domingo, 27 de enero de 2019

CAPITULO 31




Exhalo y tiro de la cremallera de mi sudadera negra hasta el cuello. Me pongo una gorra de béisbol, guiando mi cola de caballo a través del pequeño agujero en la parte posterior, y me pongo las gafas a pesar de que el sol ya se está poniendo.


Estoy en mi piso de D.C. y es sábado por la tarde.


Desde nuestra reunión en esa habitación de hotel, y casi ser atrapada, no puedo sacudir esta abrumadora sensación de temor. Mi estómago se retuerce y se convierte en nudos pensando en lo que estoy a punto de hacer.


Sé que esto es arriesgado, más allá de arriesgado, yendo a su casa en su noche libre, pero necesito hablar con él. En privado.


Si no hago esta cosa arriesgada, vamos a seguir haciendo un millón de cosas arriesgadas justo hasta día de las elecciones.


Tengo que parar esto antes de entrar en las zonas profundas… hasta el punto de no retorno. 


Una parte de mí teme que ya estamos allí, y una parte de mi alma me dice que ningún intento por parte de cualquiera de nosotros puede parar la avalancha de emociones que están surgiendo entre nosotros, presentes en cada mirada, toque, sonrisa, y un beso.


Necesito que sepa que no podemos continuar con esta cosa peligrosa que hemos empezado, porque nunca me perdonaría si le costase la presidencia. Las elecciones presidenciales y, especialmente las campañas presidenciales, son cosas muy delicadas.


Un movimiento en falso, un comentario equivocado, un desliz puede significar el fin del juego. Y para Pedro, un candidato independiente el tener que luchar contra dos partidos grandes con historia, lealtad, juego sucio y mucho dinero por su lado… no puede permitirse un desliz.


Les pido a mis padres si puedo tomar prestado su coche por la noche y digo que voy a tomar unas copas con mis amigos.


Sin embargo, voy a la casa de Pedro Alfonso. No quería tomar un taxi porque no quería que nadie más supiera sobre mi pequeño viaje.


Cuando aparco en su casa, siento que mi estómago da una vuelta y se ata en un millón de nudos. Me obligo a abrir la puerta de mi coche y a subir las escaleras para tocar en su timbre.


Después de un par de respiraciones temblorosas, y un par de pensamientos rajándome, Pedro Alfonso abre la puerta. 


Descalzo, con el pelo despeinado, vaqueros negros y una oscura camiseta azul.


Inhala ásperamente cuando me ve, y pasa sus ojos por mi cuerpo antes de preguntarme con voz ronca—. ¿Por qué estás aquí, Paula?
Sonrío, pero sé que no llega a mis ojos.


—¿Puedo entrar?


No responde, simplemente me mira con curiosidad y da un paso a un lado para dejar que pase junto a él. Se mueve lo suficiente como para dejar que pase, pero no lo suficiente para que pueda hacerlo sin tocarlo.


Mi hombro roza su pecho, y su aroma me envuelve.


Me lleva a su sala de estar, donde veo que el televisor está encendido con el volumen bajo. Su escritorio es un lío de papeles y carpetas.


Se sienta delante de mí y pone sus manos detrás de su cabeza, sus ojos no dejan de mirarme. Se sienta en silencio, mirándome penetrantemente, y sólo le miro. Cada fibra de mi ser me dice que vaya gateando hasta su regazo y deje que su calor me calme de cualquier duda o miedo en mi cabeza, pero no puedo moverme.


—No puedo hacer esto, Pedro. Lo que ocurrió en tu habitación de hotel…


Me encuentro con su mirada, con los ojos como brasas, con la mandíbula apretada con fuerza.


Trago y continúo. 


—Casi nos quedamos atrapados. No puedo ser la razón de que pierdas esta presidencia.


—No vas a ser la razón de que pierda. En todo caso, serias la razón de que ganara.


Niego—. Sabes que estamos jugando con fuego. Esto es la Oficina Oval. La Casa Blanca. No puedo dejar que lo tires todo por la borda por mí.


—No voy a tirar nada, Paula. —Me mira directamente—. ¿Por qué estás tan preocupada? —Pregunta.


—¿Por qué crees? ¡Toda la nación tiene sus ojos en ti, Pedro! La última cosa que necesita es un escándalo.


—No habrá un escándalo. No lo voy a permitir. Es necesario que confíes en mí. —Se inclina hacia delante, sus ojos escaneándome, su voz firme, dura y muy seria—. Nunca dejaría que nada te sucediera. E incluso si algo se filtrara en las noticias, te protegería.


—Si algo sucediera, sabes que tendrías que dejarme. Sería la única manera de salvar tu imagen con el pueblo y mantener tu campaña en marcha. —Mi corazón se rompe ante mis palabras, porque por mucho que duele, es la verdad. Tendría que echarme la culpa, controlar la narrativa de tal manera que me hiciera parecer una niña hambrienta de poder buscando dormir con quien fuera para llegar a la Casa Blanca, y hacer que Pedro pareciera la víctima. Eso es sólo la política.


Se pone de pie y empieza a pasearse, y deja escapar una risa sarcástica. 


—¿Realmente crees que te haría eso?


Me quedo en silencio, incapaz de hablar.


—Jesús, yo preferiría perder la presidencia que hacerte daño —gruñe, en voz tan baja que no estoy segura de haberle escuchado.


—¡Eso es exactamente por lo que tenemos que parar! —Declaro.


El pone una mano en su pelo con un movimiento de exasperación.


—No quiero parar —dice, mirándome con tal convicción y deseo en sus ojos, que casi me asusta.


—Tampoco yo —susurro— pero tenemos que hacerlo.


—Joder, Paula... ¡Simplemente déjame tenerte! ¡Déjame tener esto! —Sus ojos me apuntalan en mi asiento, su frustración primaria y sin restricciones quema—. ¡Puede que sea el próximo Presidente de los Estados Unidos! Que me aspen si no tengo lo que quiero —gruñe— y te quiero. No sólo te quiero, te necesito. No importa lo que estoy haciendo, estoy pensando en ti. No importa con quién estoy, preferiría estar contigo…


Se pone de pie allí, su pecho subiendo y bajando con cada una de sus respiraciones, apretando los puños en sus costados, el músculo de su mandíbula temblando.


Me siento allí en estado de shock ante su arrebato… ante sus palabras.


Mi corazón está prácticamente estallando en el pecho por la adoración que siento por este hombre y me dejo llevar. Me dejo llevar por él. 


Porque quiero.


Me levanto de mi asiento y sus pupilas se dilatan mientras camino hacia él, con los puños apretados todavía a los costados. Lo veo luchando contra el impulso de llegar a mí.


Camino hasta él, nuestros pechos casi se tocaban. Pedro inclina su cabeza para mirarme, ya que es más alto que yo, y la agitación en sus ojos me prende fuego.


Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y me engancho contra su cuerpo, y comienzo a darle un beso con todo lo que tengo.


No me importa más. No me importa que no haya un futuro para nosotros si gana. No nos negaré este momento. Dice que me necesita. Y yo le necesito a él.


Lo beso y en mis besos, doy rienda suelta a todo el deseo, la pasión, toda la necesidad contra la que he estado tratando desesperadamente de luchar; y él hace lo mismo.


Inmediatamente sus brazos se envuelven alrededor de mi cintura y siento que me levanta. 


Instintivamente, envuelvo mis piernas alrededor de su cintura. Sus manos agarran mi culo, sosteniéndome contra él, y él continúa devolviendo mis besos con la misma intensidad.


Me besa con todo. Todos los recuerdos de todo lo existente en el universo que no sea este hombre, este momento, desaparecen por completo.


Gruñe contra mis labios y le siento empezar a caminar mientras me besa.


Rompe el beso por un momento para llevarme escaleras arriba, pero no puedo mantener la boca lejos de él —su mandíbula… por su cuello… mordisqueando y chupando su deliciosa piel.


Abre la puerta, y creo que acaba de romper las bisagras, pero no me importa.


La habitación está a oscuras excepto por una lámpara junto a la cama.


Me deja en su cómoda, lo primero que encuentra, y se pone entre mis piernas, la boca de nuevo sobre la mía —dejándome sin aliento.


Su beso me droga, sus labios cálidos y suaves pero firmes. Su lengua es demasiado caliente y cada vez que la mete en mi boca, siento un hormigueo por todo el cuerpo. Se siente íntimo e increíble. Suspiro contra él, pero mi suspiro se transforma rápidamente en un gemido mientras su mano se desplaza hacia abajo y abre la cremallera de mi sudadera. La empuja hasta la mitad de mis hombros, las correas de mi top es lo siguiente. Ni siquiera me quita el sostén, simplemente tira hacia abajo una de las copas y toma mi pezón en su boca. Suspiro y envuelvo mis piernas más apretadas a su alrededor, dejando caer la cabeza hacia atrás debido a cómo se siente de exquisito.


Pedro


Chupa más duro, haciendo girar su lengua contra mi pezón, me pone más y más húmeda cada segundo.


—Podría hacer esto todo el día —gruñe mientras tira hacia abajo mi otra copa y toma mi otro pezón en su boca.


Justo cuando me acostumbro a la calidez de su boca sobre mí, tira hacia atrás, ganándose un gemido mío en señal de protesta.


Me mira y alza la mano para acunar mi cara, y me da un beso lento y tierno antes de bajar su mano entre nosotros y desabrochar mis vaqueros.


Siento que mi ritmo cardíaco se acelera según me doy cuenta de lo que quiere hacer.


Rápidamente salto de la cómoda y me quito mis vaqueros, mi sudadera, y mi camiseta, dejando sólo las bragas y el sujetador.


Pedro se quita su camiseta, revelando centímetros de músculos duros y cincelados en su pecho.


Me mira, de pie sólo con mi sujetador y mis bragas, sus ojos llenos de admiración y lujuria.


Le miro, en silencio rogándole que me lleve a su cama ya.


Y lo hace.


Me coge y me acuesta en la cama, siguiéndome de cerca. Se pone encima de mí, besándome hasta dejarme sin sentido, sus manos viajando por mi torso y agarrando mi culo.


Chupa mi cuello, lamiendo y mordiendo.


Paso mis uñas por su espalda y gimo, meciendo mis caderas contra su dureza.


—Por favor —le pido.


Se ríe contra mi cuello, y luego levanta la cabeza para mirarme a los ojos cuando coloca su mano sobre mi ropa interior.


—¿Qué deseas? Mi preciosa, hermosa y atractiva Paula. —Y continúa besándome el cuello y frotando sus dedos contra mis bragas empapadas.


Antes de que pueda responder, pone mis bragas a un lado y desliza un dedo dentro de mí, y jadeo en respuesta.


Mi respiración es rápida y dura, y estoy fuera de control por el deseo mientras levanto su cabeza para que me bese de nuevo.


No necesita que se lo pida. Sus labios se sujetan contra los míos sin disculpa o restricción, entonces desliza su lengua por mi cuello, besando y mordisqueando mi piel.


Estoy llena, absolutamente llena de él, en este momento. Pedro arrastra sus dedos a lo largo de mi estómago.


Acaricio sus pectorales y beso su pezón también. Un gemido de pura hambre y aprobación retumba en su pecho. Saco su camisa por su cabeza, y su pelo acaba movido y atractivo.


Se inclina sobre mí otra vez.


Pedro desabrocha mi sujetador y expone mis pechos.


Me toca.


Mis pezones se endurecen bajo su suave toque y contengo la respiración. Espero, mi cuerpo tenso, con ganas. Acaricia con la yema de su pulgar por encima de la punta de mi pecho, enviando un escalofrío por mi espalda.


—Tan receptiva —dice mientras se inclina y besa el interior de mi muslo. Me retuerzo un poco, y su risa me acaricia la piel—. Tan dulce. 
—Mueve sus labios sobre mi sexo. Oh Dios. 


Sube su mano por mi cadera, a mis pechos. Mis músculos se contraen profundamente y dejo salir un gemido.


Coge mis bragas y las arroja al suelo. Su pulgar rodea mi clítoris y pasa por encima de mi abertura húmeda, sobre mis pliegues, y luego me penetra. Aprieto los músculos, incluso los de mi vientre—. Ohhh.


Coge mi pecho con una mano.


Respira en mi piel y lame mi pezón. Su cálida lengua se mueve lánguidamente sobre mi piel, y mi cuerpo debajo de ella está en llamas.


Desliza su lengua sobre mi vientre y más bajo, a mi sexo otra vez.


Está tan hambriento. Yo estoy tan hambrienta.


Quiero tocarlo. Extiendo mi mano y paso mis dedos sobre su pecho, sus músculos visibles por las luces de la ciudad que pasan a través de la ventana.


Besa el interior de mi otro muslo. Me retuerzo y empujo mis caderas hacia arriba en una súplica silenciosa.


Su lengua se sumerge en mi sexo, degustándome.


Estoy a punto de llegar. Se siente tan bien. 


Estoy tan caliente para él que ni siquiera es gracioso.


—No puedo creer lo bien que sabes. Cuán preciosa eres.


Sus ojos se ven tiernos y salvajes mientras besa mi sexo durante otro minuto, observando mi reacción, y es una combinación embriagadora.


Le tiro hacia arriba y le beso. Me besa de nuevo, con sabor a mí. Nuestras lenguas se mueven, nuestras manos buscan, las suyas explorando, las mías tocándole.


Agarra mis caderas y se inclina para lamer con su lengua mi pezón. Suspiro y empujo hacia arriba mi pecho, y su risa de nuevo acaricia mi piel.


—No te rías de mí —esto es serio —me quejo.


—Es muy grave.


Besa mis labios sexuales con una lengua lánguida y mojada. Me resisto, pero él me contiene con una mano en el hueso de mi cadera. Pone su pulgar sobre mi clítoris y comienza a acariciar en círculos mientras su lengua se sumerge lánguidamente dentro de mí.


Mi clítoris está siendo movido en deliciosos pequeños círculos por la yema de su dedo pulgar, y estoy mordiéndome el labio inferior para no gemir demasiado alto.


Mi aliento viene en un ritmo rápido y agitado mientras Pedro se desplaza hacia atrás y se quita sus pantalones vaqueros con potentes sacudidas y rápidas manos —veo todo de él, su piel y sus músculos de oro, y trago saliva en silencio.


Está bien delineado, de constitución atlética y de proporciones perfectas, y quiero cada centímetro del chico. Se pone un condón. Es tan grande y grueso, lamo mis labios, gritando en silencio ante la espera.


—Esto es lo que quieres, Paula.


Y luego se mete dentro de mí.


Es tan grueso y se mueve rápido, tomándome por sorpresa con la deliciosa sensación de estiramiento en mi sexo.


Me vengo.


—¡Oh dios, Pedro!


Mi orgasmo gana intensidad, como una cuerda girando y apretando, estirándome desde las puntas de mis pies a las puntas de mis dedos.


Me quejo de un segundo, y al siguiente, estoy experimentando el más intenso e impresionante orgasmo que sacude el cuerpo y rompe el alma que he tenido en mi vida, causado por el grueso miembro de Pedro dentro de mí. Estoy resistiéndome debajo de él, el placer casi agónico, agarrándome a sus hombros como para salvar mi vida.


Me agarra por las caderas y se mueve dentro de mí, más rápido, más profundo, y grita mientras se libera.


Me sostiene contra él mientras se viene, muy duro, su miembro se sacude varias veces dentro de mí, llevándome a un segundo orgasmo.


Maldiciendo en voz baja, sigue meciendo sus caderas mientras me saca el pelo de la cara, prolongando el placer, mirándome hasta que las convulsiones en mi cuerpo se vuelven temblores y después pequeños estremecimientos persistentes. A continuación gira sobre su espalda y me lleva con él, sacando un tozudo mechón de pelo pelirrojo húmedo de mi cara de nuevo.


Estoy jadeando contra su cuello. Estoy sudando; ambos lo estamos.


Cierro los ojos, no muy segura de lo que acaba de pasar y no muy segura de que no quiero desesperadamente que vuelva a suceder —incluso aunque no debería.


Mi cuerpo vibra por la forma en que me tomó. 


Mis pezones se sienten sensibles.


Paso mi dedo por su pecho.


Me acurruco contra su costado. Mi boca probablemente esté roja. Me encanta que su boca esté roja por mis besos también, su pelo está despeinado, e incluso en este estado, se ve como si pudiera tomar el mundo.


Y entonces me acuerdo que en breves, lo hará.


Echo un vistazo al reloj de la mesilla de noche, queriendo que el tiempo se pare. Deseando que pudiéramos quedarnos en este momento. Que nuestras vidas fueran diferentes. Él sólo un chico. Yo sólo una chica. Los dos aquí, sin expectativas de otras personas excepto nosotros. Sin campaña. Sin escrutinio de los medios. Sin culpa por saber que nuestras acciones no sólo nos afectan a nosotros, sino a los que nos rodean —el equipo. Mis padres. Su madre… el país.


—Tu madre no está encantada con que te presentes, ¿verdad? —Pregunto, pasando mi dedo por su pecho mientras la punta de sus dedos acarician mi espalda.


Pedro me mira a la cara, desconcertado y divertido de que haya escogido preguntarle algo sobre la campaña más que sobre lo que acaba de ocurrir—. ¿Cómo lo sabes?


—Ha evitado cada evento y no habla de ello.


Pasa una mano por su cara, y luego pone su brazo detrás de él mientras desliza su mano por debajo de su almohada. 


—Se preocupa.


Aprieta el otro brazo alrededor de mí y me acurruco más cerca, anhelando su calor.


Pedro está mirando al techo, reflexivo. Sé que son cercanos, él y su madre. Y realmente lo siento por su madre. Su marido fue asesinado brutalmente. Pedro es todo lo que tiene; por supuesto que está preocupada. Pero puedo ver que Pedro no sería un hombre de dar marcha atrás por nada. 


—¿Pedro? ¿Cuándo me contaste acerca de tu mayor temor? —Hago una pausa por un momento—. El mío es decepcionar a mis padres. Fallar en lo que fuera que quisieran que fuera, alguien grande, responsable, respetable. Mírame ahora —me quejo.


Me mira a la cara, pensativo. Sólo un poco preocupado—. Estamos bastante a la par, ¿verdad? —Él pasa su dedo por mi nariz—. El playboy de América y la novia de América.


Le sonrío, todavía sin aliento—. Pueden haber pensado que eras sólo una cara bonita, pero te toman en serio ahora.


—Yo los tomo en serio. Y te tomo en serio. —Acaricia mi cara con su mano, su mirada muy cálida y entrañable—. No quiero que te hagan daño. Esto ni siquiera debería estar pasando. No debería tener mis manos sobre ti. —Hace un camino por mi cuerpo con esas manos, las manos más deliciosas. A continuación, agacha su cabeza y añade—. Definitivamente no debería hacer esto. —Acuna mi sexo en su mano y roza un beso por mi mejilla.


Agarro su mandíbula y lo acerco a mi boca, susurrando—. Sí, deberías.


Se mueve encima de mí, todo sigilo y músculos—. No puedo tener suficiente de ti, preciosa. 


Simplemente no puede obtener suficiente.


Está tan duro que inmediatamente se pone un nuevo condón.


Envuelvo mis brazos alrededor de sus hombros, mientras entra lentamente en mí, como si fuera preciosa. O como si supiera que estoy un poco dolorida.


Se mueve dentro de mí. Gimo y disfruto, arañando su espalda con mis uñas.


Me muevo por debajo de él. Sé que es una locura, que es peligroso y terrible para los dos. Y sé que también es emocionante, inevitable, y que no es nada que pueda contemplar negarme.


No puedo negarme a él. Si quiero dejar de estar enamorada de él, incluso después de once años, él será el único antídoto.


Uniendo mis manos detrás de su grueso cuello, levanto mi cabeza y pongo mis labios sobre los suyos. Estoy hambrienta, gimiendo mientras Pedro coge mi cara para sostenerme y besarme con lengua.




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