domingo, 17 de febrero de 2019

CAPITULO 77




El Antiguo Comedor Familiar, resulta ser el comedor más pequeño en la Casa Blanca, y estoy agradecida de estar sentada en una mesa de tamaño normal con capacidad para seis, uno de la colección de muebles más moderna y personal de Pedro. Se sienta en la cabeza, mi lugar establecido a su derecha, y cenamos una de mis comidas favoritas en la versión del chef de la Casa Blanca.


—No estaba seguro de lo que te gustaba, así que les pedí que hicieran el especial de quinua de mamá, el cual mi madre y Jessa prepararon para ti y tu padre. La primera vez que nos conocimos.


—Recuerdo. Eras una pequeña cosa linda. Llena de fuego.


—Llena de fuego por ti —murmuro, poniendo mis ojos en blanco.


Sus ojos se abren con sorpresa por mi comentario, y luego una risa retumba por su
pecho, pero esa deliciosa risa no dura mucho tiempo, y entonces él frunce el ceño oscuramente. 


—Eras demasiado joven, cariño.


—Con grandes sentimientos despertando —gimo, sacudiendo la cabeza por el dolor que me causó y mis años de “despertar”.


Me lanza una sonrisa maliciosa, dejando caer su mirada a mis labios.


Pedro... —respiro, reconociendo la expresión de sus ojos.


Se inclina hacia adelante, nuestros ojos a pulgadas de distancia. Su voz es tan áspera y cruda que corta mi interior. 


—Te echo de menos. Extraño tocarte. Quiero ser
capaz de besarte en cualquier lugar, en cualquier momento que quiera.


Mis muslos presionan juntos debajo de la mesa. 


—Quiero eso también, pero este es un gran cambio para mí.


—¿Puedo besar tus guantes, al menos?


Mi cuerpo sigue apretando con anhelo, pero me las arreglo para controlarme y decir: —Sí, pero no aquí. Esta noche, cuando estemos solos.


Sus ojos se oscurecen intensamente. 


—Mmm. Espero ansiosamente eso. —Él toma
una cucharada especialmente grande de quinua en su boca.


Después de la cena, nos sentamos en la Sala Oval Amarilla, en el segundo piso, para las bebidas. Él asiente a Wilson en algún tipo de indicación silenciosa, y tenemos la privacidad que queremos mientras los agentes se dispersan. Me vuelvo hacia Pedro en el sofá, su postura relajada, pero su mirada es tan relajada como un infierno encendido en su totalidad.


—No te muevas —le advertí—. Es sólo un pequeño beso. Si te mueves entonces no voy a ser capaz de controlarme.


Su risa ronca me rodea. 


—Bebé, no puedo controlarme cuando me miras así… —Acaricia mi mejilla con su mano, su mirada chisporrotea con una intensidad cruda.


—Shh. Cierra los ojos.


Me pongo a horcajadas sobre él, y Pedro desliza sus manos para acunar mi trasero con rebeldía, pero cierra los ojos. Y, oh, cuán cerca me siento, qué tan segura me siento, cuán caliente me siento.


Miro su cara y me siento como explotar de adentro hacia afuera e implosionar de afuera hacia adentro. Lo amo tanto. Trazo sus labios con mi dedo. Me muerde. 


—No. —Me río.


Él gime, con los ojos todavía cerrados.


—Quédate quieto —digo.


Se queda quieto, los labios arqueados.


Inclino mi cabeza y presiono mis labios con los suyos. Un millar de tiros de rayos recorren a través de mis venas cuando él abre su boca. Le lamo, y sus manos se deslizan por la parte baja de mi espalda, moliéndome contra su duro miembro mientras hunde su lengua húmeda en mi boca. Él sostiene mi culo con las dos manos, y su tacto deja mariposas en mi estómago. 


Recuerdos de nosotros amenazan con ahogarme, cada momento, cada beso.


Enlazo mis manos detrás de su cuello, y aunque Pedro no se mueve, siento su poder, su dominio sobre mí y mi corazón.


—Gracias por mis guantes —le digo sin aliento, cuando vuelvo a la calma.


Él sonríe, desplazándose hacia adelante cuando me levanto con los pies temblorosos, su boca roja, su pelo revuelto. 


—De nada. Gracias por poner todo ese esfuerzo en nuestra cena. Lo disfruté. —Exhalo—. Mejor me voy. Los dos necesitamos estar listos para mañana.


Él sólo sonríe, observándome en silencio mientras me marcho.


El presidente francés estará celebrando una cena de Estado en honor a Pedro, y todos los arreglos de mi horario se realizan automáticamente para asegurar que pueda acompañarlo.


Estoy emocionada, nerviosa, y todavía excitada de ese pequeño beso tonto.


Tan emocionada y excitada que simplemente no puedo dormir. Sé que Pedro no duerme, porque la puerta de su habitación nunca se cierra en toda la noche




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