viernes, 1 de marzo de 2019

CAPITULO 117




Tengo una pesadilla. Es oscuro y soy consciente de que estoy soñando, pero todo se siente demasiado real para ser un sueño. El miedo pulsa a través de mí, el arrepentimiento y la confusión. Carlisle está ensangrentado, y miro y sigo el rastro de sangre a Pedro. Está acostado, sin respirar, su mano sosteniendo una pequeña, y soy yo, acostada en el mismo charco de sangre, el alfiler de su padre ensangrentado en mi solapa.


Me siento en la cama con un jadeo, luego miro alrededor mientras el mundo gira.


Mi garganta se estrecha, mi corazón latiendo, estoy mareada. Me arrastro de la cama en busca del baño y me doy cuenta de que no estoy en mi apartamento. Estoy en el dormitorio de las reinas. En la Casa Blanca. Yo inhalo, luego agarro una bata y salgo. Mi agente Stacey se pone de pie.


—¿Todo está bien?


—Sí, solo tomaré un poco de agua, gracias.


Me dirijo a la cocina y observo a Wilson por el pasillo, y mis ojos instantáneamente tiran al lado para ver a Pedro sentado en el área de estar amarilla.


—Estás de vuelta —jadeo.


—Hace un rato.


—¿Cómo te fue?


—No tan bien como yo quería, pero mejor de lo que esperaba. —Él roza su mano sobre su mandíbula y me mira, luego a Wilson, y Wilson se larga.


El miedo de mi pesadilla se desvanece con su presencia.


Me duele, sus penetrantes ojos café, su sonrisa contagiosa, su voz ronca y la forma en que quiero estar con él más que mi miedo. Su voz baja y sexy es como una manta a mí alrededor. 


—¿Cómo estás? ¿Te sientes incómoda?


—No tengo tiempo para sentirme incómoda. —Sonrío.


Me dirijo a él y él me atrae para sentarme en su muslo. 


—Te superaste esta noche. —Él ahueca mi abdomen. Lo besa—. Pareces cansada. —Él mira mi cara, su mirada es demasiado penetrante. Demasiado conocida.


—Un poco. Creo que salió bien. Los Kebchov estaban definitivamente impresionados. La primera dama estaba impresionada por ti, pero me estoy acostumbrando a eso.


Frunce el ceño y acaricia con una mano sobre mi pelo, e inclino mi cabeza hacia el tacto, acariciando con mi mano su pecho. Hay un oscurecimiento casi imperceptible en sus ojos, un hambre que acecha de repente en sus iris.


—Vamos a llevarte a la cama.


—¿Vienes conmigo?


Él no contesta, simplemente me lleva allí.


Una vez en la cama, me despoja y se desnuda. 


Me abrazo en su pecho, en sus brazos, Pedro sentado con su espalda apoyado contra el reposacabezas. 


—Descansa, Pedro —gimo, besando su pectoral, acariciando el pelo de su pecho.


—Voy a hacerlo. Sólo estoy pensando. —Él besa mi frente.


Me acerco para presionar su rostro contra el mío, acariciándole el cabello, hasta que siento que mete su cabeza en mi cabello y cierra los ojos, capaz de tomar unas cuantas horas de sueño antes de que empiece el zumbido de la Casa Blanca de la madrugada, es un día completo para los dos de nuevo.




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