jueves, 24 de enero de 2019

CAPITULO 21




Estoy nerviosa al día siguiente después de lo que pasó entre Pedro y yo en el coche. Estoy en la pequeña cocina, preguntándome si debo llevarle un café. Tal vez porque quiero hablar de ello, saber la razón del por qué me besó. O tal vez sólo quiero verlo.


Antes de que pueda pensarlo mejor, sirvo dos tazas, recordando la vez que llevó café a mi escritorio la noche que nos quedamos hasta tarde. Pongo la mía en mi escritorio, en el mismo lugar donde él lo hizo, después me dirijo a su oficina y paso por la abertura de la puerta.


—¿Puedo entrar?


Pedro estaba mirando un poco de papeleo y cuando levanta los ojos para mirarme por encima de los bordes de sus gafas, mi corazón se dispara un poco. Asiente, y camino cuando veo a Jack poniéndose de pie desde donde estaba tendido a un lado del escritorio de Pedro.


—Hola, Jack, —digo torpemente—. Te traje café, —le digo a Pedro cuando se pone de pie.


Mientras le doy la cálida taza, el perro corre hacia Pedro y salta, tratando desesperadamente de lamer la taza de café, derramando accidentalmente todo su contenido sobre la camisa de Pedro.


—¡Jack, abajo! —El perro se sienta inmediatamente, pero el café ya ha empapado la camisa—. El café es su debilidad.


—Definitivamente eso es algo con lo que no puede relacionarse. ¿Cómo se siente vivir una vida sin vicios? —Pregunto.


Me guiña el ojo mientras cruza la habitación para cerrar la puerta. Mientras pasa, se acerca y dice cerca de mi oído—: No estaría tan seguro de eso.


Mi estómago se siente como si lo hubiera encendido en llamas con la combinación de sus palabras y la mirada en sus ojos mientras levanta las manos y comienza a desabrochar su camisa.


De repente estoy mirando una extensión de su pecho desnudo.


Está tan caliente que apenas puedo respirar.


Aunque es un hecho bien publicado que Pedro Alfonso se ve increíble con ropa, la palabra increíble ni siquiera puede capturar la completa perfección atlética de su forma y músculos. Cada músculo de su pecho se define y flexiona duro. También tiene unos sedosos cabellos oscuros en el pecho, y parece tan caliente que el calor líquido inunda mis piernas.


—¿Me pasas esa camiseta de la campaña? —Pregunta.


Miro a los estantes detrás de mí. Alcanzo una blanca con algún logotipo púrpura de Alfonso 2016. Es como una camiseta deportiva.


Se la entrego, tratando de no notar cómo sus pantalones acentúan sus caderas esbeltas, cómo sus anchos hombros se estrechan en forma de una pirámide invertida hasta su estrecha cintura, y cómo esos abdominales me dan ganas de tocarlos con las yemas de mis dedos. Y esos increíbles brazos, los que se abultan mientras levanta la camisa por encima de su cabeza.


—Me gusta. —Apunto nerviosamente a la camiseta.


—Quería que alguien la aprobara. Supongo que lo encontré.


La tira por encima de su cabeza y trago. Oh Dios.


No puedo evitar sonrojarme.


Tira la camisa manchada a un lado y pasa los dedos por su cabello. Jack se ha levantado sigilosamente y está lamiendo el café de mis pies.


—Oh, no, Jack. —Me arrodillo e intento detenerlo. Pedro viene para agarrarlo del cuello y lo aleja.


—Bueno, no creo que vaya a dormir —digo como disculpa.


—Ya somos dos.


Lo miro sonreír a su perro y pasar una mano por su cabeza, incluso cuando frunce el ceño por ser travieso. 


—Nunca duermes, ¿verdad? —Exclamé.


Levanta la mirada. 


—Tengo mucho en mi mente. Tengo suerte si tengo unas cuantas horas seguidas. —Lo miro agacharse a por su camisa empapada y ponerla sobre el respaldo de su silla.


—Puedo lavar eso para ti, Pedro —digo. Se me escapó, pero estoy mortificada un segundo después de escucharme.


Pedro mira la camisa.


—Quiero decir… a menos que tengas… probablemente tengas a alguien para lavar tu ropa.


—Sí. Mis tintorerías. —Se ríe. Me siento estúpida cuando se inclina con la servilleta que traje para quitar el café, después hace una bola y la tira a la basura—. Pero esa es la proposición más excitante que he recibido de una mujer.


—De Verdad. Te excita que te laven la ropa.


—Estoy tan sorprendido como tú.


Me río, después me muerdo el labio y extiendo mi mano hacia la camisa colgada en el respaldo de su silla. Sus ojos son súper calientes. Salgo de la habitación con su camisa doblada en mi brazo.


No duermo más de cuatro horas esa noche.


No puedo dejar de pensar en él, y el hecho que estábamos flirteando y sus ojos estaban calientes, y él es tan caliente, y no estoy segura de que eso me guste.


Me muevo y giro, después salgo de la cama temprano. Estoy en la oficina antes que cualquier persona. Pongo su camisa limpia, perfectamente doblada, sobre su escritorio para cuando él llegue, sé que está perfecta porque traté de doblarla un par de veces.


—Buenos días, Pedro.


Camino, y me coge de los dedos por un segundo mientras paso.


—Buenos días, Paula.




No hay comentarios:

Publicar un comentario