viernes, 18 de enero de 2019

CAPITULO 3




El Presidente Alfonso sacudió la mano de mi madre antes de saludar a mi padre. Separé los ojos del joven que estaba junto a él y vi que los labios del Presidente se curvaban un poco mientras me miraba. Cuando fue mi turno, tomé su mano.


—Mi hija, Paula...



Mi madre sonrió. 


—Ella insistió en no perderse la diversión.


—Chica inteligente. —sonrió el Presidente, señalando a su lado con evidente orgullo mientras atraía al joven a su lado—. Mi hijo, Pedro. Él va a ser Presidente un día —dijo en tono conspirativo.


El hombre que no podía dejar de mirar se rió en silencio. Era una risa baja y profunda, y me hizo sonrojar. De repente, no quería estrecharle la mano. Pero, ¿cómo podría evitarlo?


Tomó mi mano en la suya, era caliente, seca y fuerte. La mía era suave y temblorosa. 


—Absolutamente no —dijo y me guiñó un ojo.


Le sonreí tímidamente y me di cuenta de que mis padres nos miraban con atención. 


—No pareces Presidente —le dije al Presidente Alfonso.


—¿Cómo es un Presidente?


—Viejo.


El Presidente Alfonso rió. 


—Dame tiempo —señaló su brillante cabello blanco y dio una palmada en la espalda de Pedro, luego dejó que mis padres lo llevaran al comedor.


Los adultos se centraron en hablar de política y proyectos de ley, mientras me centraba en la comida deliciosa. Cuando mi plato estuvo limpio, llamé al camarero y tranquilamente pregunté por otro.


—Paula —mi padre advirtió.


El camarero miró a mi padre, con los ojos muy abiertos, luego hacia mí, con los ojos muy abiertos, y traté de repetir la pregunta en voz baja.


El Presidente me miró con interés.


Sintiéndome preocupada, me preguntaba si era malo pedir más antes de que terminaran.


Pedro tenía una expresión seria en su rostro, pero sus ojos parecían reírse de mí otra vez. Su mirada no me dejó cuando le dijo al camarero—: Voy a tener un poco más también.


Le di una sonrisa agradecida y luego volví a sentirme nerviosa. Su sonrisa era tan poderosa. 


Podía sentirla perforando mi corazón.


Eché un vistazo a mis manos descansando sobre mi regazo y admiré mi vestido. Esperaba que Pedro pensara que me veía linda. La mayoría de los chicos de la escuela sí. Al menos, eso es lo que me dijeron.


Mientras mis padres hablaban con el Presidente y Pedro, jugueteé con mi trenza, colocándolo en el lado de mi hombro, luego detrás de mi espalda. La atención de Pedro volvió a mí, y cuando sus ojos brillaron con una risa más tranquila, la fosa en mi estómago volvió.


El camarero nos trajo dos nuevos platos llenos de codornices rellenas y quinua. Mis padres todavía me miraban como si fui demasiado atrevida por pedir otro plato delante del Presidente.


Pedro se inclinó sobre la mesa y dijo—: Nunca dejes que nadie te diga que eres demasiado joven para pedir lo que quieres.


—Oh, no te preocupes, a veces no lo pido.


Esto me ganó una risa muy amable de Pedro. El Presidente le frunció el ceño, luego me guiñó un ojo. Cuando Pedro volvió su atención al grupo, noté que sus ojos parecían un tono más claro que negro, como chocolate.


Me senté allí, tratando de absorber todo, sabiendo que ese momento, esa noche, sería la experiencia más emocionante de mi vida.


Pero como todo en la vida... no duraría para siempre.


Miré con desilusión cuando el Presidente se levantó de su asiento y comenzó a dar las gracias a mis padres por la cena.


Me levanté también, con los ojos fijos en Pedro. La forma en que él se paraba, la forma en que caminaba, la forma en que se veía. Empecé a preguntarme a qué olía también. Seguí al grupo en silencio hacia el vestíbulo. El Presidente se volvió y tocó su mejilla presidencial—. ¿Un beso, jovencita?


Sonriendo, me levanté sobre los dedos de los pies y le besé la mejilla. Cuando volví a bajar, mi mirada atrapó a Pedro.


Como si estuviera en automático, mis dedos se elevaron de nuevo. Parecía natural que le diera un beso de despedida también. Cuando mis labios rozaban su mandíbula, era dura y hacía cosquillas con un poco de rastrojo. Era como besar a una estrella de cine. Giró su cabeza y me besó la mejilla a cambio, y casi me quedé sin aliento por la sorpresa de sentir sus labios en mi mejilla.


Antes de que pudiera componerme, él y el Presidente salieron por la puerta, y todo el ajetreo y el bullicio del día se volvieron silenciosos.


Apurándome a subir por las escaleras, los vi salir desde la ventana de mi habitación. El Presidente fue introducido en la parte trasera de su brillante coche negro con chófer.


Antes de entrar, el Presidente dio una palmada a Pedro en la espalda y le apretó la nuca con un gesto amistoso.


El hoyo en mi estómago se convirtió en una bola cuando desaparecieron en el coche.


El coche se puso en marcha y bajó por la calle tranquila del barrio, con pequeñas banderas americanas ondeando en el frente. Un rastro de coches los siguió, uno tras otro.


Cerré mi ventana, cerré mis cortinas, luego me quité el vestido y lo colgué con cuidado. Luego me metí en el pijama de franela y me acosté en la cama mientras mi madre entraba.


—Fue una velada encantadora —dijo mi madre—. ¿Te divertiste?


Sonreí como si se estuviera riendo de algo. 


Asentí con la cabeza honestamente. 


—Me gustó escuchar las conversaciones. Me gustó todo el mundo.


Ella seguía sonriendo. 


Pedro es guapo. Lo notaste, por supuesto. También es inteligente como un látigo.


Asentí en silencio.


—Tu padre y yo estamos escribiendo una carta al Presidente para agradecerle por pasar su noche con nosotros. ¿Quieres escribirle también?


—No, gracias —dije remilgadamente.


Ella alzó las cejas y rió. 


—Bueno. ¿Estás segura? Si cambias de opinión, déjala en el vestíbulo mañana.


Mamá dejó mi habitación y me quedé en la cama, pensando en la visita, sobre lo que el Presidente había dicho sobre Pedro.


Decidí escribir a Pedro una carta, sólo porque no podía dejar de sentirme asombrada y sorprendida por la visita. ¿Y si no sólo hubiera conocido a un Presidente esta noche, sino dos? 


Esa tuvo que llevarse el premio de las reuniones, seguro.


Utilicé la primera página de la papelería que mi abuela me envió para mi cumpleaños, y con mi mejor caligrafía escribí: Quiero darle las gracias a usted y al Presidente por venir. Si usted decide presentarse a la presidencia, tiene mi voto. Incluso estaría dispuesta a unirme a su campaña.


Lamí el sello y lo cerré con firmeza, y puse la carta en mi mesa de noche. Entonces apagué el interruptor de luz y me metí debajo de mis cubiertas. Yací en mi cama y en la oscuridad. 


Estaba en todas partes. En el techo, en las sombras y en el edredón.


Y me preguntaba si alguna vez lo volvería a ver y de repente el pensamiento de él nunca viéndome crecer parecía un dolor en mi pecho.


Estoy tan perdida en mis pensamientos que no me había dado cuenta de que Alan estaba estudiando mi perfil.


—Un enamoramiento que ha sido aplastado, ¿verdad? —pregunta de nuevo.


Me vuelvo hacia él, sorprendida al darme cuenta de que ya hemos aparcado en frente de mi edificio. Me río y salgo del taxi, mirando a dentro. 


—Absolutamente. —Asiento con más firmeza esta vez—. Estoy enfocada en mi carrera ahora. —Y cerré la puerta detrás de mí, despidiéndolo.




CAPITULO 2




Diez meses antes...


Desde que empecé a trabajar a tiempo completo, mis días parecen haberse hecho más largos y mis noches más cortas. Ya que me he hecho más vieja, las grandes reuniones han perdido gran parte de su atractivo, mientras que pasar el tiempo con un grupo pequeño de amigos es algo que ahora disfruto mucho. Hoy es mi cumpleaños y en nuestra cabina se encuentra mi mejor amiga Kayla, su novio Samuel, Alan, una especie de pretendiente/amigo y quien insistió en celebrar por lo menos un ratito esta noche, y yo.


—Estas cumpliendo veintidós hoy, bebé —dice Kayla mientras levanta su cóctel en mi dirección—. Espero que ahora finalmente arrastres el culo fuera para votar en las elecciones presidenciales del próximo año.


Gimo, las opciones hasta ahora no han sido suficientes para entusiasmarme. ¿La lucha actual y el desagradable Presidente quien tratará de lograr un segundo mandato? O los candidatos del partido opuesto, algunos de los cuales son demasiado difíciles de tomar en serio teniendo en cuenta la ideología radical que están abrazando. A veces parece que sólo están diciendo la cosa más loca que les viene a la mente para quitarse a sí mismos un poco de aire.


—Sería interesante si Pedro Alfonso se postula —añade Samuel.


Mi bebida se derrama sobre mi suéter con su mención.


—Tiene mi voto en automático —continúa Samuel.


—¿De veras? —Kayla mueve su ceja de forma peculiar y sigue tomando tequila.


—Paula conoce a Alfonso.


Me burlo y me limpio rápidamente el lugar húmedo en mi suéter. 


—No lo hago, no realmente—aseguro a los chicos, luego disparo un ceño fruncido hacia Kayla—: No sé de dónde sacas eso.


—De ti.


—Yo...nosotros... —Niego con mi cabeza, enviando una mirada molesta—. Nos hemos visto, pero eso no implica que lo conozco. No conozco las cosas importantes sobre él. Sé tanto como todos ustedes y la prensa no es fiable.


¡Dios! No sé por qué le dije a Kayla las cosas que hice con Pedro Alfonso...


En una época cuando era más joven y claramente muy impresionable. Cometí el error de declararle a mi mejor amiga que quería casarme con el hombre. Pero incluso entonces, al menos tenía el ingenio para extraerle una promesa de que nunca le diría a un alma. 


Supongo, que las promesas de niña siempre tienden a parecer tan infantiles cuando somos adultos, fue por eso que no le importó decirlo ahora.


—Vamos, no solo lo viste, tuviste un enamoramiento por él durante años —dice Kayla, riendo.


Veo a su novio darme una mirada avergonzada.


—Creo que Kay está lista para ir a casa.


—No lo estoy, todavía no estoy lo suficientemente borracha —protesta mientras él se mueve para que sea fácil que salga de la cabina.


Gime pero permite que la levante y se gira hacia Alan.


—¿Cómo se siente competir con el hombre más caliente de la historia?


—¿Disculpa? —Pregunta Alan.


—La gente de esa revista lo nombró el hombre vivo más sexy, sabes... —cuenta Kayla—. ¿Cómo se siente competir con él?


Alan envía a Samuel una mirada que da a entender: sin duda que Kay está lista para volver a casa, hombre.


—Está tan borracha —me disculpo con Alan—. Ven aquí, Kay —digo mientras envuelvo mi brazo alrededor de su cintura, mientras tanto Samuel le permite apoyarse en su hombro. 


Juntos, le ayudamos a salir y meterse dentro del taxi, Alan se despide de ella, enviándolos a su destino.


Alan y yo tomamos el siguiente taxi. Le da al taxista mi dirección y luego se voltea hacia mí.


—¿Qué quiso decir?


—Nada. —Miro por la ventana, mi estómago retorciéndose. Trato de reírme, pero me siento enferma del estómago con el pensamiento de que las personas sepan qué tan enamorada estaba de Pedro Alfonso—. Tengo Veintidós, eso sucedió hace diez u once años. Fue un enamoramiento de niña.


—Un enamoramiento que se terminó, ¿cierto?
Sonrío. 


—Por supuesto —lo tranquilizo, después giro para mirar hacia las luces de la ciudad parpadear mientras avanzamos para llegar a casa.


Un enamoramiento que fue aplastado, por supuesto. No puedes tener un enamoramiento de alguien que sólo has visto como, ¿qué? ¿Dos veces? La segunda vez fue un momento tan fugaz y tan abrumador... y el primero... bueno.


Tenía once años, y de alguna manera recuerdo todo sobre él. Sigue siendo el día más emocionante que recuerdo aunque no me gusta el efecto de conocer al hijo del Presidente Alfonso en mis años de adolescencia. Tenía once años. Vivíamos en una casa de piedra de dos pisos al este de Capitol Hill en Washington, D.C. Mi padre, mi madre, un gato atigrado llamado Percy y yo. Cada uno de nosotros tenía una rutina diaria; yo iba a la escuela, mi madre acudía a las oficinas de Women Of The World, papá iba al Senado y Percy nos daba el tratamiento de silencio cuando todos llegábamos a casa.


No nos alejábamos de esa rutina, como preferían mis padres, pero ese pasó algo emocionante.


Percy fue enviado a mi habitación, lo que significaba que mamá no quería que causara travesuras. Se acurrucó al pie de mi cama, lamiendo sus patas, no interesado en los ruidos en la planta baja. Sólo hacia una pausa para mirarme de vez en cuando como si mirara a través de una rendija pequeña en mi puerta. 


Había estado sentada allí durante los últimos diez minutos, mirando al servicio secreto moverse dentro y fuera de mi casa.


Hablaban en tono silencioso por sus auriculares.


—¿Roberto? Una última vez. ¿Éste? ¿O… éste? —la voz de mi madre flotaba dentro de mi habitación a través de la sala.


—Este —Mi padre sonaba distraído. 


Probablemente se estaba vistiendo.


Hubo una pequeña pausa y casi pude sentir la decepción de mi madre.


—Creí que debería vestir este —dijo.


Mi madre siempre le preguntaba a papá sobre qué ponerse para noches especiales. Pero si no escogía el vestido que ella quería, llevaba el que pensaba que él elegiría.


Me pude imaginar a mi madre poniendo a un lado el negro y dejando cuidadosamente el vestido rojo sobre la cama.


A mi padre no le gustaba cuando mi madre conseguía demasiada atención, pero a mi madre le encantaba. Y, ¿por qué no? Tenía unos impresionantes ojos verdes y una espesa melena de cabello rubio. Aunque mi padre era veinte años mayor y los aparentaba, mi madre parecía más joven día a día. Soñaba con crecer para ser tan hermosa y lista como ella lo era.


Me preguntaba qué hora era. Mi estómago gruñó con el aroma de las especias que se burlaban de mis fosas nasales. ¿Romero? 


¿Albahaca? Tenía todo revuelto sin importar cuantas veces Jesy, nuestra ama de llaves, me había explicado cuál era cuál.


En la planta baja, el chef de un restaurante de lujo cocinaba en nuestra cocina.


El servicio secreto había estado preparando la casa durante horas. Me dijeron que tenía que probar los alimentos del Presidente antes de que le fueran servidos.


La comida parecía tan deliciosa que estaría agradecida de probar un bocado. Pero mi padre le pidió a Jesy que me llevara escaleras arriba. 


No quería que asistiera porque era "demasiado joven". ¿Y qué? Pensé. La gente solía casarse a mi edad. Tenía edad suficiente para quedarme sola en casa. Querían que actuara madura, como una señorita. ¿Pero cuál era el punto si nunca llegaría a actuar la parte para la que me habían preparado?


—Es una cena de negocios, no es una fiesta, y Dios sabe que necesitamos de estas cosas para estar bien. —Se quejó papá cuando traté de abogar por mi caso.


—Papá —gruñí—. Puedo comportarme.


—¿Realmente crees que Paula puede comportarse? —Disparó a mi madre una mirada y mi madre me sonrió—. No cumplirás once hasta la semana que viene. Eres demasiado joven para estos eventos. No va a ser nada más que hablar de política. Sólo quédate en tú habitación.


—Pero es el Presidente —dije con tanta convicción que mi voz temblaba. Mi mamá salió de su dormitorio en ese glorioso vestido rojo que lucía elegantemente sobre su figura y me había mirado desesperada por la emoción en la planta baja.


—Paula —dijo con un suspiro.


Me enderece hacia arriba desde mi posición con la cabeza agachada. Suspiró otra vez, entonces caminó hasta su habitación, cogió el teléfono de su mesita de noche, marcó una extensión y dijo—: Jesy, ¿puede ayudar a Paula a vestirse?
Mis ojos se ensancharon y, milagrosamente, Jesy repentinamente me arrastró a mi habitación, sonriendo alegremente y moviendo su cabeza. —¡Niña! ¡Persuades a un rey de su corona!


—Juré no hacer nada. Mi madre simplemente me vio asomándome y debe haberse dado cuenta de que esto es una oportunidad única en la vida.


—Bien entonces, vamos a poner tú cabello en una trenza larga y bonita —Jesy dijo mientras comenzaba a abrir los cajones de mi tocador—. ¿Qué vestido vas a usar?


—Sólo tengo una opción. —Le mostré el único vestido que todavía me quedaba, y me ayudó a ponérmelo cuidadosamente.


—Estás creciendo demasiado rápido —dijo con cariño mientras me inclinaba hacia el espejo. 


Estaba parada detrás de mí y cepillaba mi pelo.


Miré mi reflejo y admiré el vestido. Me gustó el azul de la tela de satén. Me imaginé de pie junto a mi madre en su vestido rojo y mi padre en su traje perfectamente a la medida. Entrar al mundo prohibido y misterioso de mis padres fue emocionante, pero nada fue más emocionante que conocer al Presidente.


Cuando el Presidente llegó, un grupo de hombres se arrastró detrás de él, todos ellos en trajes. Eran altos y guapos, pero yo estaba demasiado ocupada mirando al joven directamente al lado del Presidente para notar mucho.


Era precioso. Su cabello era de color sable, y aunque estaba peinado hacia atrás, era indisciplinado en los extremos y rizado en el cuello.


Era un centímetro más alto que el Presidente. 


Su traje parecía más nítido, más a medida. Me miraba fijamente, y aunque sus labios no se movían y su expresión no revelaba nada, podía jurar que sus ojos se reían de mí.



CAPITULO 1




Estamos en una suite del hotel Jefferson, donde Alberto Carlisle, el director de campaña, está fumando en la ventana su segundo paquete de cigarros Camels. Exactamente a 13 kilómetros de aquí, la Casa Blanca está toda iluminada para la noche.


Todas las televisiones dentro de la suite están en diferentes canales de noticias, donde continúan informando sobre el progreso del conteo de los votos de elecciones presidenciales para este año. Los nombres de los candidatos están siendo lanzados a la especulación, tres nombres para ser exactos. Un candidato republicano, un candidato demócrata y el primer candidato fuerte independiente en los Estados Unidos —el hijo de un ex Presidente y uno con apenas treinta y cinco años, el contendiente más joven de la historia.


Mis pies me están matando. He usado la misma ropa desde que salí de mi apartamento está mañana, había ido al centro electoral y di mi voto. Todo el equipo que ha estado haciendo campaña el año pasado se ha reunido aquí al medio día.


Hemos estado en este lugar por más de doce horas.


El aire es denso con la tensión, especialmente cuando él entra a la habitación después de tomar un descanso y va a unos de los dormitorios para hablar con su abuelo, quien ha estado llamando desde New York.


Su alto y ancho hombro se asoma en la puerta.


Los hombres en la habitación se ponen de pie, las mujeres se enderezan.


Allí hay algo que llama la atención de él —su altura, su mirada fuerte pero tranquilamente cálida, la pulida robustez que sólo lo hace verse más masculino en su traje de negocios, y su sonrisa contagiosa, tan real y atractiva que no puedes evitar devolverle la mirada.


Sus ojos se detienen en mí, midiendo visualmente la distancia entre nosotros. Había ido por un recado y regresé, y claro que se dio cuenta.


Trato de permanecer tranquila. 


—Te traje algo para la espera. —Hablo más suave de lo que puedo y voy a uno de los dormitorios con una bolsa marrón firmemente cerrada con lo que parece comida. 


Me sigue.


No cierra la puerta, noto eso, pero la empuja para que sólo quede una pulgada abierta, dándonos la mayor privacidad posible.


Saco su chaqueta negra y se la paso.


—Olvidaste tu chaqueta —digo.


Mira hacia abajo a su chaqueta, después esos hermosos ojos cafés se elevan a los míos.


Una mirada. Un roce de sus dedos. Un segundo de reconocimiento.


Su voz es baja, casi íntima. 


—Eso hubiera sido difícil de explicar.


Nos seguimos mirando.


Casi no puedo dejar ir la chaqueta y él casi no la quiere agarrar.


Se extiende y la toma, su suave y triste sonrisa, su mirada perceptiva. Sé exactamente por qué esa sonrisa está triste, por qué es suave con ternura. Porque apenas estoy esperando allí esta noche y no hay manera que este hombre, este hombre que lo sabe todo, no lo sepa.


Pedro Alfonso.


El posible Presidente de los Estados Unidos.


Deja su chaqueta a un lado y no hace ningún movimiento para salir de la habitación, miro por la ventana mientras intento no mirar cada uno de sus movimientos.


A través de la ventana abierta, una brisa que huele a lluvia reciente y cigarrillos entra en la habitación. D.C. parece más tranquilo esta noche que de costumbre, la ciudad tan tranquila parece estar conteniendo su aliento junto con el resto del país, junto conmigo.


En silencio vamos a la sala para unirnos a los demás. Soy cuidadosa en tomar un lugar en la habitación que es opuesto al suyo. Instinto. Auto preservación tal vez.


—Están diciendo que tienes a Ohio. —Carlisle lo actualiza.


—¿Sí? —pregunta Pedro, arqueando una ceja, después mira alrededor de la habitación, silbando a Jack, su brillante mezcla de pastor alemán negro, para que venga. El perro cruza la sala y salta al sofá, poniéndose sobre su regazo y dejándolo acariciar la parte superior de su cabeza.


—… eso es correcto, Rogelio, la campaña de Pedro Alfonso logró una hazaña impresionante este año, hasta que, bueno, ese incidente… —discuten los reporteros. Pedro agarra el control remoto y la apaga. Me mira brevemente.


Una conexión más, una mirada silenciosa más.


La habitación se queda en silencio.


En mi experiencia, a los chicos les encanta hablar de sí mismos y sus logros. Pedro, por el contrario lo evita. Como si estuviera harto de hacer tragedia la historia de su vida. La historia que ha sido el centro de atención de los medios desde que comenzó su campaña.


Puedes notar los diversos grados de respeto en la voz de una persona cuando hablan sobre un particular Presidente de los Estados Unidos. 


Para algunos Presidentes, el grado es inexistente, más como desprecio. Para otros, el nombre se convierte en algo mágico e inspirador, llenándote de la misma sensación cuando tomas la bandera americana con el rojo, blanco y azul: orgullo y esperanza. Tal fue el caso de la presidencia de Lucio Alfonso, la administración por el padre de Pedro hacía varios años.


Mi propio padre, que hasta entonces había apoyado al partido opuesto, pronto se convirtió en un firme partidario demócrata, influenciado por el carisma del Presidente Alfonso. La increíble conexión del hombre con la gente no sólo se extendía en la nación, si no en el extranjero, mejorando nuestras relaciones internacionales. Tenía once años cuando me presentaron al legendario y encantador Alfonso.


Pedro Alfonso, estaba en su adolescencia cuando su padre comenzó con su primer periodo, él tenía un futuro brillante. Yo, por otra parte, seguía siendo una niña, sin idea de quién era o a dónde iba.


Más de una década después, incluso ahora, lucho con la sensación de fracaso por no hacer algo importante. Un trabajo significativo y un hombre que me amara, esas era las cosas que quería. Mis padres querían más, política. En su lugar fui a servicios sociales. Pero no importa a cuántas personas he ayudado, cuánto me he dicho a mí misma que ser un adulto sólo significa que estaré en mi mejor momento para hacer la diferencia, no puedo sentir que estoy a la altura de lo que mis padres esperaban para mí. De lo que yo quería para mí.


Porque en este mismo momento, mientras esperamos que se anuncie el próximo Presidente, esos sueños se ciernen en el aire, y me temo que cuando lleguen los resultados, convertirán mis esperanzas en nada.


Espero en silencio mientras los hombres conversan, la voz de Pedro me llega de vez en cuando.


Ignorarlo se siente imposible, pero eso es todo lo que puedo manejar ahora.


La suite es grandiosa, decorada para los gustos de aquellos que pueden pagar habitaciones que cuestan mil dólares la noche. El tipo de hotel que ofrece menta en las almohadas y han sido más que hospitalarios con nosotros, porque Pedro es una celebridad. Han ido tan lejos como enviar pretzel de yogur, después que la prensa aseguró que eran los favoritos de él.


Incluso había una botella de champaña enfriándose. Pedro le pidió a uno de los ayudantes de la campaña que la retirara de la habitación. Todos se sorprendieron, todos pensaron que Pedro pensaba que había perdido la elección.


Sé que no es el caso. Simplemente sé que si los resultados no son lo que esperaba, no querría champán fresca allí, un recordatorio de su pérdida.


Dejando a Jack en el sofá, anda inquietamente por la habitación y se sienta al lado de su jefe de campaña junto a la ventana, y enciende un cigarrillo. Los recuerdos juegan en mi cabeza. 


De mis labios rodeando el mismo cigarrillo que estaba en sus labios.


Miro a Jack, sus ojos están cálidos y su cola se menea ligeramente. El perro levanta la cabeza en alerta mientras Marcos entra en la habitación, sin aliento, con los ojos muy abiertos como si no pudiera creer lo que acaba de suceder o lo que está sucediendo. Informa a la habitación que el conteo está listo. Y mientras anuncia el nombre del próximo Presidente de los Estados Unidos de América, la mirada de Pedro se queda atrapada en la mía.


Una mirada.


Un segundo.


Un nombre.



Cierro los ojos y agacho la cabeza para oír las noticias, la sensación de pérdida me abruma.