martes, 29 de enero de 2019
CAPITULO 36
Para el momento en que llego a mi apartamento esa noche, he tenido demasiados cafés mezclados con alcohol. El agotamiento está pesando sobre mí y me duele la cabeza cuando salgo del ascensor en mi planta. Una figura está en mi puerta, una gran figura. Con una capucha azul.
Pedro.
Para chuparse los dedos.
Alfonso.
—Necesitaba escapar. ¿Te importa si me quedo aquí esta noche? —Una luz diabólica brilla en sus ojos, y sus labios se estiran en las esquinas cuando se da cuenta de la sorpresa en mi cara.
Por dentro, estoy balbuceando y tambaleándome.
¿Cómo lo hizo para evitar a la prensa?
Estoy bastante segura de que Wilson debe haber mantenido el campo libre para que pasase inadvertido, pero… Oh, Dios mío, Pedro está en la puerta de mi apartamento.
Mi madre moriría porque el estuvo en mi mierda de apartamento pequeño.
Abro la puerta con manos temblorosas, dejándole pasar, preocupándome porque podría tener razón. Está mirando alrededor con un ceño, y de repente mi preocupación se multiplica, y cojo su mano y trato de distraerle.
—Tengo una gran cama. Vamos —le susurro.
—No deberías vivir aquí sola —dice, frunciéndome el ceño.
Sonrío y le guío hacia mi habitación —balanceando mis caderas hasta que eso llama su atención.
Me sigue en silencio, sus ojos mirándome ahora, en vez de a mi apartamento.
Me quito mis zapatos y me acuesto en mi cama, preguntándome por qué no está en el hotel Jefferson con un cartel de no molestar en la puerta. Por qué está aquí. Le pillo mirando mi habitación y por mi ventana, una mirada protectora en sus ojos, pero cuando sus ojos retornan a mí y me ve aquí —estirada en mi cama, medio jadeando y esperando— su mirada cambia. Se convierte en parte tierna y parte caliente, y eso sólo me da una idea de por qué está aquí.
Además sabiendo que su equipo no le deja realmente descansar, sospecho que los momentos conmigo son sus únicas veces para descansar —las únicas veces donde realmente desconecta.
—¿Estaba tu lugar realmente lleno esta noche de nuevo? —Pregunto.
—Sí, pero siempre lo está.
Habla casualmente.
Se quita sus zapatos, tira su gorra a un lado, y se estira en la cama a mi lado, ambos sobre nuestros costados encima de un codo, uno frente al otro. Sonríe y alarga su mano para pasar su índice por mi mejilla.
—No podía estar lejos. Quería ver si llegabas bien a casa.
—O simplemente me querías ver —susurro.
—Sí.
De repente, se pone encima de mí, y estoy sobre mi espalda, con el gran cuerpo de Pedro encima de mí.
Pasa su mano por mi brazo, su pulgar acariciando mi piel, su peso la mejor sensación del mundo aparte de… el sexo con él.
—¿De verdad quieres pasar la noche aquí? —Pregunto, sin aliento, frotando mis dedos de los pies a lo largo de los lados de sus pies descalzos—. Estoy segura de que tu cama es mucho más cómoda. O la del hotel. Estoy balbuceando, ¿verdad? Yo sólo…
Asiente lentamente, mirándome.
—Es sorprendente verte aquí —admito finalmente.
—¿Una buena sorpresa?
Me toma un tiempo admitirlo, pero lo hago.
Asiento.
—Una buena sorpresa.
—¿Has terminado? —pregunta, pasando su mano por debajo de mi pelo para levantar mi cabeza unos cuantos centímetros. Sus ojos se ponen increíblemente oscuros a medida que continúo asintiendo.
Trago, luego sonrío y levanto la cabeza un poco más. No tengo que levantarla demasiado. Pedro cierra la distancia entre sus labios y los míos, y me están besando por primera vez en mi propia cama. Por poco que sea.
—Debemos conseguirte un vecindario más seguro, y un apartamento mejor —dice él, mordisqueando mi mandíbula.
—No —digo, ladeando mi cabeza hacia atrás para darle acceso.
—¿Por qué? —Se aleja.
—Porque no hay ningún nosotros. No soy tu mujer mantenida.
Se tira hacia atrás y junta sus cejas.
—Trabajas para mí.
—Estoy debajo de ti en este momento, Pedro.
Sonríe, mueve la cabeza en reprimenda, a continuación, vuelve a mirarme mientras pasa una mano para poner mi pelo hacia atrás.
—Me gusta cómo eres de verdad, Paula. La forma en que te defiendes, y la forma en que defiendes a los demás. Me gusta cuán honesta y trabajadora eres. Cuán dulce eres. —Captura mis labios entre los suyos, pasando su mano a lo largo de mi frente de nuevo, mirándome a los ojos.
—¿Me puedes culpar por querer protegerte? Nunca pensé que conocería a una mujer como tú. Que empujara todos mis botones como tú. Te quiero contra cualquier superficie dura disponible y quiero protegerte de todo al mismo tiempo. Nunca te esperé. Y no te esperaba ahora.
Me toma unos pocos segundos encontrar mi voz.
—¿En serio creías que nunca encontrarías a alguien que fuera ella misma contigo?
—La mayoría se preocupan demasiado por crear una fachada que creen que coincide con la mía.
—Yo no.
—Lo sé. Lo cuál te hace más extraña que nada para mí. Tan preciosa. —Su voz se espesa mientras expresa su apreciación.
Agarro su mandíbula y lo beso, y Pedro agarra mis manos y las pone sobre mi cabeza, besándome, suavemente pero con una urgencia subyacente y fuerza. Y entonces me estoy desvistiendo y me lleva a la cama donde siempre he dormido sola, el único hombre que realmente he querido y el único que realmente no puedo tener. No si gana esto.
Pero tomo lo que puedo, gimiendo suavemente bajo su beso mientras sus manos se mueven vagando por encima de mí.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario