miércoles, 6 de marzo de 2019
CAPITULO 133
Es el día treinta y nueve después del parto, a pocas horas para alcanzar los cuarenta días exactos, y me espera en el balcón del segundo piso mientras termino de alimentar a Pedrito. Lo encuentro apoyado en la barandilla, reflexivo cuando salgo.
Cuando se gira para verme entrar, una embriagadora mezcla de lujuria y amor me envuelve.
Pedro sonríe. Desliza un brazo alrededor de mi cintura y me acerca. Los jardines están tranquilos fuera, y él comienza a moverse conmigo. Cierro los ojos. Pone su frente en la mía.
Empezamos a balancearnos a algún tipo de música en nuestras cabezas, la música fuera de la Casa Blanca, en los jardines silenciosos, en las calles del D.C., el roce de la ropa a medida que nos movemos.
Abro mis ojos y me encuentro mirando a un remolino de oscuridad cuando me abraza, una de mis manos dentro de la suya, y nos estamos moviendo todo este tiempo, cada vez más cerca, dando vueltas alrededor del balcón Truman, y luego baja la cabeza, y al segundo siguiente sus labios se inclinan sobre los míos. Poco a poco, con ternura, toma mis labios como si fuera preciosa, como si fuera lo más precioso que este hombre tiene.
Me abro a él.
Me prueba ligeramente, sin prisas, sin ninguna prisa en absoluto, su lengua frotando sobre la mía, acariciándome. Sus manos van a la parte posterior de mi cabeza, acariciando suavemente mi cabello.
Todavía estamos bailando.
Pero ahora también nos besamos, y mi cuerpo reacciona de la forma habitual.
Estoy respirando con dificultad, completamente envuelta por su calor, su fuerza, su olor.
Susurra a mi oído—: Extraño a mi chica.
—Ella te echa de menos.
Sus ojos brillan.
—Estás tentándome como no tienes idea.
—Debería ir a dormir.
Se ve lobuno, captura mi muñeca y me inmoviliza en el lugar.
—No va a suceder. —Sonríe—. Ven aquí.
Su persuasiva mirada me debilita de la cabeza a los pies. El lento fuego entre mis piernas comienza a convertirse en un infierno de calor.
Los latidos de mi corazón son demasiado rápidos en mi pecho mientras Pedro me atrae hacia su figura de más de metro ochenta y dos.
Levanta la mano y presiona la yema de sus dedos en mis labios. Cuando desliza su lengua para lamer mis dedos, me quedo sin aliento.
Retrocede y nuestras miradas se cruzan. Dice—: Día treinta y nueve. —Curvando los labios.
Asiento, sin aliento. Preguntándome si está pensando lo mismo que yo.
Mis manos van a su camisa, aferrándose a la tela. Quería detenerlo. ¿No es así?
Todavía quedaba un día más. Pero todo lo que sé es que su boca está en la mía de nuevo, y su sabor es divino, y quiero más de ello, y mis dedos están apretando fuertemente su camisa y no puedo respirar. Sus manos se deslizan por mis costados, ahueca mi trasero y me aproxima. Más cerca.
El dolor entre mis piernas se intensifica a medida que su miembro pincha en mi abdomen. Está tan duro, su beso es cálido y sensual cuando arrastra sus labios a mi oreja, donde susurra—: Duerme conmigo esta noche.
Me presiono contra la barandilla, observando la luz de la luna jugar a través de su hermoso rostro.
—Pero es el día treinta y nueve, y el pequeño Pedro...
—Pedro tiene una niñera. Preferiría que se quedara con la niñera esta noche para que pueda pasar un tiempo de calidad con mi esposa.
Trago, sabiendo ya que no puedo esperar un segundo más.
—Voy a pensar en ello unos minutos —miento, deslizando mis manos por la pared plana de su pecho, subiendo de puntillas, mi voz ronca—. Mientras tanto, voy a tener un poco más de esto. —Lo beso.
Rápido como un diablo, caliente como el pecado, me mueve alrededor y me balancea contra él en algún oscuro tango prohibido.
Me agarra como si fuera la cosa más sexi del mundo.
Gimo y retrocedo a la barandilla, apoyándome mientras busco a tientas mi falda, levantándola tanto como sea posible para que pueda incrustarse entre mis piernas.
Llena el espacio entre mis muslos y me mira con reverencia mientras me arregla el cabello detrás de la cabeza, y agacha su cabeza para que sus dientes rocen mi piel. Pellizca la curva de mi cuello y el hombro. Olas de placer se precipitan por mi espina dorsal, y antes de darme cuenta, estoy acercándolo más y frotándome contra su pecho plano.
—Pedro...
—Sí.
No puedo hablar, no puedo pensar mientras sus labios se mueven sobre mi piel, su cálido gemido sobre mi garganta.
—Dios, te quiero. Te extraño. Extraño el olor de tu piel, los sonidos que haces. — Captura mi piel entre los dientes y tira con suavidad. Jadeo y me libera. Su lengua me acaricia, andando un camino lento, húmedo para aliviar el picor.
Desliza su mano entre nuestros cuerpos, acariciando entre mis piernas.
Estoy temblando mientras me apoyo en la barandilla, entonces me impulso y lo rodeo con mis brazos y piernas, y le susurro al oído:
—Te amo.
Me levanta más alto. Mis piernas se aprietan alrededor de sus caderas, mis brazos alrededor de su cuello mientras me besa ferozmente y cruza el balcón a la puerta.
Estamos en su dormitorio más rápido de lo que posiblemente imaginaba.
El deseo crepita en nuestro beso mientras cierra la puerta detrás de nosotros. Mis dedos se deslizan en su cabello mientras me acuesta en su cama, nuestro beso es caliente pero tierno.
Nuestra respiración es irregular, la mía rápida y poco profunda, la suya es profunda y áspera. Se pone de rodillas sobre la cama y me levanta la falda, agarrando el dobladillo y elevándola a mis caderas. Gimo mientras presiona su boca en mi abdomen.
Y luego su lengua. Tan deliciosa.
Muy caliente. Muy rápido. Tan experto mientras besa mí ombligo, luego besa la cicatriz de mi cesárea.
Trabaja sus labios hasta mi estómago y hacia mis pechos, y ahueca uno de ellos bajo la blusa y suavemente me acaricia. Chasquea el pulgar alrededor del pico, luego, levanta mi camisa y chupa hasta que gimo.
—No puedo esperar, Paula. Estoy hambriento por ti.
Rasgo su camisa abierta en mi urgencia. Pasa sus manos arriba y abajo de los lados de mi cuerpo. Los dos nos desnudamos entre sí tan pronto como sea posible. En el momento en que me desnudó, empujó sus pantalones por sus piernas, los patea y se estira encima de mí.
Es tan bonito. Sus músculos lisos y duros, perfectamente delineados. Recordé lo precioso que era, pero sospecho que ha estado ejercitándose un poco más, frustración sexual, tal vez. El pensamiento hace que me derrita. Realmente se ve un poco más grueso y más musculoso, y dejo que mis dedos disfruten de su trabajo duro. Me inclino y beso su pezón, deslizo mis dedos sobre los vellos de su pecho.
Soy recompensada por un sonido bajo de dolor.
—Lámelo duro —dice. Su voz es áspera y cruda.
—Pedro—jadeo.
Libera una sonrisa mientras mira hacia abajo en mí, comiéndome con los ojos, acariciándome por todas partes. Me dice que soy hermosa cuando mueve su dedo dentro de mí.
—¿Tienes alguna idea de lo que me haces, Paula? —Se apodera de la base de su miembro y conduce a mis pliegues. Ahí.
Directamente hacia mi apertura.
Mi respiración se va. Empuño las sábanas debajo de mí. Y mis ojos ruedan en la parte posterior de mi cabeza en el puro placer de sentir a mi marido conduciéndose dentro de mí de nuevo. Pulgada por pulgada. Lento. Con tanto cuidado que puedo sentir su cuerpo vibrar.
Estamos corazón a corazón, piel con piel, calor con calor.
Palmea mi rostro, mirándome a los ojos.
Gimoteo suavemente, inclinando las caderas para animarle a moverse. Pero aun así no lo hace, solo observado todo mi rostro, nuestra respiración entrecortada mientras me permite adaptarme a la sensación de tenerlo de nuevo.
Muerdo mi labio sin aliento.
—Por favor —le ruego.
—Te amo —gruñe, rozando el pulgar por el labio inferior, inclinándose para chasquear la lengua y calmar la piel que acabo de morder.
Comienza a moverse despacio, exquisita y lentamente. Su cuerpo poderoso y en control, haciendo el amor al mío. Me hace el amor como si soy virgen, como si fuera mi primera vez y quiere que nunca se olvide.
Y en este momento, todo mi mundo es él mientras me retuerzo por debajo de él, disfrutando de la cercanía, su cercanía, él. Es el hombre más poderoso en el mundo.
Es decidido, fuerte y ambicioso, es noble y honesto, y también es real y constante, ni una vez hace su deseo vacilar; por el contrario, incluso el restante mes espero que sea capaz de
ejecutar una vez que reanude el ejercicio, nunca me he sentido tan sexy, tan preciosa, o tan amada.
Y en este día, el misterio de nuestro amor crece, y me doy cuenta de que sigue cambiando, evolucionando, profundizando con cada experiencia que compartimos, con cada beso no dado y cada beso dado, cada susurro y cada palabra sin decir.
Nunca en mi vida he sentido la clase de amor que siento por él y como sus manos me acarician con ternura, la tensión en su cuerpo es evidente a medida que trata de ser suave pero indicando su deseo a fuego lento, las palabras profundas de amor que susurra en mi oído, hermosas y perfectas, y sé que también lo siente. Y sé que este sentimiento es probablemente tan misterioso para él como lo es para mí, y tan maravilloso.
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