domingo, 10 de marzo de 2019
CAPITULO 142
Estoy mirándolo hablar en la coalición de Florida para los dueños de pequeños negocios, y por un segundo, él me mira.
—...porque no sólo es nuestro objetivo, sino nuestro deber, fortalecer nuestro país para aquellos que no han nacido todavía. Y para aquellos que amamos.
Mi respiración muere, y él desliza su mirada lejos y mira a los miembros de su equipo con media mueca y media sonrisa.
Nadie nota, sin embargo, la mirada que compartimos. No tienen idea de la conexión real que tenemos, que este hombre es una parte de mí. Marido y mujer, saben que lo somos, pero no estoy segura de que nadie tiene una verdadera idea de lo que significa para mí, o lo que yo sé que soy para él.
Los hombres están tomando notas utilizando bolígrafos con el logotipo de la campaña de Pedro, y luego todos están de pie mientras se levanta para salir y empieza a dar la mano, dándoles las gracias. Me sorprende que muchos de los varones, miembros del equipo, se acercan a mí para decir adiós también.
Pedro camina a mi lado mientras nos dirigimos fuera de la habitación.
—Será mejor concederte la palabra en este momento —dice, extendiendo la mano y deslizando el pulgar hacia mi mandíbula. Me río a medida que salimos del edificio, pero su mirada sigue conmigo mientras conducimos de regreso al hotel.
Se supone que nos arreglemos y asistamos a una recaudación de fondos más tarde en el día, y decido que voy a cambiar mis tacones por zapatillas porque mis pies me están matando, pero no me lo pierdo por nada en el mundo.
—Mi primera dama es toda una atrae audiencia —dice, levantando su mano para agarrarme por la parte posterior del cuello y besarme. Lo toma con calma, dejándome sin aliento. Mi esposo.
Él está sonriendo. Me está tomando el pelo, por supuesto, pero tiene esa mirada de orgullo como si me dice que sabía que hizo la elección correcta.
—Tú, por el contrario, eres horrible en este momento. Creo que tu equipo quiere patearte fuera de la campaña, Sr. Presidente. —Niego con la cabeza en broma—. Eres cuatro años mayor, ya no eres el recién joven soltero que solías ser.
Sus ojos comienzan a bailar.
—Me has envejecido, bebé, ¿qué puedo decir?
—Quiero decir, al menos hiciste el esfuerzo. No creo que fueran por ello, aunque eras mucho más encantador cuando estabas soltero.
Él me mira con esa extraña tierna mirada de nuevo, y estoy mintiendo, él está más atractivo que nunca. Casi en los cuarenta años, tan maduro, tan precioso, sin canas, sin embargo, no importa cuán atractivo creo que se vería con un poco de gris en esa hermosa cabeza o en las sienes. Se quitó las gafas, las mete en el bolsillo, y me envía una mirada de advertencia, que reconozco ,una que sospecho que va a actuar en cuanto entremos en la habitación, me empuje en la pared y me bese hasta el cansancio.
Me estoy poniendo nerviosa, consiguiendo debilitarme, y entrar en la suite se me hace un poco difícil de conseguir.
—¿Hay alguna razón por la cual pones la mitad de la habitación entre nosotros, Paula?
—No. ¿Por qué? Sólo quería estirar las piernas un poco —digo con indiferencia. Él levanta una ceja, poco a poco llegando a colocarse detrás de mí.
—¿Crees que te pedí venir aquí para destrozarte, mujer? —Pregunta, deslizando su mano hacia abajo y ahuecando mi trasero.
—No —jadeo.
Agacha su cabeza para acariciarme y parece que tomo un último aliento.
Su sonrisa comienza vacilante mientras sus ojos comienzan a oscurecerse, y luego la sonrisa lo deja completamente, sustituido por una mirada de frustración pura y cruda necesidad. Él está demasiado cerca, tan cerca, su cara colonia en mis fosas nasales y los ojos mirando hacia mí con gusto.
—Paula —dice—. No tenemos tiempo para esto, bebé.
—Lo sé. Es por eso que estaba aquí y tú estabas allí. Pero ahora estás aquí también, así que, ¿qué vamos a hacer?
Él extiende la mano y dirige su pulgar sobre mi labio. Una vez. Dos veces.
—Me parece que cuanto más viejo me hago, más me gusta la espera —confiesa, con el ceño fruncido.
Me río, y camino hacia el sofá.
—Mis pies me están matando —digo mientras tiro mis zapatos a un lado y me relajo durante apenas un segundo antes de necesitar apresurarme hacia la ducha.
Hacer campaña es tan agotador como recuerdo, y lo amo tan intensamente como recuerdo. Hace años, los jóvenes nos hicieron creer en lo imposible, pero son sólo aquellos los que creen en lo imposible quienes en realidad pueden hacer que sea posible. Y tenemos. Por cuatro años. Hemos intentado, y tuvimos éxito, tantas veces.
Pedro me da una mirada realmente de admiración.
—Aprecio que estés aquí.
Sonrío con cansancio y consigo una botella de agua fría de la nevera, luego, vuelvo a la sala de estar para tomar un sorbo.
—Siempre lo he encontrado inspirador. Cuando
veo que desplazas a todas esas personas. —Frunzo el ceño un poco—. Me hace preguntar
la mitad del tiempo, qué es real y qué es mentira.
—Paula —reprende—. No tenemos tonterías en la lapicera de las oficinas.
Nada de esto es mentira.
—Todos los políticos mienten.
Él levanta las cejas.
—No soy un político.
—Lo eres ahora.
Me río, y luego lo observo aproximarse.
El aire crepita con adrenalina. Su satisfacción pulsa de él en oleadas, y mi propio cuerpo responde en consecuencia.
Toma asiento junto a mí mientras estoy acostada acurrucada en el lado del sofá, inclinándose hacia delante sobre los codos y llegando a tirar de mis piernas hacia él. Está cerca ahora.
Nuestras energías se fusionan, se combinan, y parecen multiplicar la emoción de una noche de éxito por mil.
—Estaba en lo correcto.
—¿En lo correcto sobre qué? —Pregunto—. En traerte ese primer día.
—¿Por qué? ¿Por los viejos tiempos? ¿Te deslumbré con mis malos modales la noche que nos conocimos? ¿O mi gran apetito por la quinua? ¿O con mi carta?
Él sólo sonríe y no contesta.
Él sonríe mientras toma mis pies en su mano, trazando el pulgar a lo largo de los arcos. Por un momento estoy paralizada viendo el pulgar. El más delicioso escalofrío recorre mi espina dorsal, por mi estómago y las puntas de mis senos.
—Estoy cosquillosa.
Y sin aliento, excitada y enamorada.
—Veo eso.
Él levanta la cabeza, ahuecando lentamente un pie por el talón y levantándolo hacia arriba, arriba y más arriba. Abre la boca, mirándome mientras pellizca la punta del dedo gordo del pie. Lo envuelve, pasa la lengua por la parte posterior, chupa con suavidad mientras comienza a recorrer con la otra mano por mi brazo, a la cara. Inserta el pulgar en mi boca, frotando lentamente el pulgar con la otra mano.
—Pedro —gimo. Detengo su mano, mirando abajo, hacia nuestros dedos. Sus manos me obsesionan. Por qué me obsesionan, no lo sé, pero son tan grandes, se ven tan poderosas. Él posee tanto en esas manos.
Él agarra mis zapatos y me mira mientras los desliza y los amarra de nuevo, sus dedos tocando los mismos dedos que todavía hormiguean. Ninguno de los dos dice una palabra una vez que los zapatos están puestos, y él mantiene sus manos en el arco superior de mi pie durante varios largos latidos cardíacos adicionales.
—Te amo —dice con sencillez, agarrando mi cara y presionando un beso en mis labios.
Exhalando, se pone de pie para estar listo, echo un vistazo al reloj, me pongo de pie y lo sigo
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