lunes, 25 de febrero de 2019
CAPITULO 102
Pensé que nos dirigíamos a la Casa Blanca, y me sorprendí cuando el coche del estado se detuvo en un restaurante de carnes de cinco estrellas, muy conocido en D.C. Wilson le dice a Pedro—: Todo está listo, Señor.
Y de repente Pedro me está tirando del carro y dentro del restaurante.
Un restaurante que parece haber sido totalmente desocupado para nosotros tener la cena en privado.
—¿Qué es esto? —Pregunto, con los ojos muy abiertos mientras miro a Pedro.
—No puedo casarme sin una primera cita oficial. ¿Ahora puedo? —Él saca una silla de una mesa junto a la ventana con una pequeña vela encendida en su centro, me siento y miro con asombro cuando él toma asiento frente al mío.
—Ni siquiera he comido y esta ya es la mejor cita que he tenido en mi vida.
Él me recompensa con una deliciosa risa.
Y recuerdo el guiño de un joven burlándose de una niña, hace muchos años.
—Te gusta la atención de cada hombre en ti, ¿no es así? —Me toma el pelo.
—No de todos los hombres, sólo los que captan la mía —bromeo.
—Será mejor que sea el único ahora —dice.
Sonrío, mirando el anillo de compromiso en mi dedo.
Deslizo mi mano sobre la mesa, agarrando la suya.
—Te amo —le digo, sin aliento y desmayada en mi interior.
Coloca un beso en la palma de mi mano.
—Te amo demasiado, bebé.
Muevo el dedo índice y el pulgar de la mano libre una pulgada de distancia sobre la mesa.
—¿Todo esto?
—No tanto.
—¡Pedro! —Reprendo, tirando de mi mano libre con el ceño fruncido divertida.
De pronto, varios camareros se nos acercan con una botella de su mejor vino.
—Señor Presidente, Primera Dama. Un honor servirles esta noche.
Mientras el camarero descorcha el vino, Pedro mira el menú.
—Tráenos todas las especialidades de la casa. Tráenos un plato diferente de cada uno para que podamos probarlos todos.
—Por supuesto, Señor Presidente.
Bebimos un vino tinto ligero, y una vez que los platos están sobre la mesa, me mira, sus ojos penetrantes color café expresso se posan intuitivamente en los míos.
—¿Cómo está tu lenguado al limón? —Pregunta a medida que cava en ello.
—Oh, muy bien. —Y realmente está.
Él alcanza con su tenedor y roba un pedazo de mi plato, deslizándolo en la boca.
—Hmm, esto está bueno.
Tomo un trozo de carne cortada de su plato y hablo a través de la esquina de mi boca mientras saboreo.
—Esto está bueno también.
Él empuja su plato en mi dirección, toma el mío y lo lleva a su lado. En realidad no tengo ningún problema con eso.
—Siempre parece que me gusta lo que estás comiendo mejor que lo que estoy comiendo —digo, escarbando en su filete.
—Eres un caso clásico de la hierba es más verde sobre el otro lado, Señorita Chaves.
—Dice el hombre que devora mi único lenguado al limón.
—Bastante bueno. ¿Quieres probar la tarta de mousse de chocolate?
—Me gustaría, pero vamos a necesitar una ambulancia lista allá fuera.
Llama a uno de los empleados, y una camarera se apresura.
—Una tarta de chocolate de mousse, una tarta de queso casera. Y una ambulancia. —Él sonríe y guiña un ojo exageradamente hacia mí.
La camarera sonríe amorosamente y se ruboriza.
—Sí, Señor.
Terminamos nuestros postres, Pedro deja una propina enorme y le dice al personal que se hará cargo de la factura desde su oficina.
—¿Necesitas una camilla para llevarte fuera? —Me pregunta. Sus ojos brillan con malicia, su sonrisa es divertida.
—No. Puedo caminar. Apenas —agrego, amando cómo su brazo viene a mí alrededor—. Gracias, Pedro —respiro, pasando de puntillas y besando su mandíbula.
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