miércoles, 20 de febrero de 2019
CAPITULO 85
Escucho al Marine One mucho antes de ver el helicóptero descendiendo sobre el Jardín Sur de la Casa Blanca. Quiero correr hacia las puertas como Jack hace cuando Pedro se encuentra fuera y él se queda en casa, pero en su lugar me obligo a caminar remilgadamente por las escaleras y en el exterior.
Pedro salta del helicóptero y Jack se apresura a través del césped, mientras espero en los escalones, sonriendo mientras Jack salta a saludarme. Acaricio su cabeza, mis ojos firmemente fijos en el hombre alto y distinguido cruzando el césped hacia mí.
Lleva su gabardina sobre su traje, y el viento sopla a través de su cabello, haciendo el amor a cada pulgada de él.
Su ritmo es intencionado mientras se dirige hacia adelante. Jack espera a mi lado, la cola moviéndose de lado a lado.
Nuestros ojos se encuentran. Solo sonrío y empiezo a dirigirme al interior, y dos pasos adentro, a una buena distancia de los agentes que pululan, me atrae a sus brazos y mi decisión de esperar hasta después de la cena se derrite un poco. Acaricia mí nuca con una mano.
—Te extrañé —exhala en mi oído.
Me derrito un poco más.
Su fuerza se filtra en mi cuerpo. Llega muy dentro de mí, hasta la médula de los huesos. Si estuviéramos solos, tiraría de él a algún lugar para sentir sus manos sobre mí.
Sentir sus ojos en mí. Sentir su piel bajo mis dedos, su lengua moviéndose sobre la mía de nuevo.
—Yo también.
Jack ladra feliz. Pedro se relaja, pero no antes de que vea el calor ardiente en sus ojos.
—Aquí no —dice.
Suspiro por paciencia.
Sonríe, se apodera de mi barbilla, y se queda mirándome fijamente a los ojos.
—Ve a mi habitación. —Una promesa.
Mi respiración se vuelve irregular y nerviosa.
—¿Qué hay de la cena?
—Lo que quiero se haya justo aquí, y no estoy esperando un momento más para tenerlo. Ahora voy a atender algo y estaré allí.
Me dirijo a mi habitación primero y tomo un camisón de seda que compré en París, mi única compra allí. Un baby doll blanco separado por la mitad y un moño uniéndolo.
¿Lo compré con la esperanza de que un día lo viese?
Me dije que era para mí, pero ahora no estoy tan segura. Lo meto debajo de mi chaqueta, y sé que el Servicio Secreto se encuentra cerca mientras cruzo a su habitación.
Cierro la puerta, me cambio rápidamente en su enorme baño, y me dirijo directamente a la cama porque mis piernas se sienten líquidas e inestables.
Su habitación es un poco más grande que la mía y su cama huele a él. Suspiro y me deleito en su olor cuando escucho el pomo girar y la puerta se cierra.
Mi sonrisa feliz por estar en su cama desaparece a medida que mis pestañas se abren, y mis ojos comienzan a subir poderosamente, piernas largas, caderas estrechas y una camisa blanca desabrochada en la parte superior.
Él. Ya está. DURO.
Me mira con asombrosa diversión, sus ojos bailando, el cabello de punta, como si ha estado muy inquieto. Inquieto en su camino a casa.
—Siempre llena de sorpresas, ¿verdad, Paula? —Dice en voz baja. Tomando mi camisón.
No puedo respirar más.
Estoy envuelta por el poder y la confianza que rezuma, por la calidad de su mirada penetrante, por la sonrisa masculina que lleva.
Curvo mis labios mientras me siento apoyada en mis brazos, sostengo su mirada con timidez.
—¿Te gusta mi regalo de bienvenida a casa? —Muevo el lazo que sujeta mi camisón.
Los dos estamos excitados por extrañarnos tanto, creo que nuestra adrenalina gira y se enreda de forma invisible en la habitación.
Cruza la habitación, extendiéndose para tomar mi brazo y ponerme de pie. Un tirón y me aplastó contra la pared plana de su pecho. Otro tirón en mi cabello suelto lleva mi cabeza hacia atrás. El jadeo que se me escapa solo sirve para separar mis labios, y él está allí. Sus labios están ahí, rozando los míos, siempre tan exquisitamente. Su aliento entra calurosamente en mi boca.
—Me gusta el regalo —dice, tocando el lazo en la parte superior de mi camisón— . Aunque no lo he abierto por completo todavía.
Tira del lazo, liberándolo. El deseo por él zumba en mis venas.
—El hecho de que estoy casi desnuda no significa que estoy lista para dormir contigo.
Separa el camisón para abrirlo.
—El hecho de que te invité a mi habitación no quiere decir que he estado pensando en ti.
Pero quiero que piense en mí. Porque no puedo dejar de pensar en él. Deslizo mis manos por la parte delantera de su camisa.
—¿No? —Balanceo mis caderas contra él.
Tira de la tela de mi camisón desnudado un hombro.
—No. —Se inclina, moviendo los labios por toda la curva de dicho hombro.
Es increíble lo que me hace.
Me toca y todos mis sentidos se sintonizan con el lugar que toca.
Su olor me embriaga y sus labios son lo más perverso que he encontrado. Mis ojos se cierran, e inclino mi cabeza hacia atrás, agarrando su cabello. Se peina hacia atrás cuando está en público, pero me encanta la forma en que se pone puntiagudo cuando ha estado deslizando sus dedos a través de él.
Tiro de él y levanto su cabeza, se ríe en voz baja, agarra mi rostro con una mano, y presiona su boca firmemente —firmemente, decididamente— en la mía.
Estoy en caída libre, y sus ojos brillan con lujuria y anhelo antes de tomar mi boca en un beso más duro. Nuestras lenguas se enredan, su lengua fuerte, mojada, sedienta.
No puedo evitar abrir su chaqueta, sintiendo sus músculos debajo de la camisa.
Perfectamente delineados.
Cada vez que nos besamos se siente como la primera vez, pero esta vez se siente como si fuera la única vez.
Mientras desabrocho la camisa y veo el broche de la bandera en su chaqueta, me acuerdo de la gran diferencia que hace, lo pequeña que soy en comparación con los millones de personas cuyas vidas afecta.
—Pedro, puedes no haber previsto que las personas pudieran escuchar...
—No veo a nadie aquí, solo tú y yo —dice, y hombre, realmente me mira.
Tengo tanto deseo que estoy temblando.
Gruñe como si estuviera pensando en lo mismo, me eleva, y sus manos agarran mi trasero. Mis manos se enroscan alrededor de sus hombros al instante.
—Dios, tú chica sensual, pequeña cosa caliente… No puedo tener suficiente de ti. —Muerde y tira de mi labio, luego, ajusta perfectamente su boca a la mía de nuevo. Huele
delicioso. A colonia y a él, y mi estómago se tambalea con mariposas cuando tira y arranca
mi tanga.
—Pedro —le digo, sorprendida.
—¿Qué? —Sonríe, presionándome contra la pared, preparándome para así poder colocar su mano entre nosotros para acariciar mi sexo desnudo entre nuestros cuerpos.
Gimo, empujando las caderas contra él. Agarra mi pecho y me aprieta el pezón.
Lo chupa, haciéndome temblar.
—Oh, Dios.
—No puedo hacerle el amor a la primera dama contra la pared, ¿dónde están mis modales?
—Oh dios, solo hazlo. —Agarro su cabello y tiro de su rostro al mío, besando su mandíbula mientras me lleva a la cama y me acuesta en el centro, inclinándose sobre mí.
Me estremezco bajo su mano cálida trazando a lo largo de mi barriga.
Sus ojos se mueven sobre mí, tomándome. Sus labios rozan los míos nuevamente, cálidos y sedosos. Abro mis labios y mete la lengua dentro. Jadea y permite que nuestras lenguas jueguen por un tiempo mientras sus manos vagan por mis curvas, poco a poco, sin prisa, como si pudiera ordenarle al tiempo detenerse para nosotros y ahora tenemos todo el tiempo del mundo.
Se quita la camisa y me mira.
—Dios, perteneces a mi cama. Mírate.
Trago, parte riendo y parte gimiendo.
Estoy desesperada por Pedro, pero estoy nerviosa de tener sexo con él nuevamente.
Estoy nerviosa porque significa tanto, se siente tan colosal. Sabe lo que siento por él y he esperado este momento durante tantas noches solitarias, extrañándolo. Es la primera vez que estamos juntos después de decirme que me ama.
—Estoy nerviosa —respiro.
Me hago a un lado con calma, lentamente quita su camisa, dejando al descubierto sus gloriosos músculos.
—¿Por qué estás nerviosa?
—Es solo eso... eres el presidente. Siento...
—No estés nerviosa. Sigo siendo el mismo. —Sin camisa en sus pantalones, extiende mis brazos por encima de mi cabeza y traza sus manos por los costados.
Balanceo mis caderas, gimiendo.
Inhala un largo suspiro, sus ojos capturando los míos.
—Tan hermosa. —Agarra la parte de atrás de mi cuello y me tira hacia adelante, pareciendo perder el control, aplastando mis labios contra los suyos tan duro y con tanta pasión que mi cabeza da vueltas.
Lo agarro para apoyarme y me arqueo contra él, mis pechos duelen cuando froto mis dedos a lo largo de la parte posterior de su fuerte cuello.
Pedro se desabrocha el cinturón y se baja la cremallera, luego se quita los pantalones, jadeo, su dureza salta libre.
A medida que extiende su gran cuerpo sobre mí, gimo y llego a él, fuera de control, y Pedro inclina su cabeza hacia mis pechos y a las puntas endurecidas de mis pezones, sacando la lengua para lamer uno, luego el otro, dando vueltas lentamente con su lengua alrededor de los picos. Succiona, deslizando su mano entre mis piernas, en mi apertura.
Sus dedos se mueven dentro de mí, primero uno, luego dos, me arqueo y me estremezco de placer.
—¿Qué quieres, preciosa?
—Te quiero a ti —jadeo.
Se inclina y chupa mi hombro, acercándome.
—He estado muriendo por conseguir estar dentro de ti. No puedo olvidar lo que se siente moverse dentro de ti, tenerte perdiendo el control debajo de mí.
Abre mis piernas más anchas.
—Pedro —digo, mi tono sobrio. Y sus ojos se abren en duda—. Dejé de usar la píldora, desde que nosotros… bueno, fui a Europa y...
Se acerca a su mesita de noche, y después desgarra un paquete con los dientes.
—No te preocupe. Mi personal es muy hábil asegurándose de que su presidente tiene todo lo que necesita.
Sonríe mientras rueda el preservativo y me humedezco simplemente observándolo. Acaricia entre mis piernas, y luego se pone el dedo mojado en la boca mientras toma su miembro con su mano libre y se burla en mi entrada.
Gemimos juntos, besándonos sin restricciones mientras envuelvo mis piernas alrededor de él, gruñe por un segundo.
Me penetra, su erección más gruesa que nunca, empujando. Jadeo en voz baja y rastrillo con las uñas a lo largo de su espalda mientras empujo mis caderas hacia arriba por más.
—Llévame dentro, eso es, Paula. Así es, tómame, hermosa. —Empieza a empujar dentro y fuera con vigor, sus músculos moviéndose bajo mis manos, sus respiraciones llegando duro y rápidas mientras fija un ritmo.
Jadeo tan fuerte que temo que la seguridad nos escuche, pero no me importa, y tampoco a Pedro. Suelta un gemido muy profundo y tira de las manos sobre mi cabeza, tomándome cada vez más duro y más profundo, fuera de control como si quisiera enterrarse permanentemente dentro de mí, como queriendo fusionarnos en uno solo.
Lo deseo con un dolor físico. No puedo dejar de correr mis manos sobre sus brazos, hombros, pecho.
Gruñe:
—Ven aquí. —Y me besa. Duro y con propósito.
Empieza a tomarme con fuerza, y pruebo nuevamente su sabor, su olor.
Chupa mi pecho de nuevo, y lo tomo, encontrando cada empuje con un movimiento de mis caderas en silenciosa súplica por más.
Ralentiza el ritmo y se retira, luego frota mi clítoris con su pulgar. Gruño y empuja su dedo corazón dentro de mí, mirándome.
—Tan acogedor, tan mojado y codicioso. —Quita el dedo, listo para llenarme de nuevo.
Curvo mis piernas más apretadas alrededor de él, levanto mi cabeza y presiono mi boca en la suya cuando me penetra. Y entonces está en todas partes. Empujando profundamente, golpeando mi corazón mientras se retira y lo hace de nuevo.
Gimo, él gruñe.
Es el hombre que amo y me toma como dijo, con fuertes y deliberados golpes que me extienden casi hasta no poder soportarlo. Puedo sentir en la forma que se mueve, la forma en que me toca, me muerde, me lame, que no era la única muriendo por esto.
Me da un beso desgarrador que me hace volar, chupo su lengua y uso mis muslos para acercarlo más, nuestras respiraciones explotan al mismo tiempo que nos arqueamos para acercarnos más y más.
Empuja con más fuerza, más profundo, sosteniendo nuestras miradas, nuestras bocas chocando, nuestra manos tocando, nuestras lenguas degustando, el aliento apenas es suficiente para mantener el ritmo.
Escucho los sonidos resbaladizos de él entrando en mí, estoy tan mojada, y es tan grueso, duro y se mueve tan rápido, que nuestros cuerpos se esfuerzan por acercarse todavía más.
—Tan bueno. Tan malditamente bueno que ya quiero volver a hacer esto.
—Sí —jadeo.
La visión es borrosa por la necesidad. Mi boca vaga por su pecho, cuello y su dura mandíbula, la barba raspando mis labios mientras lo beso.
Estoy temblando, necesitando, vulnerable, y él es tan sexi.
Me siento abrumada cuando está dentro de mí, como si fuera a estallar por lo que siento, conectada con él, uno con él, este hombre que en realidad nunca se ha entregado a nadie y no se atreve a dejar entrar a alguien. Quien me hace querer reclamarlo.
Empuja en mí de nuevo, y los atronadores sonidos que salen de su garganta me dice que se haya tan listo para estallar como yo. Nos movemos ahora más lento, pero con la misma pasión.
Mi cuerpo se ajusta alrededor de él y aprieto, lo agarro para mantenerlo dentro de mí.
—Déjame verte—dice—. Vente para mí. —Me mira y me besa, al mando de mis labios mientras froto mi lengua con la suya y frota mi clítoris con su pulgar mientras se empuja profundo contra mi punto G. —Vente.
Empiezo a apretar alrededor de él, y en el momento en que comienzo a agitarme, aprieta los músculos y se arquea hacia atrás, gruñe de placer cuando llega conmigo.
Estoy demasiado débil para moverme durante unos minutos. Pedro se va para limpiarse, luego regresa y me tira en sus brazos.
Acaricia mi cuello, y me presiona tan cerca como puede.
Oh, Dios, no puedo conseguir estar lo suficientemente cerca.
Aspiro su olor y aprieto los brazos alrededor de su cuello, escuchándolo reír suavemente contra mi cabello, su aliento me hace cosquillas.
Yacemos allí por minutos, desnudos...
Saciados...
Enredado entre sí en las sábanas.
El rastro de vello en el pecho de Pedro es demasiado tentador para mis dedos.
—Debería irme —susurro contra la gruesa columna de su garganta mientras acaricio su pecho y me obligo a parar—. Una cosa es que el personal especule sobre nosotros dándonos el gusto con un rapidito y otra muy distinta para nosotros empezar a pasar toda la noche juntos.
Tomo mi ropa cuando Pedro rueda sobre su espalda y enlaza sus manos detrás de su cabeza, el ceño fruncido en su rostro.
—Déjalos. Deja que comiencen los rumores. No vamos a confirmar nada hasta que queramos.
Dudo por un momento. Solo un momento.
Entonces, niego.
—Es demasiado pronto. Sé que todo el mundo pende de un hilo, con ganas de ver qué proyectos se aprobaran en los próximos meses, eso debería ser el titular de primera plana.
Sus ojos recorren mi espalda desnuda mientras comienzo a vestirme, en silencio, todavía con el ceño fruncido.
—Les daré suficiente para hablar. Tengo más de un proyecto en marcha; solo necesito estar seguro de que las partes cooperarán. Pero Paula —agrega mientras me dirijo al otro lado de la habitación, levantando una ceja—. Vamos a estar visitándonos todas las noches.
Me muerdo para no sonreír, una sensación difusa en el estómago.
—Sí, Presidente Alfonso. —Sonrío y en silencio abro la puerta, salgo de su habitación y cruzo el pasillo hacia la mía.
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