domingo, 17 de febrero de 2019
CAPITULO 76
Recibí un libro con las imágenes y los nombres de todos los que trabajan en la Casa Blanca. Es una medida de seguridad, me dijeron, en caso de que vea a alguien que no me resulte familiar.
Y he estado estudiando detenidamente el libro para asegurarme de que los conozco a todos.
Lo estoy mirando por segunda vez a la mañana siguiente cuando escucho la voz de Clarissa en la puerta de mi oficina del este.
—El presidente envió esto.
Ella está sosteniendo una caja de plata con una cinta blanca.
Siento que mis labios se abren involuntariamente.
Resisto la tentación de romper el paquete. Así no es como actuaría una primera dama. Así que me pongo de pie y acepto la caja, luego la pongo sobre mi escritorio y abro con cuidado, quitando la cinta, desenvolviendo todos los rincones de la envoltura y levantando la tapa.
Dentro hay dos hermosos guantes hasta el codo, de satén blanco.
¿Con toda seriedad?
Nunca he estado tan excitada. No es el hecho de que haya enviado un regalo que es atractivo en sí mismo, sino el hecho de que quiere que me sienta como si perteneciera aquí. Como su primera dama.
Estoy acabada. Estoy perdida. ¿Es posible enamorarse de un hombre de nuevo?
Creo que lo acabo de hacer. Incluso cuando nunca, ni por un momento, he dejado de amarlo.
Lo diviso más tarde ese día mientras me dirijo al final del pasillo, tratando de memorizar dónde está todo y personalmente saludo a los empleados por su nombre.
La visión del hombre alto, de pelo oscuro caminando con un séquito de cuatro hombres a su alrededor hace que mi corazón se detenga en mi pecho.
Se detiene cuando me ve, luego sumerge una mano en el bolsillo del pantalón, da una media sonrisa, y comienza a avanzar.
Él está usando sus gafas.
Tengo la boca seca y la parte entre mis muslos, demasiado húmeda.
—Paula. Me gustaría invitarte a cenar en el Antiguo Comedor Familiar esta noche. Si no te importa mirar el menú.
Nuestros ojos se encuentran, y estoy caliente por todas partes.
—Si puedo encontrar el comedor —digo.
La sonrisa toca sus ojos por debajo del borde de las gafas Ray-Ban con montura de oro.
—Alguien se asegurará de que lo hagas.
—Lo sé. Siempre lo hacen. —Sonrío y miro a su alrededor mientras los hombres esperan en reposo, y los empleados siguen animados pasando y desempeñando sus respectivas funciones—. Se supone que debo ir a conocer al chef esta tarde, debo revisar los menús de la semana.
—Eso es muy considerado de su parte, señorita Chaves.
Sé que me está tomando el pelo, y se siente bien. Lo extraño. Quiero coquetear más. Hablar y escuchar acerca de todo lo que está haciendo. Pero ahora no es el momento.
—Me siento muy mal teniendo mucha gente esperando por nosotros —le susurro.
Su mirada se vuelve sombría.
—Están tratando de hacer nuestras vidas más fáciles, conseguir obtener las pequeñas cosas perfectas para que podamos concentrarnos en las grandes.
Asiento con la cabeza, sonriendo.
—Te veré esta noche.
Él asiente y se dirige al ala oeste.
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