viernes, 22 de febrero de 2019

CAPITULO 93




Paso dos días con nuestros hombres y sus familias. Estoy dedicado a una reunión con algunos de mis generales, y pedí varios planes nuevos y detallados para manejar la crisis de Oriente Medio.


Es tarde en la noche cuando me subo al coche de estado junto con Wilson, que se une a mí detrás mientras nos dirigimos a Marine One para volver a D.C.


—¿Ella está en casa? —Le pregunto a Wilson.


Es muy conveniente que mis agentes tengan contacto constante con ella.


Estoy ansioso por verla. Me quito más que mi ropa cuando estoy con ella. Deshago cada noción preconcebida de lo que debería ser. Mi apellido, la presidencia, todo se ha ido —sólo yo quedo. Un hombre, de carne y hueso, no perfecto, pero tratando lo mejor que jodidamente puede para serlo, y un hombre que la quiere. Mucho.


—Sí, señor. —Incluso Wilson suena divertido.


Mierda, soy demasiado viejo para esto.


Mi corazón late con fuerza como un animal salvaje y tamborileo mis dedos en nuestro camino allí.


Tan sólo recordar la forma en que se entregó a mí, abierta a todo lo que necesitaba, tan dulce y vulnerable, me hace más sediento, hambriento.


Llego a la Casa Blanca y Jack está ladrando fuerte. 


—Ve a buscarla —digo.


Y lo sigo mientras se lanza por las escaleras y se detiene en su habitación, moviendo la cola.


—Buen chico. —Acaricio la parte posterior de su cabeza, luego giro la perilla, diciéndole en voz baja—. Quédate. —Y entro.


Está leyendo en la cama. Mirando hacia arriba al verme, sus ojos abriéndose amplios, su boca separándose en una pequeña O.


Aprieto mis manos. La necesidad de protegerla me quema en el interior. Librar al mundo de todo mal, toda injusticia, todo lo que podía hacerle daño a ella o a alguien como ella.


Estoy nervioso, he dormido poco, y estoy duro al instante. Debería alejarme, relajarme con una copa de vino. Descansar. Pero no podría alejarme ni siquiera si me amenazaran con una bala en mi cabeza.


Desenrosca ese cuerpo dulce y se pone en pie, dejando su libro.


Me dirijo hacia donde está de pie a los pies de la cama y la tiro hacia mí, bajando mi cabeza. Un toque primero, mis labios sobre los de ella. Se vuelve hambriento. Un segundo, dos, y mis manos bucean en su pelo, agarrándola hacia mí.


—Pareces feliz de verme.


—Sabes malditamente bien que lo estoy —gruñí, sintiéndome posesivo, sonriendo ante cuán contenta parece.


Ella sonríe feliz y muerde mis labios, gimo y muerdo más duro, más rápido. Ella es tan dulce; es dulce dentro y fuera, y he desarrollado un gusto por lo dulce que nunca había tenido.


Quiero casarme con esta chica. Quiero casarme con ella ahora.


Nos besamos. Me estoy metiendo en su sabor, su sensación, la libertad de su boca, sus manos errantes, mezclando el sabor de café expreso de mi boca con la menta en la de ella.


La empujo abajo al banco a los pies de la cama y luego me agacho ante ella, separando sus lazos y empujando su pijama de encaje hasta sus caderas. Está desnuda bajo la seda, su sexo rosa y húmedo. Mi miembro late sin descanso contra mi cremallera.


Chupo su clítoris en mi boca y deslizo mis dedos por su sexo húmedo dulce, primero uno, luego otro, luego otro, estirándola. Frotando su punto G. Viéndola arquear su espalda y haciendo esos ruidos profundos desde el interior de la garganta, que no puedo conseguir suficiente.


Estoy duro hasta el punto que duele.


Le saco la ropa, y luego me desnudo también. 


La beso, lenta y cuidadosamente, metiendo mi lengua dentro. Ella empieza a venirse cuando me meto dentro de ella. Dejo de besarla por un momento, observándola llegar. Justo así, sobre todo mi miembro. Tomo su boca y la beso en silencio. Ella gime y jadea durante su orgasmo, inclinando sus caderas contra las mías.


La sostengo debajo y empujo tan duro como puedo, gritando mientras me libero, empujando duro hasta que acaba.


—Me has echado de menos —dice, sonriendo, con su rostro enrojecido por el esfuerzo, una capa de sudor recubriendo su piel.


Le devuelvo su sonrisa, y luego la miro, permaneciendo dentro de ella durante un
tiempo.


—Sí. —Paso mis nudillos por su mejilla.


Ella es la clase de mujer para mantener y cuidar, con la que deseas disfrutar de una vida plena y completa. Sin embargo, no se ha endurecido por la vida política como las mujeres, como mi madre ha hecho. Paula es suave, suave y dulce, todo lo que la política no es. No quiero que la toque. Abandono la idea de que, en algún lugar en el mundo, la gente se endurece y empuja para que otros puedan mantener su inocencia. 


Ella era uno de esos otros. Pero eso cambió la noche que tomaron a nuestros hombres. Puedo
ver las diminutas sombras en sus ojos. Me mata que estén allí, pero junto con ellas está la mirada de acero de una mujer, de una mujer que se está convirtiendo en ella.


Y muy parecida a la dulce y fogosa chica… ¿esta mujer? Esta mujer es mía




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