lunes, 28 de enero de 2019
CAPITULO 35
Estamos en DC de nuevo.
Pedro terminó nuestra última gira temprano y pidió un nuevo calendario acelerado, en el que he trabajado toda la noche.
Dijo que se reuniría conmigo en su suite en The Jefferson, la cual usaría esta noche cuando dos de los miembros de su escolta nos informaron de que su casa estaba demasiado llena de paparazzi.
A última hora de la mañana, llamo a la puerta de su suite.
Me acicalo el pelo y luego me reprendo a mí misma.
¡Deja de acicalarte, Paula!
Espero encontrar a Carlisle aquí, pero cuando Wilson abre la puerta y me deja entrar, sólo encuentro silencio.
Paso más allá de la sala de estar con mi copa impresa en la mano.
Me congelo cuando Pedro entra en mi línea de visión, su gran cuerpo apareciendo por las puertas dobles abiertas de la habitación.
No lleva nada excepto una toalla blanca del hotel alrededor de sus caderas, su piel dorada y suave.
Dios ayúdame.
La toalla está colgando peligrosamente baja y puedo ver la V en sus caderas. Tiene las piernas largas con muslos y pantorrillas musculosos, un poco de pelo y moreno. También va descalzo.
Su cabello está mojado por la ducha y peinado hacia atrás, dejando al descubierto su fuerte frente y sus rasgos perfectos de la mejor manera. A pesar de que se ve increíble con ropa, increíble no puede siquiera comenzar a captar la perfección atlética completa de su forma y músculos. Cada músculo está definido y flexionado duro.
Y esos increíbles brazos… el bíceps juntándose mientras levanta la pequeña toalla que tiene en su puño y la pasa por su pelo para secarlo.
Lanza la toalla a un lado y pasa sus dedos por su pelo mientras vuelve su atención hacia mí.
—¿Lo tienes ya hecho?
Oh.
Sí.
ESO.
—Paula. —Sus ojos marrones empiezan a parpadear, y todo mi cuerpo enrojece cuando me doy cuenta que me ha visto con la boca abierta claramente, su pelo se ve descuidado e incluso más sexy mientras se pone esas gafas en su nariz y lee.
He intentado cambiar los siguientes compromisos para que nuestro equipo de campo tenga tiempo para llegar en el autobús, pero no puedo evitar que volar siempre nos traiga antes —incluso si Pedro odia gastar tiempo esperando.
—Esto nos hace retroceder un día —dice.
Gruñe molesto, y dentro de mí, siento un apretón profundo, instintivo y visceral de los músculos de mi vientre ante el sonido. No sólo mi estómago. Mi sexo se aprieta también. Incluso mi pecho parece constreñirse. Todo eso como reacción a ese sonido muy masculino y muy atractivo.
Recordándome demasiado al sexo. Entre Pedro Alfonso y yo.
—Lo siento, Pedro, sólo… no puedo encontrar la manera de conseguir el resto del equipo a tiempo para encajar otro gran discurso. Tal vez algo pequeño...
—Oye. Está bien. —Cierra la carpeta de golpe y me mira. ¿Puede ver que casi no he dormido? Su mirada se suaviza—. Debería llevarte a alguna parte. Darte un desayuno y café.
Me muerdo el labio.
Los ojos de Pedro se oscurecen.
Lo dejo de morder.
—No diría que no a un gran café de vainilla.
—Vamos a hacerlo.
Me siento enrojecer porque —suena demasiado como una cita.
—¡No podemos! —Me río—. Ni siquiera puedo estar aquí por más de unos minutos por miedo de que nos miren todavía más.
Se sienta, y sus gruesos muslos son revelados debajo de la toalla.
—Lo siento. Realmente no puedo culparlos por estar obsesionados contigo —agrego.
Me mira.
Todo lo que puedo pensar son sus manos sobre mí. Mis manos arrastrándose debajo de la toalla. Mis dedos tocando su pecho. Y ese gran y duro miembro suyo.
Guau. ¿Acabo de pensar eso?
¿Qué me está pasando?
—Ven y bésame.
Pedro parece leer mi mente.
Sorprendida por la orden, me río y me muerdo el labio inferior.
—¿Qué?
—Dije, ven y bésame. Soy el que debe estar mordisqueando ese labio.
Doy un paso hacia adelante, los ojos de Pedro oscureciéndose mientras me mira.
Hay un golpe en la puerta. Seguido por el sonido de una llave de habitación. Rápidamente me retracto del paso que di adelante.
Carlisle y Hessler se unen a nosotros.
Carlisle se sumerge directamente en el negocio después de un breve—: ¿Cómo está nuestro príncipe americano hoy? —Y un guiño en mi dirección. Pedro se dirige al dormitorio, para cambiarse supongo.
—Debería irme.
Pedro sale con su pantalón, abotonándose una camisa azul.
—No. Te llevaré a casa.
—No, está bien. He quedado con una amiga en realidad para un croissant y ponernos al día —está a tres manzanas. Y su cumpleaños se acerca; prometí encontrarme con ella. Estaré en casa más tarde. Llámame si me necesitas.
Me apresuro a salir, a continuación, compruebo el tiempo y me dirijo a mi cafetería favorita cerca de Women Of The World. Espero allí por mi amiga Larisa. Llega diez minutos tarde, y todo ese tiempo, estoy como enojada conmigo por responder físicamente a Pedro tanto como lo hago.
He intentado tanto estar centrada en el trabajo y mi carrera. ¿Por qué tengo que enamorarme del hombre para el que trabajo?
Exhalo cuando diviso a Larisa corriendo a través del restaurante, tratando de alejar al Príncipe de Estados Unidos de mi mente.
Terminamos tomando el café, después vamos de compras y luego a beber.
—Entonces, ¿cómo es trabajar para ese dios?
—Me pregunta, bajando la voz mientras estamos sentados en la barra de una de nuestras cafeterías favoritas—. No. De Verdad. Dime —me muero por saberlo.
—Agotador —digo.
Por favor, Dios, no dejes que mi expresión muestre nada.
Que lo quiero.
Que, milagrosamente, me quiere.
Que hemos dormido juntos.
Que todavía no quiero que termine y estoy bastante segura debido a la forma en cómo me miraba en su habitación del hotel, que él tampoco.
Mientras estoy allí sentada mintiendo a través de mi maldita boca, me doy cuenta por primera vez en mi vida, que estoy haciendo algo que no debería.
Me doy cuenta de lo incómodo que es tener un secreto. Querer gritarle algo al mundo, pero al mismo tiempo, no querer nada más que protegerlo. Que el mundo nunca, nunca toque ninguna parte de este preciosos secreto tuyo.
Para que nadie sepa nunca que tu debilidad tiene un nombre, y un latido, y una cara muy famosa.
—Mataría por un solo día en esa campaña, Paula. Es decir, ¡Pedro Alfonso! ¿Es tan hermoso en persona como dice?
—Más aún —gimo, rodando los ojos.
Desvió la atención hacia su nuevo novio, y por suerte, ese es el final de mi conversación sobre Pedro Alfonso.
Si sólo fuera así de fácil apartarle de mis pensamientos.
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Mmmmmmmmmmmm, sospecho que no le gustó a Pedro que Pau saliera con una amiga.
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