miércoles, 20 de febrero de 2019

CAPITULO 88





El resto de la semana pasa en un frenesí de visitas, entrevistas y la planificación de la próxima cena de Estado. Pedro se encuentra todavía más inundado con el trabajo que yo, pero puedo verlo hacer algún esfuerzo para sacar algo de tiempo para verme, y no solo me conmueve, me hace realmente desear que sepa que apoyo lo que hace por nuestro país. Que estar cerca de él y saber que quiere estar conmigo tanto como yo quiero estar con él es suficiente.


Los proyectos de ley que trata de aprobar no son fáciles, marcarán cambios permanentes en nuestros programas de educación, salud y energía. Tiene un sólido respaldo de la Cámara de Representantes, pero el Senado votará pronto y realmente nunca se sabe cómo va a ir.


Un día, después de la cena, llevamos a Jack a dar un paseo por los jardines de la Casa Blanca. 


Hacía mucho frío fuera, pero me encontraba envuelta en un abrigo y llevaba una gorra, amando ver la respiración de Pedro en el aire mientras hablamos de nuestro día. Y cómo no dejaba de tocar mi nariz enrojecida juguetonamente, llevando la más hermosa sonrisa.


Nuestro camino de regreso a la Casa Blanca, fue extrañamente tranquilo.


—Nunca dejaré de sentirme asombrada mientras camino por esta casa —dije.


—Es un privilegio que no debe tomarse a la ligera.


—¿Sabes cómo dicen si estas paredes hablaran? Estas paredes en realidad lo hacen.
Cada pieza de arte en las paredes. Cada reliquia.


Continuamos en silencio.


El ajetreo habitual del día se calmó, pero todavía estaba en el aire. El desarrollo de la historia eléctrica dentro de estas paredes. Había nacimientos y muertes, celebraciones y luto.


Pasamos por el retrato de John F. Kennedy, mirando hacia abajo, humilde y carismático, y el retrato del padre de Pedro, en un largo pasillo con alfombra roja.


Pedro observó la sala, su cálida mirada mientras tomaba mi excitación.


—La construcción llevó diecisiete años en completarse. Washington concibió la idea de ello, pero nunca tuvo la oportunidad de mudarse.


Lo observaba mientras caminábamos, con ganas de más.


—Casi se quemó en la guerra de 1812, cuando los británicos invadieron la capital. En medio de la noche, las tropas enemigas arrojaron lanzas en llamas a través de las ventanas, prendieron fuego al ático, y las llamas empezaron a arder a través del suelo, y luego la planta principal se estrelló en el sótano. Mírala ahora. —Guiñó—. Sí, eso es América. Te caes, te levantas de nuevo más fuerte que nunca. —Tiró de mi barbilla.


Y me reí, me sonrojé por todas partes y asentí.


—¿El retrato de Washington en el despacho oval? Los soldados saquearon la casa, pero la primera dama para ese tiempo, Dolly Madison, agrietó el marco y lo salvó.


—Si la casa se incendia, estoy tomando tu retrato.


—Quiero uno tuyo.


—¡Pedro!


—Lo digo en serio —dijo, luego tomó mi mano y me llevó arriba a su dormitorio, Jack acostado a nuestros pies y cayendo en un sueño para el momento en que estuvimos desnudos bajo las sábanas. Pedro me acariciaba con los dedos, lentamente diciéndome qué parte de mí quería inmortalizar en la pintura. 


Pedro ha estado enterrado bajo proyectos y negociaciones por los últimos días.


También he estado ocupada, pero luego espero a la noche, preguntándome si Pedro concluirá el día temprano o no, ha estado trabajando tan duro que la oficina de prensa de la Casa Blanca es siempre un hervidero de información. Los titulares siempre pertenecen a la Casa Blanca. Pedro está tomando la campaña de alfabetización y absolutamente tachando cada... una... de las palabras. Como prometió.


Hay presidentes y hay presidentes, pero no hemos tenido uno como éste en mucho, mucho tiempo. ¿Y exactamente como éste? Jamás.


Nunca he estado tan ocupada en mi vida tampoco, pero mientras, espero con mis
músculos doloridos por el día con ansias de él y nuestro tiempo a solas. Me pregunto lo
que hace y si me quedaré dormida antes de que me alcance, como he hecho durante las
últimas tres noches, o si voy a estar despierta cuando entre en mi habitación y tome cada
centímetro de mí que anhela ser tomado de nuevo.


Mañana tenemos nuestra primera noche fuera, una recaudación de fondos para la limpieza del agua de toda la nación, con varias celebridades presentes. A pesar de que han pasado tres días desde que hicimos el amor, ya me di cuenta de que Pedro iba en serio cuando dijo que iba a hacerme una visita nocturna. Cada mañana me despierto con la sensación de haber estado acurrucada por la noche y el olor de él en mi almohada.


Ayer por la noche, daba un paseo fuera para despejar mi cabeza cuando llegó su mejor amigo de Harvard, Fabrizio.


—¿El presidente sigue en el ala oeste a esta hora?


Asentí.


—Guau. —Frunció el ceño—. No ha respondido a mis llamadas. ¿Alguna razón por la que esté tan empeñado en conseguir hacer todo ahora?


—Dijo que lo haría. Quiere hacer sus primeros cien días innovadores y establecer el tono para el resto de ellos.


—Está inspirado por ti —dijo Fabrizio, guiñando y dirigiéndose hacia él—. Voy a arrastrarlo fuera de la oficina, lo llevaré a correr.


—Bien. Toma a Jack contigo, ha estado agitado con la lluvia y encerrado en el interior. No creo que le guste la política como a Pedro.


Sus palabras permanecen conmigo.


¿Inspiro a Pedro, de verdad?


Sé que se siente impulsado a tener éxito, que heredó un reino roto que tiene que reparar, puentes quemados entre partidos que tiene que reconstruir, todo mientras navega por la complicada política de D.C. implicando un gran número de jugadores, como piezas de un juego de ajedrez: los grupos de presión, la Cámara, el Senado, todo sin perder de vista los objetivos, la voluntad y el bienestar de las personas.


Cuando me encontré con su padre, el presidente Lucio Alfonso, me sentí tan inspirada. Pero nada en mi vida me ha inspirado como lo hace ver trabajar a Pedro. Así que decido que esta noche, en lugar de esperar en mi habitación, lo visitaré en el Despacho Oval cuando esté de vuelta de su carrera y los pasillos estén tranquilos.


―¿Qué es? ―Pregunto, alarmada y confundida por la expresión de Pedro.


Vine a visitarlo al Despacho Oval. Me hallaba descalza, encontrándolo detrás de su escritorio, trabajando detrás de la luz de una lámpara. 


Pensé que estaba siendo atrevida cuando me dirigí a su escritorio e intenté apoyarme en él. 


Cuando lo hice, algo debajo del escritorio se soltó, y Pedro lo atrapó en su mano cuando empezó a caer.


Era una bufanda. Un pañuelo rosa, que parecía estar metido en algún compartimento del escritorio de su padre.


Ahora tengo una sensación de malestar en el estómago mientras miramos la bufanda rosa en la mano de Pedro.


Mis labios tiemblan cuando un escalofrío recorre mi espina dorsal.


―Esto no pertenece a mi madre ―dice Pedro.


Ni siquiera puedo pensar en ello. Estoy muy sorprendida de ver una cosa tan endeble en el Despacho Oval, y me siento como un mirón, como si Pedro y yo acabáramos de atrapar a su padre haciendo algo prohibido.


La expresión de Pedro es una mezcla de rabia e incredulidad.


―Lo siento. ―Estiro la mano y tomo la suya―. ¿Quieres...?


―Necesito un poco de aire.


Pedro se levanta y sale de la habitación, y después de un momento, escucho a los agentes correr detrás de él, y estoy sola en esta casa, con mis tristes pensamientos y mi mente zumbando de preocupación.


Pedro regresa poco después. Parece que ha despejado la cabeza, porque va directamente al teléfono.


Llama a mi padre. Fue amigo de su padre durante muchos años, y supongo que confía en que lo que discuta con mi padre, nunca saldrá de la habitación.


Nos sentamos con él en la sala de estar adyacente al Despacho Oval cuando Pedro le hace preguntas acerca de su padre.


―¿Pero nunca conociste sus intereses fuera de la política y de la Casa Blanca?


―Sabía, sospechaba, que algo cambió un año antes de que lo asesinaran. Sonreía más, viajaba más. Parecía que le inyectaron una nueva vida. ¿Podría tener esto algo que ver con una mujer?


―Posiblemente. No lo sé con seguridad. Siempre supuse que se dio cuenta de que estaba a punto de cumplir su mandato como presidente y que ahora podría compensar a su familia.


―Gracias, Roberto.


Pedro parece tranquilo, pero solo alguien que lo conoce, realmente lo conoce, puede detectar la tensión que palpitaba en sus hombros.


―Paula, me gustaría hablar con tu padre a solas por un momento. ―Sonrío cuando miro sus tranquilizadores ojos, asintiendo en silencio mientras voy y abrazo a mi padre.


―Gracias, papá. ―Le beso la mejilla y me da una palmadita en la mano cuando la apoyo sobre su hombro, observándome con orgullo mientras me voy.


Algo sobre la forma en que Pedro me lo pide me hace cosquillear. Me pregunto si va a decirle a mi papá sobre nosotros. Parece el tipo de persona que querría hacerle saber que hay algo entre nosotros antes de que finalmente avancemos y digamos la palabra.


Dos minutos más tarde, estoy bastante segura de que le dijo algo sobre nosotros, porque cuando mi papá se va, tiene una chispa traviesa en sus ojos mientras se despide.


Pedro entra en contacto con el FBI. Todavía estoy desconcertada por las cosas.


Cuando Sigmund Cox llega al Despacho Oval, Pedro me pide que me quede. Mientras le entrega la bufanda, sus ojos bronce enturbiados, se encuentran con los míos, y se ven nítidos y metálicos, fríos como me siento.


Sé lo que significa este hallazgo. Qué decepcionante podría ser imaginar que su
padre posiblemente tuvo un romance cuando era presidente. Especialmente considerando que descuidó a su madre e hijo. Por el país, era una cosa, ¿pero por otra mujer?


Después de explicar a Cox lo que encontramos, Pedro desliza los archivos del FBI a través de su escritorio.


―Quiero que el caso vuelva a abrirse y quiero que un investigador especial trabaje veinticuatro/siete en esto. Quiero información real sobre esto. Quiero detalles. Detalles. También quiero que esto sea confidencial. Nadie excepto usted, nosotros en esta sala y el investigador especial lo sabrán.




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