martes, 12 de marzo de 2019
CAPITULO 147
Es un día frío de invierno, y cientos de miles de personas inundan el National Mall para ver la segunda toma de posesión de Pedro.
Por lo general, el protocolo dicta que el supervisor de operaciones organice las cenas y todo el día de la inauguración, reordenando los muebles para las próximas entrevistas, mudando a un presidente mientras el siguiente entra todo en unas pocas horas. Las pocas horas cuando se hace el juramento, se sirve el almuerzo, y se lleva a cabo el desfile en la Avenida Pennsylvania. Este año, no hay tal movimiento de muebles. La primera familia está quedándose. Pero mientras que la parte del protocolo parece permitir que el personal de la Casa Blanca respire de alivio, otras partes continúan sucediendo.
Preparándose para recibir al presidente después de la inauguración a través de las Puertas de la Fachada Norte. Organizando un buffet para que compartamos con nuestra familia y amigos antes de los bailes de investidura.
Todo el mundo es un hervidero. El ajetreo habitual y el bullicio de la Casa Blanca parece ir al triple de su velocidad habitual.
Paso la mañana con una estilista y una maquilladora, mientras que Pedro tiene una reunión de seguridad para ir sobre lo que se ha hecho hasta ahora, y dónde están las cosas.
Nos preparamos para el servicio de la iglesia, y Pedrito y Jack vienen con nosotros a visitar al padre de Pedro al cementerio de Arlington.
Siento un inagotable sentimiento de paz y satisfacción, humildad y honor, mientras nos dirigimos al Capitolio de Estados Unidos, donde se llevará a cabo la inauguración.
Me preocupaba que Pedrito no se comportase durante el evento, pero en cambio me he dado cuenta de que es tan inteligente como su padre, y todo lo que le pedí que hiciera —estar quieto, prestar atención, cantar el himno— lo está haciendo por instinto.
Me siento detrás de Pedro mientras él jura, y echo un vistazo a su perfil y luego al de mi hijo.
Pedro me dijo anoche que se sentía honrado de compartir este momento con su hijo, que recordaba tan claramente los días cuando su padre tomó juramento tanto su primera como su segunda vez.
Ahora veo a Pedrito beberlo de su padre, mientras él jura proteger y preservar la
Constitución de los Estados Unidos.
Vestí de azul la última vez, y blanco el día de mi boda, y ahora fui por un vestido de color vino.
Me veo como una llama, dice Pedro.
Uno nunca se acostumbra a la adoración con la que la gente te ve; en un primer momento es casi incómodo. Se necesita valor para recibir este amor y adoración, quedártelo, porque en cierto modo, significa que debes corresponder, debes merecerlo.
Sé que ha sido más fácil para Pedro de lo que ha sido para mí. Nació para ser comandante en jefe. Se podría decir que pertenece donde está porque nació con América en sus venas,
pero también creo que es parte de su personalidad. Es lo que nos ha ayudado a cambiar y crecer tanto en los últimos cuatro años —el conocimiento de que somos fenomenales, y podemos hacer y merecen cosas fenomenales, pero también la humildad de aceptar que no hay perfección, que el cambio lleva tiempo y esfuerzo, que este país no se basa en una sola persona, sino en el esfuerzo conjunto de muchos. Pedro es el líder.
No podría estar más orgullosa de él.
La forma en que está, la sonrisa que tiene, la fuerza de sus hombros luchando contra su gabardina.
Una vez que termina su discurso y la inauguración llega a su fin, salimos por las escaleras, y lo abrazo. Sólo un abrazo, y le susurro—: Felicidades, mi amor.
Mechones de pelo caen sobre mi cara, y antes de que pueda apartarlos, Pedro los pone detrás de mi frente primero. Me río ante el viento que desordena mi pelo. El viento está siendo igual de juguetón con su pelo. Aparto un mechón de su pelo detrás de su frente también.
—Cuatro años más —digo.
—Pasan rápido, ¿verdad?
—Demasiado rápido.
Sonríe.
—Vamos a hacerlo.
Sus dedos son suaves y cálidos cuando tocan los míos, el efecto es como un estallido caliente de fuegos artificiales en mis venas mientras toma mi mano, la otra ya tomada por Pedrito.
—¿Está lista mi primera dama?
—Tan lista como tú.
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