martes, 29 de enero de 2019

CAPITULO 38





Más tarde esa misma noche, me encuentro con mis amigos en el mismo bar donde celebramos mi cumpleaños hace meses. 


—Alfonso ganará —dice Kayla durante la cena—. Tiene mi voto. ¡Y sé que tiene el tuyo!


Me río, diciendo—: Por supuesto.


Frunce el ceño. 


—Espera. ¿Qué? ¿Tiene más que tu voto?


Me río, pero, oh dios, no es para nada divertido.


¿Cómo pude dejar que esto pasara? Había tenido miedo de que pasaría, y me admití que esta era principalmente la razón por la que dudaba en unirme a su campaña.


Pero… no puedes controlar de quién te enamoras.


Excepto que una parte de mí cree que se puede, que fue un error por mi parte caer de la forma en que he estado cayendo, que sé que no puede ir a ninguna parte. Pero aun así lo quiero. Y pienso en él. Y a pesar de que me he preguntado si he
dejado que las cosas fueran demasiado lejos, si quizás debería renunciar antes de que empeoren, me he quedado.


Deseando hacer la diferencia. Deseando… estar con él.


Miro a Kayla, y ella tiene a un buen tipo; a ella es a la que llevan a casa por la noche, la que tiene un trabajo que ama y unos padres que no se preocupan por si es una maestra o si toca la guitarra (en realidad hace ambas cosas).


Tengo un trabajo temporal, un hombre al que nunca podré realmente tener, y si mi madre se da cuenta de que estoy peligrosamente atraída por Pedro, va a preocuparse. Ellos me querían en los brazos de un político prometedor, es cierto, pero no el candidato para la presidencia, el cual todas las mujeres del país creen que les pertenece a ellas.


Juré que nunca sería la chica de un político —o te engañan con otra mujer o con sus trabajos, o los verdaderamente malos engañan a los votantes que los ponen en sus tronos.


Pero no importa lo desagradable que me resulte todo, vivo en D.C. Vivo y respiro política. La política me ha dado de comer toda mi vida, me ha dado una carrera. La política es ahora mi trabajo.


La política está en todos los poros y células del hombre que consume mis sueños.


El hecho de que esté motivado y sea la persona menos corrupta del mundo político ahora mismo sólo añade a su atractivo, mi admiración y mi respeto. Mi deseo de permanecer a su lado hasta el final es demasiado grande, sin importar cuánto le duela a la chica dentro de mí que sólo quiere a un chico a quien amar y que él la ame también.


Esa noche me meto en mi cama en mi pequeño apartamento, dándome cuenta de lo sola que estoy en realidad cuando todo a mi alrededor está tranquilo. La campaña es agotadora. 


También es estimulante y enriquecedora.


Nos hemos reunido con cientos de miles de personas. Tienes la oportunidad de ver todas las variedades, todas las etnias que hoy conforman a los estadounidenses. Tienes la oportunidad de ver el valor, el sufrimiento, la esperanza, la cortesía, la grosería, la ira, la desesperación, todo lo que es América.


La tristeza es cuando no oyes a los que tienen dolor hasta que están llorando. No escuchas a los que sufren, porque a veces son los más silenciosos.


Al día siguiente, todos estamos reunidos en el búnker preparándonos para ver los resultados de las primarias. Y le extraño.


Echo de menos su energía y la pasión que siento cuando estoy cerca de él. Echo de menos viajar con él, cuando me pide favores, como llevarle el café, y echo de menos las miradas concentradas que tiene cuando se pone sus gafas y lee los horarios que le llevo o los documentos que me pide que le imprima.


Esta noche, casi un centenar de miembros de nuestro equipo están aquí, viendo la televisión de pantalla plana en una de las salas de medios, mientras vemos las últimas primarias. Los dos hombres en cabeza de los partidos son el Presidente demócrata Jacobs, y el republicano Gordon Thompson.


Presidente Jacobs. La única cosa buena que ha hecho por nuestro país todavía tiene que hacerla, que es salir de la oficina y dejar que alguien más competente y con mejores ideas entre.


Gordon Thompson. Quiere aumentar el presupuesto militar mientras reduce el gasto en programas sociales. Parece muy favorable a la guerra.


Y claramente interesados en la audiencia que Thompson parece atraer, los medios de comunicación han estado repitiendo sin parar lo que está escribiendo en su blog, lo que pone en Facebook y lo que dice por televisión —cuando Pedro llega.


Se encuentra con mi mirada. Nuestros ojos parecen estar mirándose durante una eternidad.


Pedro deja de mirar sólo cuando todo el mundo empieza a saludarle. Los saluda amigablemente y luego se sienta a mi derecha.


Las luces disminuyen —y después se apagan.


La televisión se enciende y todo el mundo calla, viendo y escuchando las especulaciones sobre quiénes serán los candidatos demócrata y republicanos.


Y estoy tratando de seguirlo, excepto que soy súper consciente de Pedro sentado exactamente a cinco centímetros de mí. Soy consciente del calor de su cuerpo. Y me sorprende el camino crepitante de fuego en mis venas porque él está tan cerca. Su limpia fragancia masculina hace que mis pulmones duelan. No puedo sacarme la sobrecogedora urgencia de acercarme. Me inclinó un poco hacia atrás en su lugar. Respiro, y luego me doy cuenta de que se acaba de girar para mirarme.


Está mirándome a la cara como si la estuviera marcando en su memoria, y parece que le frustra porque se pasa una mano inquieta por su nuca.


Se pone de pie y va a buscarse café, y luego se para a unos pasos a mi derecha, mirando a la televisión, con el ceño muy fruncido.


Se ve tan bien.


Hemos estado en una niebla de campañas en salones de recepción, institutos y gimnasios de colegios, corriendo hacia el día de las elecciones. Las cosas se pondrán aún más intensas a partir de hoy, estoy segura de que vamos a pasar unos meses lejos de D.C.


Y de repente no sé si puedo hacer esto. Si puedo vivir con este pequeño dolor implacable mientras viajo con él, verle besar bebés y sostenerlos genuinamente de verdad porque quiere, no porque es buena prensa.


A medida que la noticia continúa, él aparece en la pantalla. Su cabeza con su mata de pelo alborotada y con reflejos. La titularidad que se refleja en su vestimenta informal sólo le hace destacar más. 


—El buen juicio, impulso y disciplina de Pedro Alfonso serán fuertes armas contra los candidatos republicanos y demócratas —está diciendo el locutor antes de ir de nuevo a mirar los resultados.


Así que aquí estamos, viendo los primeros resultados mientras presuntos nominados para los partidos opuestos son nombrados.


Ninguna sorpresa ahí —Jacobs y Thompson. Aunque Hessler todavía parece sorprendido, parece.


—Que mierda. Uno es tan chapado a la antigua como un jodido sacerdote. Y no me hagas empezar con el otro. No hay suficientes corrales en el país para contener la mierda que saca —les grita Hessler a los oponentes.


Todos parecemos mirar a Pedro para saber su opinión.


Pedro se pasa las manos por el cuello, con el ceño fruncido, pensativo. —Nuestro gobierno mantendrá a quien sea que gane. Esa es la belleza de nuestro sistema.


Hessler resopla. 


—Mientras no se pongan cómodos con la idea de emitir una tonelada de órdenes ejecutivas.


Pedro sonríe a eso, entonces se queda mirando la televisión, pensativo, obviamente sopesando las virtudes y defectos de sus oponentes.


Me pongo de pie y me dirijo a la zona de la cocina fuera de la sala de proyección y tengo que pasar por al lado de Pedro. Él no se mueve para dejarme pasar. Su mirada se oscurece mientras me acerco, y alarga la mano impulsivamente hacia mi cuello.


Suavemente se pone su dedo en mi pasador del águila que llevo en el escote. Acaricia el águila con la yema de su pulgar. Una vez, eso es todo, sus ojos brillando con orgullo mientras lo hace.


Aguanto la respiración. Busca en mi expresión con curiosidad. Y su sonrisa decae. Todavía está sosteniendo mi pasador. Tengo miedo de que pueda ver que estoy casi jadeando —¡maldito cuerpo! Hay un huracán de mariposas en mi estómago y tengo miedo de que este chico —tan jodidamente perceptivo todo el tiempo— pueda verlo también.


Con nerviosismo voy hacia atrás, y el movimiento hace que deje caer su mano. 


Finalmente se mueve para dejarme pasar, y Marcos de repente me sigue para conseguir un refresco.


—¿Pasa algo con vosotros dos? —Pregunta.


—Sí —le digo, molesta cuán entrometido es—. Nada.


—Bueno. ¡Uf! Estaba preocupado por un momento.


Aprieto los labios y saco una botella de agua de la nevera pequeña.


—Todo el mundo habla sobre todo aquí —todas esas llamadas de chicas diciendo que son Paula y que quieren hablar con Pedro.


—Tal vez sus nombres son Paula. —Cierro la nevera y abro la botella.


—¿Tres docenas? De ninguna manera. —Niega y mueve sus cejas—. Sólo hay una Paula en lo que a mí respecta… y por desgracia, también hay una sola Paula en lo que se refiere a Pedro. No puede dejar de mirarte.


—Marcos… no pasa nada.


Sonríe, y apoya un codo en el pomo de la puerta.


—Bueno. ¿Quieres salir conmigo este fin de semana?


—¿Disculpa?


—Una cita. —Sonríe.


Dudo, luego me doy cuenta que Pedro sigue estando unos pasos detrás de él. Estaba hablando con Carlisle, pero ahora me está mirando.


Si estoy decidido a sacarlo de mi sistema y también anular cualquier rumor sobre nosotros, una cita es lo que necesito. Hay otros peces en el mar, no hay necesidad de ir a por el gran tiburón blanco. Pero todo lo que puedo decir es—: No hasta que ganemos.


Luego en silencio salgo y vuelvo a la sala de proyección, bebiendo agua.


La multitud se dispersa pronto, y me encuentro luchando contra el impulso de quedarme y preguntarle a Pedro sobre su fin de semana. Me dirijo a los ascensores con la multitud, haciendo mi mayor esfuerzo para ir a casa.


Pedro frunce el ceño cuando le paso sin decirle nada. Se mueve bruscamente para detenerme, tomándome por el codo. 


—Oye.


Miro hacia arriba y alrededor, preocupada de que alguien nos haya visto. Pero todos se han metido en los ascensores.


Nos miramos el uno al otro, y hay miles de mensajes en su mirada que no puedo descifrar pero que de alguna manera se sienten, en mi vientre, como una maraña de alambre eléctrico.


Labios, sus labios se elevan hacia arriba de una manera adorable que trato de no notar, Pedro me indica que vaya hacia adelante. Cuidadosamente camino con él. Tiene tanto poder que no es sólo una persona, es una presencia.


Sonríe, un pequeño brillo travieso en sus ojos como si supiera… todo.


Me frunce el ceño y abre la puerta de su oficina. 


—Después de ti, señorita Chaves.


Sonríe como un caballero, pero su mirada es la de un hombre de las cavernas travieso mientras avanzo al interior y cierra la puerta detrás de él.


Respiro buscando coraje, pero hay una cosa acerca de su oficina aquí en la sede. La mitad superior es de cristal, y cualquier persona que regrese al edificio nos podría ver.


Mi corazón late locamente mientras le oigo acercarse desde atrás. Desliza una mano alrededor de mi cintura y me tira hacia atrás contra su pecho. 


—Mmm. Tu pelo huele bien.


Exhalo.


—Siempre diferente —añade en el último momento.


—Siempre estamos cambiando de hotel; estoy a merced de lo que hay en mi habitación.


—Esto es real, sin embargo. Esto es tuyo —murmura.


Se apodera de mis hombros. Sus manos curtidas, largos dedos que me dan un delicioso pequeño apretón.


Intento suprimir mis reacciones mientras me gira en su agarre y levanto mis ojos a su cara, me mira en silencio, como si tratara de entenderme.


—Así que Marcos —dice, sus ojos escaneándome.


—¿Qué Marcos?


Levanta sus cejas con intención.


—Ah, te refieres a Marcos.


—Marcos Conelly. —Sus ojos mirando hacia la puerta, después a mí—. ¿Qué es lo que quiere contigo?


—Nada. No es más que un amigo.


—¿Estás segura?


Hay un pequeño zumbido extraño en mi cuerpo cuando veo los remolinos turbulentos de oscuridad en sus ojos.


¿Está Pedro Alfonso, el hombre que lo tiene todo, el mundo a sus pies, celoso?


El ángulo de su mandíbula parece casi tan agudo como siempre. 


—Estoy segura. Nada está pasando todavía.


—¿Todavía?


—Quiere una cita, pero quiero concentrarme primero en la campaña. No le he dicho que no de plano porque estaba… especulando sobre nosotros.


—Ya veo.


Quiero saber lo que está pensando, pero no sostiene mi mirada y sólo me mira.


—Es demasiado viejo para ti —declara finalmente.


—Es un año más joven que tú —contrarresto.


—Está divorciado. Totalmente fuera de liga para ti.


Me encojo de hombros. 


—Tengo otras opciones. Mi amigo Alan ha estado tratando de hacer que las cosas entre nosotros vayan en serio durante años.


Sus ojos se abren.


 —¿No sé puede ganar esto contigo? —Se ríe y se pasa los dedos por su pelo, con el ceño fruncido en una mezcla de diversión y desconcierto.


Aunque Pedro parece tranquilo, temo que haya algún tipo de tempestad que esté acechando en su mirada. Algo que se mantiene firmemente bajo control.


Me quedo callada mientras peleo contra un millar de cosas que quiero decir o hacer. Le he echado de menos. He echado de menos su cara y cómo huele y la forma en que la oficina zumba cuando está aquí. He echado de menos despertar con mi estómago enredado simplemente porque sé que le veré. Tampoco me gustan estos sentimientos, pero es difícil alejarlos cuando está simplemente… ahí. Más fuertes que nunca cuando está cerca.


—¿Por qué estás siquiera considerando salir con él?


—Porque —Echo un vistazo en la distancia, y luego susurro—, podría ayudar a disipar cualquier rumor entre nosotros. Y porque… estás bajo mi piel, Pedro.


Hay un silencio.


Me quedo quieta incluso cuando todos mis instintos me dicen que me aleje y no mire atrás.


—No salgas con él. —Espera un momento, después añade—. Con ninguno de ellos.


Me atrae hacia su pecho, negando desaprobadoramente.


Dudo, después me inclino hacia delante y pongo mi mejilla allí. Gira la cabeza hacia mi pelo e inhala. Luego acaricia mi nariz y pasa su pulgar por mis labios. Presiona gentilmente mi labio inferior para abrir mi boca y pasa su pulgar por mi lengua.


Mis ojos se cierran. Chupo su pulgar y luego cojo su mano y la giro para besar su palma. Su agarre se aprieta, y después baja su cara, su mandíbula, que tiene una ligera barba, me roza mientras presiona sus labios contra los míos.


Gemimos mientras nuestras lenguas se tocan, una y otra vez.


Cojo su camiseta en mi puño. Desliza su mano para acunar mi trasero y me acerca más mientras me abre con su boca y me besa de nuevo.


Gimo su nombre.


Pedro.


Aparta sus labios y me mira, respirando con dificultad. La realidad viene a mí lentamente. 


Estamos en la sede, con el vidrio que nos rodea. 


Estoy besando al Príncipe de América.


El Presidente Jacobs. Thompson. Saltarían sobre todo esto.


Pedro parece saber lo que estoy pensando.


—El tipo para el que haces campaña, no sé cómo no ser él. Eso es lo que todo el mundo espera de mí. —Toca mi mejilla con sus dedos—. Pero contigo es diferente.


Exhalo cuando sus palabras entran en mí. Lo que quiere decir es que en la oscuridad de la noche, él no quiere ser Presidente, o Pedro Alfonso.


Quiere ser un hombre capaz de perder el control sin tener una historia al día siguiente en los medios de comunicación.


Quiero abrazarlo, y quiero decirle que me encanta la forma en que pierde el control, y que me encanta el hecho de que lleva todas las expectativas que el mundo ha puesto sobre él, sólo porque sabe llevar el apellido Alfonso realmente bien.


En lugar de eso simplemente le pido que me lleve a casa, preguntándome si un hombre tan aislado como Pedro alguna vez ha dejado bajar su guardia con alguien.


—Haz que no nos sigan. Quiero llevar a Paula a casa —le dice Pedro a Wilson después de que entramos en el coche, y Wilson hace unos pocos movimientos —metiéndose en algunos aparcamientos subterráneos para deshacerse de los perseguidores antes de aparcar delante de mi apartamento.


Pedro me sigue dentro de mi edificio.


Su cara está seria, y se ve pensativo.


—Si todavía está pensando sobre la cosa de Marcos, ahora sabes cómo me siento viendo a un millar de hermosas mujeres lanzándose sobre ti.


Se ríe, a continuación, pasa su mano por su cara. 


—Estoy celoso. Soy lo suficientemente hombre como para admitirlo. Estoy celoso de cualquier tipo que te pueda llevar en una cita, caminar por la calle contigo del brazo.


Mis ojos se abren ante la confesión.


¿Pedro Alfonso celoso de cualquier tipo normal?


Siento que no puedo comparar nada con la deliciosa corriente eléctrica que sus palabras envían a través de mí.


Me estoy derritiendo por mis muslos, hasta mis dedos de los pies, mientras camino hacia mi apartamento.


Una de mis vecinas aparece.


—Paula, yo…


Pedro se gira.


Mi vecina tartamudea—. Oh guau.


—Encantado de conocerte. —Pedro sonríe con facilidad, y los ojos de mi vecina no pueden estar más grandes.


Pedro me envía una mirada interrogativa, y rápidamente digo—. Pedro, mi vecina Tracy.


—¡Un placer, Pedro! —Grita mi vecina.


Pedro la saluda y luego le muestro el camino a mi apartamento—. La documentación está aquí, el señor Alfonso —digo mientras le hago entrar rápidamente al interior, asegurándome de que Tracy escucha y rogando porque eso la mantenga aplacada. Una vez que estamos dentro le digo enfáticamente—. Exactamente mi punto. Sobre las chicas o lanzándose a ti o cayendo al suelo por ti.



CAPITULO 37




El siguiente fin de semana, Pedro visita a su abuelo en Virginia.


Estoy medio contenta por la distancia. Nos estamos hundiendo demasiado. Aunque una parte de mí quiere ir más profundo, lo suficientemente profundo como para ahogarme, sé que no es lo mejor para él, para mí, para cualquiera.


Pedro es un semental en la cama. Pasamos toda la noche tocándonos, corriéndonos, y hablando en mi casa. Ninguno de los dos durmió, y ninguno de los dos parecía querer dormir. No quiero que se vaya.


Soy adicta al tiempo que pasamos juntos.


Sigo con ganas de más.


Pero en esta etapa de la campaña, no estamos jugando con fuego. Nuestro romance secreto y escandaloso es una bomba nuclear, y cualquier desliz en mantenerlo oculto será la cerilla que lo encienda.


Mis padres me invitan a cenar una noche y me hacen preguntas sobre la campaña. Sé, por haber crecido con ellos, que, en política, la discreción es una necesidad. La última de las primarias es mañana, y papá dice que escuchó que Pedro había sido cortejada por ambos partidos, pero los había rechazado.


—Estás haciendo un buen trabajo combatiendo contra décadas y décadas de cambios de poder entre los dos partidos, pero ¿va a ser suficiente, Paula? ¿Cuál es el plan de Pedro si atacan, encontrar algún escándalo en su pasado?


—Papá, no soy su sombra y no soy una lectora de mentes, tampoco ,estoy ocupada organizando su horario y eso es todo.


—¿Nos invitaran a la recaudación de fondo para la alfabetización que se llevará a cabo cuando la campaña esté a punto de acabarse? —Pregunta mamá.


—Estás en la lista. Todo el mundo está en la lista, incluso todo Hollywood y Nashville; a Pedro le gusta la música y ama, ama a los científicos y a los frikis de la tecnología. La campaña de momento ha tenido el apoyo de casi seis docenas de figuras públicas. Incluso Mayweather publicó en sus redes una imagen de montones y montones de dinero y una nota que decía Floyd Money Mayweather no hace cheques de doscientos dólares, sólo dinero en efectivo, y eso suma un par de ceros más.


Me doy cuenta de cuán fantástico suena todo una vez que me escucho hablando de ello. 


¿Cómo duerme Pedro?


¿Cómo alguien puede llevar las expectativas de todo un país sobre sus hombros, y llevarlo bien?


—No estamos seguros de si podremos asistir a la gala —me advierte papá en voz baja—. ¿Te das cuenta de que mi aparición en tal evento sería un respaldo también?


Me encuentro con su mirada y asiento en silencio, con ganas de pedirle que, por favor, por favor apoye a Pedro, pero le respeto demasiado como para pedirle lo que espera. Simplemente sé que tiene miedo de que, sin importar la gente, los partidos se aseguren de que el que acabe como Presidente no sea Pedro Alfonso.