hacer funcionar tu imperio.
—En serio. ¿Dónde has escuchado eso?
—En la prensa.
Él me da una sonrisa, luego, se ríe y niega con la cabeza en reprimenda.
—Creo que ya deberías saber que no hay que escucharles. —Su sonrisa se desvanece, se pone serio y añade—. No, en serio. Admiro el hecho de que entraste al servicio público. ¿Qué te inspiró a cambiar el mundo?
—No sé —empiezo, reflexiva—. Cada verano durante la universidad, fui en viajes misioneros. Me encantó conocer a todas estas personas y me gustaba ayudar. Especialmente a las mujeres: es difícil imaginar cuando se vive en un país del primer mundo el tipo de cosas a las que las mujeres de todo el mundo todavía están sometidas. Me dio ganas de hacer algo por los demás. ¿Y tú, señor Alfonso? ¿Qué te inspira? —le pregunto.
—Caminar a tu lado y verte hablar.
Mi respiración se contiene, y noto que sus ojos brillan como un satén negro y hermoso, y me doy cuenta que está coqueteando conmigo, y soy una bola de fuegos artificiales dentro de mí—. Así que cuéntame sobre P —dice.
Estoy confundida—. ¿Politica?
—Paula. Vamos.
Me río mientras él sólo muestra su más minúscula sonrisa y siento que mis mejillas se sonrojan—. Bueno, fui a Georgetown, pero ya los sabes. —Le doy una mirada significativa—. Mis padres querían que fuera a Georgetown. En el momento en que me gradué dijeron, debes entrar en política ahora. Pero sabían que mi objetivo era trabajar para el servicio público, así que ahí es a dónde fui… —Sigo pensando para ver qué más puedo compartir.
Todavía no puedo creer que dijo mi nombre con la letra P…
—Todo el mundo piensa que soy una buena chica. Nunca he hecho nada malo; simplemente nunca he querido a mis padres - Le miro tímidamente indicándole que es su turno.
—Estudiante de derecho. Como ya sabes. —Me lanza una mirada astuta—. Soy el chico malo, pero no soy realmente tan malo. Todo siempre es exponencial cuando los medios lo explican. Al crecer, en realidad, había muy pocas personas en mi vida de las que podía estar seguro que no irían a los medios de comunicación con la historia una noche más tarde.
Estoy sorprendida por esto, un poco abrumada al darme cuenta de cuán difícil debe ser tener tu vida siempre bajo escrutinio. No sé si podría hacerlo alguna vez.
—Estaba tan nerviosa cuando nos conocimos. Durante años he tenido una imagen de ti en mi pared.
—¿Lo hiciste, en serio? —Canturrea, con una risa grave y retumbante.
Me río.
—Mi madre me permitió dejarlo simplemente porque probablemente me ayudó a mantenerme alejada de los chicos y, bueno, soy hija única. Realmente siempre trataba de ser buena.
—Mi padre era senador antes de ser Presidente. Crecí como hijo único, así que sé exactamente lo que se siente al ser la niña de los ojos de tus padres.
Sonrío.
—Excepto que también eres el hijo del ex-Presidente ahora. Lo que debe ser doblemente difícil porque eres el niño de los ojos del público, también.
—En realidad no —frunce el ceño mientras piensa en ello.
—Me he divertido mucho con las cartas de tus fans. Disfruto incluso las locas. ¿Sabes que has recibido diversas propuestas de matrimonio en las últimas cuarenta y ocho horas?
Pretende poner cara de sorpresa y cruza los brazos como si estuviera súper interesado. —Espero que las haya rechazado.
—Por supuesto. A lo largo de la campaña y la presidencia, estarás irremediablemente solo. Carlisle nos informó a todos.
Sólo me da un vistazo de la más simple contracción sexy de sus labios y después mira adelante, pensativo.
—Yo no sería el primer Presidente soltero, sabes —dice mientras me mira de nuevo con un encogimiento casual de su hombro—. James Buchanan ya tuvo ese papel. —Su ceño crece—. No fue un buen Presidente. Pero estuvo soltero hasta el final. —Sus labios se mueven.
Mi curiosidad se despierta.
—¿Qué hizo? —Pregunto.
—Más bien que no hizo. —Su ceño se profundiza—. Su incapacidad para adoptar una posición firme sobre la esclavitud y detener la recesión nos condujo directos a la guerra civil.
Nos quedamos mirándonos el uno al otro con una intensidad que casi hace encogerse a los dedos de mis pies.
Hay una suave brisa y me doy cuenta de que mi camisa está pegada a mi piel, y su presencia hace que mis pechos se sientan pesados.
Miro hacia abajo y mis ojos se abren cuando me doy cuenta de que mis pezones están totalmente mostrándose —más duros que pequeños rubíes.
Cruzo los brazos, y Pedro sonríe.
—Hice que tus pezones se endurecieran ese día en la campaña de salida también.
—Oh guau. Bueno, mis pezones no eran las únicas cosas que se volvieron más duras ese día, diría.
—No sabes ni la mitad.
Gimo y pongo mis ojos en blanco, riendo por dentro, pero odiando cuánto se han mostrado mis pezones ahora.
Estoy tan nerviosa que me caigo. Él me atrapa, sus reflejos son rápidos como un relámpago mientras su mano coge mi codo para mantenerme sobre mis pies, y de repente no puedo respirar. Estoy sorprendida por cuanto tenemos en común, y por la manera en que me ayuda a encontrar mi equilibrio y después, de alguna manera, me atrae un poco más —más cerca de él.
Levanta la otra mano y pone un mechón de pelo detrás de mi frente, con los ojos tan oscuros como siempre.
El deseo me inunda mientras nuestros cuerpos conectan, mi frente contra su frente, y lo puedo sentir. Puedo sentir lo grande que es, qué tan grueso y duro, latiendo contra mi abdomen.
Y en este momento Pedro Alfonso, mi enamoramiento de toda la vida, el hombre vivo más sexy, el candidato más caliente de la historia de Estados Unidos, se vuelve tan real para mí. Muy real. Puedo sentir el calor de su cuerpo a través de la tela húmeda de nuestras camisas. Le puedo oler, una esencia de jabón y lluvia, y le veo como un chico, un chico muy caliente con un destino extraordinario que cumplir.
Siento algo que salta para lamer mi mejilla, tiro de mi brazo y doy un paso atrás, sorprendida por el beso del perro.
—Mierda —respiro, riéndome.
—¡Jack! —Una maldición fuerte le sigue, y siento a Pedro enderezarme y luego poner distancia entre nosotros—. Lo siento. ¿Estás bien? —Pregunta. Se sacude el pelo hacia atrás como si tomase impulso antes de empezar a caminar de nuevo, y la electricidad hormiguea por mi cuerpo. Asiento rápidamente. Estoy muy, muy nerviosa—. Sí. Lo siento dije mierda.
—¿Por qué? —Sus labios se vuelven una mueca—. No.
Me río, sin creer que estaba olvidando quién era, atrapada en el momento de su cercanía, de lo mucho que lo deseo —dándome cuenta de que, lo quiera él o no, su cuerpo responde también al mío.
—Será mejor que me vaya antes de llegar tarde. No me gustaría que el jefe se enfade conmigo.
—El jefe nunca podría enfadarse contigo.
Su tono es serio, pero sus ojos centellean, y todo mi cuerpo se enrojece bajo su mirada. —Adiós, Pedro—digo, levantando mi mano un poco torpe saludándole antes de abrirme camino a través de la hierba y dirigirme a la acera.
Esa noche, mis padres me invitan a cenar, y no puedo dejar de pensar en Pedro y su enérgico Jack y las conversaciones que tuvimos acerca de su infancia y la mía. Entonces pienso en el día que nos encontramos, y el Presidente, y su muerte.
Le pregunto a mi padre por qué cree que no había ninguna información concluyente sobre el asesinato del Presidente Alfonso.
—El asesino nunca fue atrapado. —Se encoge de hombros—. Una teoría es que fue un acto terrorista debido a la visión liberal del Presidente Alfonso; otros dicen que fue una conspiración entre los partidos.
Frunzo el ceño con preocupación.
—¿Estás preocupada porque Pedro pueda estar en peligro? —pregunta.
No puedo dejar de mirarlo con una expresión de preocupación.
Él suspira.
—Va a estar bien, siempre y cuando abra esa lata de gusanos.
Frunzo el ceño aún más.
—Pedro no me parece que sea un hombre que no abrirá una lata de gusanos, especialmente si se siente fuertemente inclinado a ello.
Niega.
—No te preocupes por las cosas que no puedes controlar. Hazlo lo mejor que puedas y mantén tu cabeza baja —esa es la única manera de salir adelante en la política. De otro modo, cualquiera que sea alguien va a ver tu cabeza apareciendo y la va a empujar hacia abajo.
—Pero yo no quiero estar en la política.
Él ríe.
—Estás en ello ahora.
—Estoy allí sólo porque…
—Tienes una debilidad por los Alfonso, lo sé. La gente en las noticias está sorprendida por que estés participando. La buena de Paula, encandilaste a Pedro esa noche, ¿no? Incluso al Presidente Alfonso. Ellos también tienen debilidad por nosotros. —Sonríe melancólico, con los ojos tristes por los recuerdos.
—¿Sabes porque más tiene Pedro debilidad? ¿Aparte del país? Su perro —digo, recordando esta mañana, mientras recojo a Doodles de mis pies, la pongo en mi regazo, y acaricio su frente, escuchando su feliz ronroneo.
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