sábado, 9 de marzo de 2019
CAPITULO 141
La multitud está cantando mi nombre mientras conducimos en el primer rally en Filadelfia.
—Tienes las mejores multitudes que jodidamente he visto jamás —dice Carlisle.
Exploro la multitud, deseando poder verla. Eso siempre la tenía excitada. Paula se quedó atrás en el hotel con el pequeño Pedro, ambos durmiendo hasta tarde esta mañana.
—Aquí estamos, sesenta por ciento de mujeres, cuarenta por ciento de hombres. La mayoría está aquí para ver tu cara bonita. Incluso casado, tienes tu toque con las mujeres —se burla Wilson.
Mis labios se tuercen en una sonrisa irónica.
—Un voto es un voto.
Él ríe.
—Sí, sé que le molesta como el infierno, sin ofender, Señor Presidente. Y no se preocupe, todos los presidentes acaban viéndose malditamente demacrados, su belleza disminuirá con cuatro años más. Si todavía atrae las multitudes como ahora, entonces quiere decir que hizo algo bueno.
—Wilson, tengo un horario aquí. —Señalo para que detenga el coche.
—Claro.
—Oye, hazme un favor. —Me apoyo en el coche mientras salgo—, comprueba a Paula después. Oh, y dile que Jack no ha comido.
—Siga con su día ocupado. Entendido.
Salgo con Carlisle y Hessler, el resto del servicio secreto detrás de mí con la mayor discreción posible, algunos de ellos disfrazados de civiles, mientras nos dirigimos al podio y la multitud está esperando.
CAPITULO 140
Estoy en racha, y ni siquiera son las diez de la mañana.
Después de mi rueda de prensa diaria, escucho lo que todos están haciendo alrededor del mundo y haciendo unas cuantas llamadas, me encuentro en la sala de prensa.
Estoy rompiéndolo. El orgullo, la anticipación, y la adrenalina ya corriendo por mis venas, mi intención, el deseo y determinación de mantener mi asiento y continuar sirviendo y alimentando cada palabra.
—Debo admitir —digo mirando a todos en la sala de prensa—, que ser presidente es un trabajo duro. Noches sin dormir, decisiones difíciles, incluso mirar sus caras todos los días —comento, burlándome de la prensa un poco más por su total obsesión conmigo y con mi esposa—. Gente, no es un trabajo para tomarse a la ligera. —Silbo, sacudiendo mi cabeza mientras ríen—. He sabido eso desde que mi padre asumió el cargo. Hizo mella en nuestra familia. He tratado de dejar que hiciera el menor daño posible a la mía. Porque, como ven…
Hago una pausa, mirando a los periodistas a los ojos.
—Si no construyo un mañana mejor para esta familia que tanto amo, para este país que tanto amo, ¿entonces quién lo hará? Si no garantizo y lucho por su seguridad, sus derechos, ¿quién lo hará? Si niego a mis ciudadanos cada uno de mis esfuerzos, se lo niego a mi familia también. Yo no quiero fallarles a ninguno de ustedes. Este trabajo duro me ha enseñado cómo ser más fuerte, cómo ser más inteligente, y cómo ser un diplomático, pero nunca se hace más fácil. Por otra parte, no me gustaría fácil. ¿Dónde
estaría la diversión en eso?
Esto se encontró con risas.
—Gracias por estos cuatro años. Por creer en mí. Si me lo permiten, y la ciudadanía lo desea, hagamos que sean ocho. Estoy anunciando formalmente mi intención… —Mis ojos se reúnen con Paula, y quiero besar tanto la sonrisa que lleva en este momento—, a la reelección, y seguir siendo honrado como el presidente de los Estados Unidos de América.
CAPITULO 139
Está caída, las primarias para los principales partidos han comenzado con mucha pompa, y lo he visto en televisión curiosa acerca de cuál de los contendientes finales entre las múltiples opciones ganará la nominación esta vez. Sé que el abuelo de Pedro vino a tener una charla con él acerca de él presentándose como un demócrata o republicano esta vez.
—Respetuosamente decliné —dijo a la prensa cuando los rumores de la reunión comenzaron a circular.
Me pregunto cuando anunciará su intención de postularse para la reelección.
—¿Por qué todos quieren ser papá?
—¿Hmm?
Miro al pequeño Pedro, el niño de dos años más adorable que puedas conocer, con una cabeza de pelo oscuro, una sonrisa llena de dientes y una actitud de Daniel el travieso.
—Todos quieren ser presidentes.
Frunce el ceño amenazadoramente.
—Sí, porque el presidente llega a hacer las llamadas importantes —le digo mientras caminamos hacia afuera, a los jardines.
—Quiero que mi padre sea presidente —afirma simplemente.
—Sí, es el presidente.
—No quiero irme de casa. —Su voz se quiebra, y le acaricio la parte superior de su cabeza. ¿Ha oído hablar a alguien?
—El hogar es donde estamos todos juntos, no importa dónde sea —le aseguro.
Pero las palabras de mi hijo me persiguen todo el día. Pienso en lo que sería empezar de nuevo. Una parte de mí se sentiría aliviada por poder tener un poco más de privacidad, pero una parte de mí no está lista para salir de esto todavía, y estoy segura de que mi esposo está demasiado motivado, demasiado dedicado y demasiado apasionado por su trabajo para estar listo para dejarlo.
Además, esta casa ha sido nuestra casa durante tres años.
Conozco muy bien al jefe de la casa, he organizado fiestas de cumpleaños para él y fui al bautizo de su hijo. Sé que maneja a más de cien empleados, cuida de Pedro y de mis horarios, maneja todo eficientemente, y es el jefe del personal y se encarga de todas las operaciones diarias. Tom se asegura de que nuestras vidas funcionen sin problemas, y así lo hacen.
Estoy encariñada con el chef, que es como Jessa era cuando crecí, amando hacernos nuestros pasteles y cenas favoritas cuando tenemos ocasiones especiales. Es quien sabe, de alguna manera, cuando Pedro ha tenido un día difícil y hace un plato particularmente sabroso para traer una sonrisa a su cara. Y me mima en todos los almuerzos de mis hijos.
Me encanta Lola y todo su estrés sobre las noticias y sobre la implacable prensa.
Incluso el Servicio Secreto. Todo lo ve, todo lo sabe, con los labios apretados, nunca compartiendo información, siempre no sólo protegiéndonos físicamente, sino asegurando que nuestras vidas privadas son tan privadas como posiblemente puedan ser.
Cada habitación en la que estoy tiene un significado. Tiene una historia. Tiene una presencia.
La presidencia no es sólo una agenda política, o mantenernos firmes contra los opositores. Se trata de mantenernos juntos, orgullosos y seguros. Cuidadosos y motivados. No se trata solamente de proteger nuestros derechos y libertades, sino de dar ejemplo e inspiración, eso es lo que hizo a Estados Unidos lo que es hoy.
No puedo imaginar a nadie haciendo un mejor trabajo que mi Pedro Alfonso.
Esa noche, después de cenar en el viejo comedor familiar, el pequeño Pedro le pregunta a su padre por qué está dejando que todos esos hombres se presenten a la presidencia.
—Porque es su derecho. Es uno de los derechos más sagrados de nuestro país. Nuestra libertad —explica mientras nos retiramos a la habitación oval amarilla.
El pequeño Pedro frunce el ceño con confusión mientras escucha, después declara simplemente—: Quiero que seas presidente.
Pedro se ríe, arrastrando una mano sobre su cara cuando Pedrito se va corriendo a jugar con sus juguetes y Jack va detrás de él.
—Lo voy a acostar —me dice su niñera, Anna, mientras corre tras él.
Pedro me mira entonces, sirviéndose un trago después de la cena y trayéndome uno también.
—He estado pensando en ello. Por años, parece. —Me mira mientras toma asiento frente al mío—. He estado obsesivamente contando.
Mira su copa y luego a mí.
—Cuántos días he podido estar aquí para ti, cuántos días no lo he hecho. Es una llamada difícil —admite, con una sonrisa torcida y triste—. El día en que nació Pedro...
—No había manera de que te hubiera dejado estar conmigo —lo interrumpo rápidamente.
Parece divertido, pero se abstiene de sonreír.
—No es la única vez. En tu veinticinco cumpleaños...
—El aeropuerto estaba cerrado debido a una ventisca. ¿Cómo se suponía que ibas a aterrizar? Todo eso no estaba bajo tu control —le aseguro.
Él exhala, luego me mira con curiosidad, calculadoramente, riendo suavemente.
—Paula, escúchame.
—Estoy escuchando y no tienes razón.
—Nena —dice, con más severidad ahora—. Tenemos que discutir de cómo te sientes acerca de la presentación de mi candidatura. Y necesito que seas honesta conmigo, honesta de maneras en que mi madre nunca fue con mi padre.
Él está completamente sombrío ahora, mirándome entre sus fruncidas cejas.
Me dolió el pecho un poco porque incluso tuviera que preguntarlo. Nunca he querido que se sintiera preocupado por nuestro abandono. La verdad es que siempre va más allá.
—¿Estabas pensando en no presentarte?
—No voy a presentarme si es un problema para mi familia. Sabes que me encanta estar aquí, Paula. Estoy impulsado a hacer lo que hago. —Me da una sonrisa que pone mi pulso loco—. Pero los amo más que a nada.
Estoy tan enamorada de este hombre que a veces duele sólo por eso.
Sé que Pedro nunca ha querido perderse algunas cosas importantes que desafortunadamente a veces tenía que perderse. Sé que se ha esforzado más de lo que
cualquier hombre podría para hacer que nuestro hijo se sienta amado, apoyado y protegido.
—Ambos hemos recorrido un largo camino —digo mientras ambos nos sentamos, mirándonos durante un rato—, y me doy cuenta en este momento de lo mucho que ambos hemos luchado lentamente en nuestras guerras para que esto funcione. Nunca pensé que podría vivir esta vida, llegar a estas alturas contigo, y sin embargo aquí estoy. No estoy nada mal. —Le sonrío, y se ríe suavemente con sus ojos brillantes—. Y tú... tú tienes que saber que has demostrado ser más que capaz de ser un presidente y el mejor marido y padre que podríamos pedir —agrego, sin molestarme en ocultar la admiración en mi voz.
—No quiero que sientas que te estoy poniendo a ti y a Pedrito en segundo lugar — dice, escrutando mi cara de cerca, como si buscara la respuesta—. Si por alguna razón se te ha pasado por la cabeza, quiero que sepas que te elegiré, a ambos y acabaré con esto ahora mismo.
—¡No! ¡No puedes! —Protesto.
Me desplazo hacia adelante, frunciendo el ceño hacia él mientras dejo mi vaso a un lado, reflejando su posición.
Inhalo apasionadamente, luego exhalo y frunzo el ceño.
—Aunque soy sólo un ciudadana entre millones, he tenido el honor de conocer de primera mano lo que aportas a la mesa. Integridad. Honestidad.
Trato de no emocionarme, pero de repente, poner en contexto todo lo que ha hecho durante casi cuatro años lo hace difícil.
—Sé en mi corazón que ningún otro candidato ofrecerá esto, tú traes esto... O no como tú. Eres nuestro. De todos. Te tengo para siempre, pero como ciudadana te tendría como presidente por sólo cuatro años más. Haz que cuenten. Mi corazón es tuyo y mi voto es tuyo. No me niegues todo lo que tienes que dar, o cuatro años más de tener esto... Honor... De estar a tu lado mientras estás haciendo lo que debes hacer. —Y añadí—: Por favor.
Él sonríe cuando termino sin aliento después de mis súplicas.
Poco a poco deja su vaso a un lado y se pone de pie. Comienza a caminar alrededor de la mesa, luego me pone sobre mis pies mientras aprieta su mandíbula, me agarra por la parte posterior de la cabeza y me besa. Largamente y con lengua.
—Gracias. Te quiero. Ya lo sabes. —Suelta feroz, su frente contra la mía, con los ojos sosteniendo los míos deliciosamente cautivos.
—Sí —digo, los dedos de los pies se curvan de la forma en que lo hacen cada vez que me mira así—. Pero todavía no estoy segura de cuánto. Inconmensurablemente, has dicho. ¿Qué significa eso?
Sus ojos rastrean cada centímetro de mi rostro.
—Significa que no hay sistema
métrico, ninguna medida, no hay principio ni fin.
Estoy completamente sin aliento, y él sonríe, notando que estoy jadeando, y me besa de nuevo, larga y lentamente.
—Eso es mucho —dice con voz ronca contra mi boca, acariciando mi trasero.
Nos dirigimos al dormitorio Lincoln, donde él marca un número a través de las líneas seguras de la Casa Blanca.
—Carlisle —dice y me mira con una sonrisa, hace clic en el botón para poner la llamada en el altavoz—. Te necesito a ti y a Hessler.
—Te dije el estado de mi corazón para fastidiarte. Que no iba a morir pronto porque estaba jodidamente esperando esta llamada.
Puedo oír la sonrisa en la voz de Carlisle, y Pedro y yo nos sonreímos.
—Está hecho entonces —le digo a Pedro cuando cuelga. Me siento mareada—. No hay manera de que nadie tenga una oportunidad.
Él se encoge de hombros y se prepara para la cama, desabrochando su camisa.
— Nunca se sabe. Hombres mejores han fallado.
—Sí, pero los grandes países están encabezados por las mejores personas, y no hay muchos como tú —expreso mientras arranco mis pendientes de diamantes.
Cuando me deslizo desnuda bajo las sábanas con él, casi jadeo ante el calor de su carne al tocar la mía.
—¿Estás lista para ponerte en marcha, esposa? —Pregunta, inclinándose sobre mí, mirándome mientras coloca mi pelo rojo detrás de mi oreja.
—Tal vez. —Sonrío, luego decido burlarme de él con mi lema favorito de su última campaña. Nacido para esto—. Por lo tanto, tal vez haya nacido para ello.
—No, cariño —me asegura rápidamente—. Tú naciste para mí.
Y su boca se traga cualquier protesta que podría haber pronunciado. La cual, de hecho, no habría sido ninguna.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)