domingo, 17 de febrero de 2019
CAPITULO 78
La última vez que crucé el Atlántico, fue para tratar de poner distancia entre nosotros. Hoy estoy cruzándolo a su lado. Nos subimos al Marine One en el Jardín Sur de la Casa Blanca. La procesión de vehículos crea demasiado tráfico para el día a día de la gente.
Pronto llegamos al aeropuerto y nos escoltan a las largas escaleras abiertas que conducen al Air Force One, la bandera americana orgullosamente en su cola.
El presidente me señala que vaya por delante, y mi corazón late con fuerza mientras camino hacia el avión privado más grande que haya contemplado. Está más allá del lujo, decorado en tonos beige y madera oscura.
Paseo por el pasillo y miro las habitaciones y áreas de estar separadas.
No puedo creer que estemos aquí. Estoy un poco avergonzada por cuán impresionada me siento y lo tranquilo que todo el mundo parece mientras el equipo de Pedro va hacia la sala de estar principal. Trato de contenerme mientras camino por el pasillo del avión cuando noto a Pedro dos pasos detrás de mí. Lleva una chaqueta de piloto azul marino con el sello presidencial y quiero arrancársela.
—Gran cambio respecto a nuestros días en campaña, ¿eh? —susurro, mirando todo con admiración, jadeando cuando las habitaciones continúan—. Oh Dios, es como un hotel en el aire, sala de conferencias, oficinas… —añado. Abro una puerta y vuelvo a jadear—. ¿Dormitorio? —Le pregunto por encima de mi hombro.
—Sí.
Entro a ver, y luego escucho la puerta cerrarse detrás de nosotros.
Me giro, y Pedro está quitándose su chaqueta.
Abro mi boca, pero las palabras no salen. Las únicas cosas que trabajan realmente son mis partes sexys, el flujo de calor líquido entre mis muslos, las duras puntas de mis pezones presionando contra el suave cachemir de mi suéter y el encaje de mi sujetador.
Pedro los ve.
Ve mis pezones puntiagudos, pinchando en señal de saludo, mis pechos sensibles, sintiendo mis mejillas ruborizarse mientras comienzo a jadear.
—Tengo que trabajar un poco. Pero no haré nada hasta que haga esto.
Los susurros desencadenan un temblor por mi columna vertebral mientras se acerca.
Pedro se quita su camisa de la cintura de sus pantalones, toma mis manos y las desliza hacia arriba por su pecho. Luego pone su propia mano bajo mi jersey de cachemir, tirándome contra él, nuestros dedos tocando la piel desnuda del otro.
Sus ojos son todo un mundo de fuego.
—Tu entusiasmo por todo esto me afecta profundamente, bebé —dice con voz rasposa, frotando su pulgar sobre mi labio inferior.
Jadeo por la anticipación mientras se inclina hacia abajo y pone un beso en mi frente.
—Sé que dijimos de ir lento. Así que voy a besarte. Muy, muy lento. Porque cuando digas ooh y ahh por todo el Air Force One, y en todo el Elíseo cuando lleguemos, quiero que tengas mi gusto en tu boca, y quiero que cada ooh y ahh te sepa a mí —dice en voz grave, y sus labios se deslizan, muy lentamente, tortuosamente lentos, por mi nariz. Se me corta la respiración, y Pedro inhala profundamente, como si me estuviera respirando, prolongando mi tortura y la suya, antes de susurrar—. Ahora devuélveme el
beso, P, como si lo quisieras de verdad. Como si me extrañases —dice mientras presiona sus labios directamente contra mi boca.
Me estremezco ante el contacto, separando mi boca. Chasqueando mi lengua hacia afuera. Presionándome más cerca de él. Su gemido casi me droga tanto como su beso.
Y su beso.
No es solo embriagante. Te rompe el alma, te hace implosionar en el pecho.
Húmedo y duro. Tengo las manos sobre sus hombros. Su brazo se desliza alrededor de
mi cintura, presionando nuestras mitades superior. Nuestros labios están fusionándose,
moviéndose, Pedro está tan fuerte y con tanta hambre.
Pasa su lengua alrededor de la mía, luego me succiona en su boca.
Nos besamos por lo que se siente como por siempre y, al mismo tiempo, no lo suficientemente largo. Nos alejamos, pero Pedro sigue estando demasiado cerca, mirándome fijamente. Paso mi lengua por los labios, y se sienten hinchados y sensibles debido a su beso.
Su mirada es caliente, y Dios cómo lo extraño.
Pedro me está mirando con ojos que se ven muy oscuros.
Aprieta su mandíbula. Usa su pulgar para frotar mi labio inferior y separarlo del superior.
Me encuentro con él a mitad de camino; alcanzo y agarro su cabello, separando mi boca y sacando mi lengua.
Me hundo un poco en su cuerpo, en su beso.
Sostiene mi cara con una mano mientras abre sus labios, mirando mi boca.
—Si no paramos ahora, todo el mundo sabrá que te han besado con locura.
Mira mis labios besados, con orgullo masculino y sin una pizca de disculpa.
Trago, sin aliento.
Desliza su mano por mi espalda, por debajo de mi suéter, tocando mi piel.
Gimo y dejo mis manos sobre sus hombros durante un momento.
Hay algo depredador mientras me mira, liberándome en cuanto los pilotos anuncian que empezaremos a despegar en breve.
Sonríe.
—Siéntate para el despegue. Toma una siesta si lo deseas. Estoy repasando el itinerario para poder disfrutar de ti tanto como sea posible en París.
Trago, mientras un destello de emoción ante la perspectiva me atraviesa, y asiento.
Encuentro un lugar para sentarme y me pongo el cinturón, viendo DC por debajo de nosotros a medida que despegamos y cruzamos el océano, y por una extraña razón, me siento honrada y no merecedora de estar volando aquí, con el presidente, todos los Estados Unidos dependen de nosotros para representar a nuestro país como se merece.
No tengo ninguna duda de que Pedro lo hará, lo hace sin esfuerzo; tiene rojo, blanco y azul en sus venas. Solo soy una chica que trabajaba en Mujeres del Mundo, la hija de un senador que quería hacer una diferencia, pero nunca soñó que podría hacerlo a esta escala. Y estoy frente a las dudas que supongo que todos enfrentamos, preguntándonos si somos suficiente, si tenemos el temple para respaldar la brillante ilusión de nuestra mejor versión en nuestra mente. Pero de eso se trata, ¿no? Tratar de conseguirlo, aunque siempre se sienta difícil de alcanzar.
Excepto que este sueño es demasiado grande para fallarlo. Quiero ser una gran primera dama; quiero ser una gran mujer que merece a un gran hombre. El hombre al que amo.
CAPITULO 77
El Antiguo Comedor Familiar, resulta ser el comedor más pequeño en la Casa Blanca, y estoy agradecida de estar sentada en una mesa de tamaño normal con capacidad para seis, uno de la colección de muebles más moderna y personal de Pedro. Se sienta en la cabeza, mi lugar establecido a su derecha, y cenamos una de mis comidas favoritas en la versión del chef de la Casa Blanca.
—No estaba seguro de lo que te gustaba, así que les pedí que hicieran el especial de quinua de mamá, el cual mi madre y Jessa prepararon para ti y tu padre. La primera vez que nos conocimos.
—Recuerdo. Eras una pequeña cosa linda. Llena de fuego.
—Llena de fuego por ti —murmuro, poniendo mis ojos en blanco.
Sus ojos se abren con sorpresa por mi comentario, y luego una risa retumba por su
pecho, pero esa deliciosa risa no dura mucho tiempo, y entonces él frunce el ceño oscuramente.
—Eras demasiado joven, cariño.
—Con grandes sentimientos despertando —gimo, sacudiendo la cabeza por el dolor que me causó y mis años de “despertar”.
Me lanza una sonrisa maliciosa, dejando caer su mirada a mis labios.
—Pedro... —respiro, reconociendo la expresión de sus ojos.
Se inclina hacia adelante, nuestros ojos a pulgadas de distancia. Su voz es tan áspera y cruda que corta mi interior.
—Te echo de menos. Extraño tocarte. Quiero ser
capaz de besarte en cualquier lugar, en cualquier momento que quiera.
Mis muslos presionan juntos debajo de la mesa.
—Quiero eso también, pero este es un gran cambio para mí.
—¿Puedo besar tus guantes, al menos?
Mi cuerpo sigue apretando con anhelo, pero me las arreglo para controlarme y decir: —Sí, pero no aquí. Esta noche, cuando estemos solos.
Sus ojos se oscurecen intensamente.
—Mmm. Espero ansiosamente eso. —Él toma
una cucharada especialmente grande de quinua en su boca.
Después de la cena, nos sentamos en la Sala Oval Amarilla, en el segundo piso, para las bebidas. Él asiente a Wilson en algún tipo de indicación silenciosa, y tenemos la privacidad que queremos mientras los agentes se dispersan. Me vuelvo hacia Pedro en el sofá, su postura relajada, pero su mirada es tan relajada como un infierno encendido en su totalidad.
—No te muevas —le advertí—. Es sólo un pequeño beso. Si te mueves entonces no voy a ser capaz de controlarme.
Su risa ronca me rodea.
—Bebé, no puedo controlarme cuando me miras así… —Acaricia mi mejilla con su mano, su mirada chisporrotea con una intensidad cruda.
—Shh. Cierra los ojos.
Me pongo a horcajadas sobre él, y Pedro desliza sus manos para acunar mi trasero con rebeldía, pero cierra los ojos. Y, oh, cuán cerca me siento, qué tan segura me siento, cuán caliente me siento.
Miro su cara y me siento como explotar de adentro hacia afuera e implosionar de afuera hacia adentro. Lo amo tanto. Trazo sus labios con mi dedo. Me muerde.
—No. —Me río.
Él gime, con los ojos todavía cerrados.
—Quédate quieto —digo.
Se queda quieto, los labios arqueados.
Inclino mi cabeza y presiono mis labios con los suyos. Un millar de tiros de rayos recorren a través de mis venas cuando él abre su boca. Le lamo, y sus manos se deslizan por la parte baja de mi espalda, moliéndome contra su duro miembro mientras hunde su lengua húmeda en mi boca. Él sostiene mi culo con las dos manos, y su tacto deja mariposas en mi estómago.
Recuerdos de nosotros amenazan con ahogarme, cada momento, cada beso.
Enlazo mis manos detrás de su cuello, y aunque Pedro no se mueve, siento su poder, su dominio sobre mí y mi corazón.
—Gracias por mis guantes —le digo sin aliento, cuando vuelvo a la calma.
Él sonríe, desplazándose hacia adelante cuando me levanto con los pies temblorosos, su boca roja, su pelo revuelto.
—De nada. Gracias por poner todo ese esfuerzo en nuestra cena. Lo disfruté. —Exhalo—. Mejor me voy. Los dos necesitamos estar listos para mañana.
Él sólo sonríe, observándome en silencio mientras me marcho.
El presidente francés estará celebrando una cena de Estado en honor a Pedro, y todos los arreglos de mi horario se realizan automáticamente para asegurar que pueda acompañarlo.
Estoy emocionada, nerviosa, y todavía excitada de ese pequeño beso tonto.
Tan emocionada y excitada que simplemente no puedo dormir. Sé que Pedro no duerme, porque la puerta de su habitación nunca se cierra en toda la noche
CAPITULO 76
Recibí un libro con las imágenes y los nombres de todos los que trabajan en la Casa Blanca. Es una medida de seguridad, me dijeron, en caso de que vea a alguien que no me resulte familiar.
Y he estado estudiando detenidamente el libro para asegurarme de que los conozco a todos.
Lo estoy mirando por segunda vez a la mañana siguiente cuando escucho la voz de Clarissa en la puerta de mi oficina del este.
—El presidente envió esto.
Ella está sosteniendo una caja de plata con una cinta blanca.
Siento que mis labios se abren involuntariamente.
Resisto la tentación de romper el paquete. Así no es como actuaría una primera dama. Así que me pongo de pie y acepto la caja, luego la pongo sobre mi escritorio y abro con cuidado, quitando la cinta, desenvolviendo todos los rincones de la envoltura y levantando la tapa.
Dentro hay dos hermosos guantes hasta el codo, de satén blanco.
¿Con toda seriedad?
Nunca he estado tan excitada. No es el hecho de que haya enviado un regalo que es atractivo en sí mismo, sino el hecho de que quiere que me sienta como si perteneciera aquí. Como su primera dama.
Estoy acabada. Estoy perdida. ¿Es posible enamorarse de un hombre de nuevo?
Creo que lo acabo de hacer. Incluso cuando nunca, ni por un momento, he dejado de amarlo.
Lo diviso más tarde ese día mientras me dirijo al final del pasillo, tratando de memorizar dónde está todo y personalmente saludo a los empleados por su nombre.
La visión del hombre alto, de pelo oscuro caminando con un séquito de cuatro hombres a su alrededor hace que mi corazón se detenga en mi pecho.
Se detiene cuando me ve, luego sumerge una mano en el bolsillo del pantalón, da una media sonrisa, y comienza a avanzar.
Él está usando sus gafas.
Tengo la boca seca y la parte entre mis muslos, demasiado húmeda.
—Paula. Me gustaría invitarte a cenar en el Antiguo Comedor Familiar esta noche. Si no te importa mirar el menú.
Nuestros ojos se encuentran, y estoy caliente por todas partes.
—Si puedo encontrar el comedor —digo.
La sonrisa toca sus ojos por debajo del borde de las gafas Ray-Ban con montura de oro.
—Alguien se asegurará de que lo hagas.
—Lo sé. Siempre lo hacen. —Sonrío y miro a su alrededor mientras los hombres esperan en reposo, y los empleados siguen animados pasando y desempeñando sus respectivas funciones—. Se supone que debo ir a conocer al chef esta tarde, debo revisar los menús de la semana.
—Eso es muy considerado de su parte, señorita Chaves.
Sé que me está tomando el pelo, y se siente bien. Lo extraño. Quiero coquetear más. Hablar y escuchar acerca de todo lo que está haciendo. Pero ahora no es el momento.
—Me siento muy mal teniendo mucha gente esperando por nosotros —le susurro.
Su mirada se vuelve sombría.
—Están tratando de hacer nuestras vidas más fáciles, conseguir obtener las pequeñas cosas perfectas para que podamos concentrarnos en las grandes.
Asiento con la cabeza, sonriendo.
—Te veré esta noche.
Él asiente y se dirige al ala oeste.
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