viernes, 18 de enero de 2019

CAPITULO 2




Diez meses antes...


Desde que empecé a trabajar a tiempo completo, mis días parecen haberse hecho más largos y mis noches más cortas. Ya que me he hecho más vieja, las grandes reuniones han perdido gran parte de su atractivo, mientras que pasar el tiempo con un grupo pequeño de amigos es algo que ahora disfruto mucho. Hoy es mi cumpleaños y en nuestra cabina se encuentra mi mejor amiga Kayla, su novio Samuel, Alan, una especie de pretendiente/amigo y quien insistió en celebrar por lo menos un ratito esta noche, y yo.


—Estas cumpliendo veintidós hoy, bebé —dice Kayla mientras levanta su cóctel en mi dirección—. Espero que ahora finalmente arrastres el culo fuera para votar en las elecciones presidenciales del próximo año.


Gimo, las opciones hasta ahora no han sido suficientes para entusiasmarme. ¿La lucha actual y el desagradable Presidente quien tratará de lograr un segundo mandato? O los candidatos del partido opuesto, algunos de los cuales son demasiado difíciles de tomar en serio teniendo en cuenta la ideología radical que están abrazando. A veces parece que sólo están diciendo la cosa más loca que les viene a la mente para quitarse a sí mismos un poco de aire.


—Sería interesante si Pedro Alfonso se postula —añade Samuel.


Mi bebida se derrama sobre mi suéter con su mención.


—Tiene mi voto en automático —continúa Samuel.


—¿De veras? —Kayla mueve su ceja de forma peculiar y sigue tomando tequila.


—Paula conoce a Alfonso.


Me burlo y me limpio rápidamente el lugar húmedo en mi suéter. 


—No lo hago, no realmente—aseguro a los chicos, luego disparo un ceño fruncido hacia Kayla—: No sé de dónde sacas eso.


—De ti.


—Yo...nosotros... —Niego con mi cabeza, enviando una mirada molesta—. Nos hemos visto, pero eso no implica que lo conozco. No conozco las cosas importantes sobre él. Sé tanto como todos ustedes y la prensa no es fiable.


¡Dios! No sé por qué le dije a Kayla las cosas que hice con Pedro Alfonso...


En una época cuando era más joven y claramente muy impresionable. Cometí el error de declararle a mi mejor amiga que quería casarme con el hombre. Pero incluso entonces, al menos tenía el ingenio para extraerle una promesa de que nunca le diría a un alma. 


Supongo, que las promesas de niña siempre tienden a parecer tan infantiles cuando somos adultos, fue por eso que no le importó decirlo ahora.


—Vamos, no solo lo viste, tuviste un enamoramiento por él durante años —dice Kayla, riendo.


Veo a su novio darme una mirada avergonzada.


—Creo que Kay está lista para ir a casa.


—No lo estoy, todavía no estoy lo suficientemente borracha —protesta mientras él se mueve para que sea fácil que salga de la cabina.


Gime pero permite que la levante y se gira hacia Alan.


—¿Cómo se siente competir con el hombre más caliente de la historia?


—¿Disculpa? —Pregunta Alan.


—La gente de esa revista lo nombró el hombre vivo más sexy, sabes... —cuenta Kayla—. ¿Cómo se siente competir con él?


Alan envía a Samuel una mirada que da a entender: sin duda que Kay está lista para volver a casa, hombre.


—Está tan borracha —me disculpo con Alan—. Ven aquí, Kay —digo mientras envuelvo mi brazo alrededor de su cintura, mientras tanto Samuel le permite apoyarse en su hombro. 


Juntos, le ayudamos a salir y meterse dentro del taxi, Alan se despide de ella, enviándolos a su destino.


Alan y yo tomamos el siguiente taxi. Le da al taxista mi dirección y luego se voltea hacia mí.


—¿Qué quiso decir?


—Nada. —Miro por la ventana, mi estómago retorciéndose. Trato de reírme, pero me siento enferma del estómago con el pensamiento de que las personas sepan qué tan enamorada estaba de Pedro Alfonso—. Tengo Veintidós, eso sucedió hace diez u once años. Fue un enamoramiento de niña.


—Un enamoramiento que se terminó, ¿cierto?
Sonrío. 


—Por supuesto —lo tranquilizo, después giro para mirar hacia las luces de la ciudad parpadear mientras avanzamos para llegar a casa.


Un enamoramiento que fue aplastado, por supuesto. No puedes tener un enamoramiento de alguien que sólo has visto como, ¿qué? ¿Dos veces? La segunda vez fue un momento tan fugaz y tan abrumador... y el primero... bueno.


Tenía once años, y de alguna manera recuerdo todo sobre él. Sigue siendo el día más emocionante que recuerdo aunque no me gusta el efecto de conocer al hijo del Presidente Alfonso en mis años de adolescencia. Tenía once años. Vivíamos en una casa de piedra de dos pisos al este de Capitol Hill en Washington, D.C. Mi padre, mi madre, un gato atigrado llamado Percy y yo. Cada uno de nosotros tenía una rutina diaria; yo iba a la escuela, mi madre acudía a las oficinas de Women Of The World, papá iba al Senado y Percy nos daba el tratamiento de silencio cuando todos llegábamos a casa.


No nos alejábamos de esa rutina, como preferían mis padres, pero ese pasó algo emocionante.


Percy fue enviado a mi habitación, lo que significaba que mamá no quería que causara travesuras. Se acurrucó al pie de mi cama, lamiendo sus patas, no interesado en los ruidos en la planta baja. Sólo hacia una pausa para mirarme de vez en cuando como si mirara a través de una rendija pequeña en mi puerta. 


Había estado sentada allí durante los últimos diez minutos, mirando al servicio secreto moverse dentro y fuera de mi casa.


Hablaban en tono silencioso por sus auriculares.


—¿Roberto? Una última vez. ¿Éste? ¿O… éste? —la voz de mi madre flotaba dentro de mi habitación a través de la sala.


—Este —Mi padre sonaba distraído. 


Probablemente se estaba vistiendo.


Hubo una pequeña pausa y casi pude sentir la decepción de mi madre.


—Creí que debería vestir este —dijo.


Mi madre siempre le preguntaba a papá sobre qué ponerse para noches especiales. Pero si no escogía el vestido que ella quería, llevaba el que pensaba que él elegiría.


Me pude imaginar a mi madre poniendo a un lado el negro y dejando cuidadosamente el vestido rojo sobre la cama.


A mi padre no le gustaba cuando mi madre conseguía demasiada atención, pero a mi madre le encantaba. Y, ¿por qué no? Tenía unos impresionantes ojos verdes y una espesa melena de cabello rubio. Aunque mi padre era veinte años mayor y los aparentaba, mi madre parecía más joven día a día. Soñaba con crecer para ser tan hermosa y lista como ella lo era.


Me preguntaba qué hora era. Mi estómago gruñó con el aroma de las especias que se burlaban de mis fosas nasales. ¿Romero? 


¿Albahaca? Tenía todo revuelto sin importar cuantas veces Jesy, nuestra ama de llaves, me había explicado cuál era cuál.


En la planta baja, el chef de un restaurante de lujo cocinaba en nuestra cocina.


El servicio secreto había estado preparando la casa durante horas. Me dijeron que tenía que probar los alimentos del Presidente antes de que le fueran servidos.


La comida parecía tan deliciosa que estaría agradecida de probar un bocado. Pero mi padre le pidió a Jesy que me llevara escaleras arriba. 


No quería que asistiera porque era "demasiado joven". ¿Y qué? Pensé. La gente solía casarse a mi edad. Tenía edad suficiente para quedarme sola en casa. Querían que actuara madura, como una señorita. ¿Pero cuál era el punto si nunca llegaría a actuar la parte para la que me habían preparado?


—Es una cena de negocios, no es una fiesta, y Dios sabe que necesitamos de estas cosas para estar bien. —Se quejó papá cuando traté de abogar por mi caso.


—Papá —gruñí—. Puedo comportarme.


—¿Realmente crees que Paula puede comportarse? —Disparó a mi madre una mirada y mi madre me sonrió—. No cumplirás once hasta la semana que viene. Eres demasiado joven para estos eventos. No va a ser nada más que hablar de política. Sólo quédate en tú habitación.


—Pero es el Presidente —dije con tanta convicción que mi voz temblaba. Mi mamá salió de su dormitorio en ese glorioso vestido rojo que lucía elegantemente sobre su figura y me había mirado desesperada por la emoción en la planta baja.


—Paula —dijo con un suspiro.


Me enderece hacia arriba desde mi posición con la cabeza agachada. Suspiró otra vez, entonces caminó hasta su habitación, cogió el teléfono de su mesita de noche, marcó una extensión y dijo—: Jesy, ¿puede ayudar a Paula a vestirse?
Mis ojos se ensancharon y, milagrosamente, Jesy repentinamente me arrastró a mi habitación, sonriendo alegremente y moviendo su cabeza. —¡Niña! ¡Persuades a un rey de su corona!


—Juré no hacer nada. Mi madre simplemente me vio asomándome y debe haberse dado cuenta de que esto es una oportunidad única en la vida.


—Bien entonces, vamos a poner tú cabello en una trenza larga y bonita —Jesy dijo mientras comenzaba a abrir los cajones de mi tocador—. ¿Qué vestido vas a usar?


—Sólo tengo una opción. —Le mostré el único vestido que todavía me quedaba, y me ayudó a ponérmelo cuidadosamente.


—Estás creciendo demasiado rápido —dijo con cariño mientras me inclinaba hacia el espejo. 


Estaba parada detrás de mí y cepillaba mi pelo.


Miré mi reflejo y admiré el vestido. Me gustó el azul de la tela de satén. Me imaginé de pie junto a mi madre en su vestido rojo y mi padre en su traje perfectamente a la medida. Entrar al mundo prohibido y misterioso de mis padres fue emocionante, pero nada fue más emocionante que conocer al Presidente.


Cuando el Presidente llegó, un grupo de hombres se arrastró detrás de él, todos ellos en trajes. Eran altos y guapos, pero yo estaba demasiado ocupada mirando al joven directamente al lado del Presidente para notar mucho.


Era precioso. Su cabello era de color sable, y aunque estaba peinado hacia atrás, era indisciplinado en los extremos y rizado en el cuello.


Era un centímetro más alto que el Presidente. 


Su traje parecía más nítido, más a medida. Me miraba fijamente, y aunque sus labios no se movían y su expresión no revelaba nada, podía jurar que sus ojos se reían de mí.



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