martes, 22 de enero de 2019
CAPITULO 14
A la mañana siguiente, tomo un baño, me cambio rápidamente, y me detengo en una tienda de mascotas en un impulso para hacer una compra. No sé porqué quiero hacer esta compra en particular, pero mi madre siempre ha sido del tipo de mujer que tienen pequeñas sorpresas dulces para mi padre. No sé si es su manera de decir gracias por algo bueno que él hizo o simplemente la forma en que la hacía sentir. Quiero conseguir algo para Pedro, pero sé que no sería adecuado. Pero cuando el deseo de darle a Jack alguna pequeña cosa me golpea, decido no luchar contra ella.
Una vez que llego a la oficina de la campaña, salgo del ascensor y veo a Pedro en el pasillo. Inmediatamente mi cuerpo responde: mi pulso salta, mis pezones se aprietan y mi coño se contrae.
Lleva pantalones vaqueros oscuros y un suéter de cachemira gris oscuro de aspecto suave que contrasta notablemente con el pelo oscuro. Está hablando con su mánager web de la campaña cuando me ve. Se detiene a mitad de frase, y mi corazón tartamudea cuando me sonríe.
Sus ojos se ven más cálidos y hay algo más en su mirada, casi como protectora.
Continúa hablando con el chico que —rebosando positivamente esa confianza que parece aferrarse a él como una segunda piel— y me dirijo a mi silla. Exhalo y echo un vistazo alrededor de mi escritorio, diciéndome que tengo que ponerme al día.
Aquí todo el mundo es inteligente, va a la velocidad del rayo, y tiene ganas de trabajar, la mayoría de ellos son confiados. Un poco más experimentados que yo, también.
Los he visto responder sin esfuerzo una llamada tras otra, una carta tras otra, un correo electrónico tras otro. Me pongo sentimental con estas cosas. Me he encontrado necesitando una caja de pañuelos de papel para cubrir mi respuesta cuando leo las cartas.
Después de todo un día, y todavía no sé cómo responder a la carta de este pequeño.
Me he ocupado de la mujer en la fundación de mi madre, pero nunca de ninguna persona menor de dieciocho años. Hay algo acerca de alguien más joven que tiene dificultades que me llega doblemente.
—Lee esta carta —le digo a Marcos, cuya mesa está a unos pocos metros de distancia de la mía.
—¿Qué pasa con ella?
—Me gustaría preguntarle a Pedro si podría intentar visitarle…
—¿Qué? De ninguna manera. Él tiene cuatrocientos compromisos para hablar esta semana. No tiene tiempo para todo y todos. Tenemos miles de cartas como esa en estas pilas. Sólo responde y ves a por la siguiente.
Camino a mi escritorio, descontenta con la sugerencia de Marcos.
Se inclina en su silla y mira en mi cubículo por un momento, y estoy segura de que estaba tratando de echar un vistazo a mis tetas mientras me inclinaba para llevarme mi silla.
—¿Qué importa pedírselo? Es sólo uno entre miles —me pregunta, poniendo sus ojos en blanco.
Sacudo la carta en el aire.
—Es importante para éste.
Volviendo a las cartas en mi escritorio, la dejo a un lado y agacho la cabeza para seguir respondiendo a mano.
Estimada Kim,
Pedro está muy conmovido por tu carta y le gustaría que recibieras sus mejores deseos en tu graduación. Por favor, acepta este conjunto de marcadores de libro así como las más sentidas felicitaciones de Pedro y su equipo de campaña. Estoy segura de que podemos esperar grandes cosas de ti en el futuro. Saludos Cordiales, Paula Chaves, asesora de campaña.
Unas pocas horas después, Carlisle nos convoca a una reunión. Cojo una libreta amarilla y me levanto para seguir a mis compañeros de trabajo hacia la sala de conferencias.
Pedro está observando cada paso mientras entro en la habitación donde nos informan de la nueva estrategia de campaña. Cuando todos se van, los nervios se comen las paredes de mi estómago cuando voy a mi escritorio, cojo mi compra de esta mañana, y me dirijo a la esquina del edificio donde Pedro ha escogido su oficina.
Él ya está detrás de su escritorio cuando entro.
—Te traje un regalo.
Se inclina atrás en la silla y nos miramos, y la mera forma en que me mira hace que mi estómago se cierre y mi sexo se apriete.
—No es para ti, es para Jack. —Tartamudeo mientras lo explico.
Se asoma a la caja, ve el collar con el colgante de metal unido, y lo levanta en una mano.
—Un collar anti pulgas. —Toca el collar anti pulgas con un dedo—. Gracioso.
Aprieto mis labios para no reírme.
—¿Cómo estás esta mañana? —Pone el collar contra pulgas a un lado en su escritorio, en el que tiene una foto de su padre, su madre, y de él mismo.
—Estoy absolutamente fabulosa, señor Hamilton —digo efusivamente, presionando las carpetas contra mi pecho.
—Pedro —Enuncia claramente cada letra.
—Pedro—digo.
Su sonrisa llega hasta sus ojos—. Buena chica, has obtenido una A hoy.
—Tú una de matón. Pedro.
Me giró, y cuando miro por encima de mis hombros, él está cogiendo un par de gafas para leer y mirando la propuesta de Carlisle.
Se ve elegante, tranquilo e intelectual mientas lee con sus gafas puestas, con aire ausente pasando sus dedos por su cabeza. Ahí es cuando le veo levantar su cabeza y mirar el collar que compré para su perro, sus labios curvándose.
Sólo un poco.
He visto a Pedro en la sede de campaña todos los días. Al principio sonreía y me miraba directamente, pero últimamente parezco invisible para él. Mira por encima de mi hombro cuando le pregunto algo, respondiendo cortante con comentarios como: — Es bueno, lo aprecio.
Ayer, su mirada cayó a un pasador que llevaba puesto y que fue puesto a la venta en la conmemoración de la presidencia de su padre, un círculo de oro con un águila en él y un lema latino grabado debajo. Lo compré en el momento en que salió y la edición limitada se agotó en cuestión de horas. La oscura mirada en sus ojos me confunde. Parece disgustado, o casi. Coge la carpeta que le doy y se aleja, mirándola mientras se dirige a su oficina.
Tras ese encuentro, voy al baño. Reviso mi ropa; no está arrugada o manchada. Paso mis manos por mis pantalones y camisa, tocando el pasador de mi cuello. Me siento insegura. ¿Tal vez piensa que mi cara es lamentable? ¿Tal vez el fantasma de su padre estaba detrás de mí? ¿Tal vez esté satisfecho con la mala prensa que estoy recibiendo?
Cuando salgo, está hablando con Alison —y mirándola fijamente a los ojos— me doy la vuelta y tomo el camino largo hacia mi cubículo.
De vuelta en mi asiento, mi ordenador en suspensión me mira sin nada en la pantalla.
He tratado tanto para colaborar y ser eficiente, y estoy decepcionada porque claramente no está feliz con mi trabajo.
—No te burles de mí —le digo a la pantalla mientras agarro una pila de cartas y continúo leyendo.
Tantas peticiones. Tantas personas esperan el cambio. Tantas personas quieren un pedazo de Pedro Alfonso.
Mis ojos están cansados. He tomado unas cinco tazas de café.
Escucho ruidos y le veo en su oficina.
Somos los únicos en el edificio. Dos luces en el interior. Lo veo pasar una mano por su cara y levantar la cabeza, y yo bajo la mía para que no se dé cuenta de que lo estaba mirando.
Mi estómago se retuerce mientras oigo pasos.
La energía de Pedro comienza a envolverme, y siento mis latidos empezar a acelerar mientras le escucho agarrar la silla del cubículo de Marcos de mi lado y traerla para sentarse a mi lado.
Pone su café junto al mía, y una carpeta, y sus gafas de lectura—. ¿No hay café? —Levanta mi copa vacía.
—Si tomo una más nunca voy a dormir otra vez en mi vida —gimo, y se ríe, una risa agradable, y toma mi copa y se va para llenarla.
La pone en el mismo lugar que antes. Al lado de la suya.
Luego toma el asiento a mi lado, y no puedo concentrarme ni un momento. Soy súper consciente de él, de que no hay nadie más en el edificio, excepto nosotros.
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