viernes, 18 de enero de 2019

CAPITULO 1




Estamos en una suite del hotel Jefferson, donde Alberto Carlisle, el director de campaña, está fumando en la ventana su segundo paquete de cigarros Camels. Exactamente a 13 kilómetros de aquí, la Casa Blanca está toda iluminada para la noche.


Todas las televisiones dentro de la suite están en diferentes canales de noticias, donde continúan informando sobre el progreso del conteo de los votos de elecciones presidenciales para este año. Los nombres de los candidatos están siendo lanzados a la especulación, tres nombres para ser exactos. Un candidato republicano, un candidato demócrata y el primer candidato fuerte independiente en los Estados Unidos —el hijo de un ex Presidente y uno con apenas treinta y cinco años, el contendiente más joven de la historia.


Mis pies me están matando. He usado la misma ropa desde que salí de mi apartamento está mañana, había ido al centro electoral y di mi voto. Todo el equipo que ha estado haciendo campaña el año pasado se ha reunido aquí al medio día.


Hemos estado en este lugar por más de doce horas.


El aire es denso con la tensión, especialmente cuando él entra a la habitación después de tomar un descanso y va a unos de los dormitorios para hablar con su abuelo, quien ha estado llamando desde New York.


Su alto y ancho hombro se asoma en la puerta.


Los hombres en la habitación se ponen de pie, las mujeres se enderezan.


Allí hay algo que llama la atención de él —su altura, su mirada fuerte pero tranquilamente cálida, la pulida robustez que sólo lo hace verse más masculino en su traje de negocios, y su sonrisa contagiosa, tan real y atractiva que no puedes evitar devolverle la mirada.


Sus ojos se detienen en mí, midiendo visualmente la distancia entre nosotros. Había ido por un recado y regresé, y claro que se dio cuenta.


Trato de permanecer tranquila. 


—Te traje algo para la espera. —Hablo más suave de lo que puedo y voy a uno de los dormitorios con una bolsa marrón firmemente cerrada con lo que parece comida. 


Me sigue.


No cierra la puerta, noto eso, pero la empuja para que sólo quede una pulgada abierta, dándonos la mayor privacidad posible.


Saco su chaqueta negra y se la paso.


—Olvidaste tu chaqueta —digo.


Mira hacia abajo a su chaqueta, después esos hermosos ojos cafés se elevan a los míos.


Una mirada. Un roce de sus dedos. Un segundo de reconocimiento.


Su voz es baja, casi íntima. 


—Eso hubiera sido difícil de explicar.


Nos seguimos mirando.


Casi no puedo dejar ir la chaqueta y él casi no la quiere agarrar.


Se extiende y la toma, su suave y triste sonrisa, su mirada perceptiva. Sé exactamente por qué esa sonrisa está triste, por qué es suave con ternura. Porque apenas estoy esperando allí esta noche y no hay manera que este hombre, este hombre que lo sabe todo, no lo sepa.


Pedro Alfonso.


El posible Presidente de los Estados Unidos.


Deja su chaqueta a un lado y no hace ningún movimiento para salir de la habitación, miro por la ventana mientras intento no mirar cada uno de sus movimientos.


A través de la ventana abierta, una brisa que huele a lluvia reciente y cigarrillos entra en la habitación. D.C. parece más tranquilo esta noche que de costumbre, la ciudad tan tranquila parece estar conteniendo su aliento junto con el resto del país, junto conmigo.


En silencio vamos a la sala para unirnos a los demás. Soy cuidadosa en tomar un lugar en la habitación que es opuesto al suyo. Instinto. Auto preservación tal vez.


—Están diciendo que tienes a Ohio. —Carlisle lo actualiza.


—¿Sí? —pregunta Pedro, arqueando una ceja, después mira alrededor de la habitación, silbando a Jack, su brillante mezcla de pastor alemán negro, para que venga. El perro cruza la sala y salta al sofá, poniéndose sobre su regazo y dejándolo acariciar la parte superior de su cabeza.


—… eso es correcto, Rogelio, la campaña de Pedro Alfonso logró una hazaña impresionante este año, hasta que, bueno, ese incidente… —discuten los reporteros. Pedro agarra el control remoto y la apaga. Me mira brevemente.


Una conexión más, una mirada silenciosa más.


La habitación se queda en silencio.


En mi experiencia, a los chicos les encanta hablar de sí mismos y sus logros. Pedro, por el contrario lo evita. Como si estuviera harto de hacer tragedia la historia de su vida. La historia que ha sido el centro de atención de los medios desde que comenzó su campaña.


Puedes notar los diversos grados de respeto en la voz de una persona cuando hablan sobre un particular Presidente de los Estados Unidos. 


Para algunos Presidentes, el grado es inexistente, más como desprecio. Para otros, el nombre se convierte en algo mágico e inspirador, llenándote de la misma sensación cuando tomas la bandera americana con el rojo, blanco y azul: orgullo y esperanza. Tal fue el caso de la presidencia de Lucio Alfonso, la administración por el padre de Pedro hacía varios años.


Mi propio padre, que hasta entonces había apoyado al partido opuesto, pronto se convirtió en un firme partidario demócrata, influenciado por el carisma del Presidente Alfonso. La increíble conexión del hombre con la gente no sólo se extendía en la nación, si no en el extranjero, mejorando nuestras relaciones internacionales. Tenía once años cuando me presentaron al legendario y encantador Alfonso.


Pedro Alfonso, estaba en su adolescencia cuando su padre comenzó con su primer periodo, él tenía un futuro brillante. Yo, por otra parte, seguía siendo una niña, sin idea de quién era o a dónde iba.


Más de una década después, incluso ahora, lucho con la sensación de fracaso por no hacer algo importante. Un trabajo significativo y un hombre que me amara, esas era las cosas que quería. Mis padres querían más, política. En su lugar fui a servicios sociales. Pero no importa a cuántas personas he ayudado, cuánto me he dicho a mí misma que ser un adulto sólo significa que estaré en mi mejor momento para hacer la diferencia, no puedo sentir que estoy a la altura de lo que mis padres esperaban para mí. De lo que yo quería para mí.


Porque en este mismo momento, mientras esperamos que se anuncie el próximo Presidente, esos sueños se ciernen en el aire, y me temo que cuando lleguen los resultados, convertirán mis esperanzas en nada.


Espero en silencio mientras los hombres conversan, la voz de Pedro me llega de vez en cuando.


Ignorarlo se siente imposible, pero eso es todo lo que puedo manejar ahora.


La suite es grandiosa, decorada para los gustos de aquellos que pueden pagar habitaciones que cuestan mil dólares la noche. El tipo de hotel que ofrece menta en las almohadas y han sido más que hospitalarios con nosotros, porque Pedro es una celebridad. Han ido tan lejos como enviar pretzel de yogur, después que la prensa aseguró que eran los favoritos de él.


Incluso había una botella de champaña enfriándose. Pedro le pidió a uno de los ayudantes de la campaña que la retirara de la habitación. Todos se sorprendieron, todos pensaron que Pedro pensaba que había perdido la elección.


Sé que no es el caso. Simplemente sé que si los resultados no son lo que esperaba, no querría champán fresca allí, un recordatorio de su pérdida.


Dejando a Jack en el sofá, anda inquietamente por la habitación y se sienta al lado de su jefe de campaña junto a la ventana, y enciende un cigarrillo. Los recuerdos juegan en mi cabeza. 


De mis labios rodeando el mismo cigarrillo que estaba en sus labios.


Miro a Jack, sus ojos están cálidos y su cola se menea ligeramente. El perro levanta la cabeza en alerta mientras Marcos entra en la habitación, sin aliento, con los ojos muy abiertos como si no pudiera creer lo que acaba de suceder o lo que está sucediendo. Informa a la habitación que el conteo está listo. Y mientras anuncia el nombre del próximo Presidente de los Estados Unidos de América, la mirada de Pedro se queda atrapada en la mía.


Una mirada.


Un segundo.


Un nombre.



Cierro los ojos y agacho la cabeza para oír las noticias, la sensación de pérdida me abruma.



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