lunes, 25 de febrero de 2019

CAPITULO 104




Me hacen el maquillaje temprano, y todo el mundo ha sido muy severo con Pedrodiciéndole que necesita salir del dormitorio de la Reina, que no me puede ver hasta que vaya al altar.


El día comienza con un desfile por la Avenida Pennsylvania al que los ciudadanos están invitados a asistir. Se apilan por las calles con una salva de veintiún cañonazos mientras que los trabajadores establecen una línea de tiendas blancas altas a lo largo del Rose Garden.


Las mesas del banquete con grandes nubes de novia y peonías se alinean en las tiendas, su olor, junto con el aroma de las rosas, llenan el aire.


Me pongo un vestido con la espalda abierta, una larga cola y un velo hecho del más exquisito encaje.


Pedro y yo coincidimos, junto con el chef, en una comida de cuatro platos con vino, incluyendo cangrejo y ensalada Bibb con pera y queso de cabra, sopa de calabaza, cordero asado con verduras de romero y langosta escalfada de Maine, y mi postre favorito de la Casa Blanca, el pastel de manzana y queso especial del chef. Todo servido en platos con borde de plata que se ven hermosos sobre los manteles de seda marfil y las sillas de plata dorada.


Entre los invitados a la boda hay veintiún Presidentes y primeras damas, dos primeros ministros, jugadores de la NBA, directores de Hollywood, actores y cantantes, ganadores del Premio Nobel, todos los niños de Hospital Nacional de Niños, y nuestras familias y amigos.


Pero con mi novio cerca, incluso todos ellos juntos desempeñan un papel secundario frente a él —el POTUS3, en un esmoquin negro, llevando una de su más encantadoras y desarmante sonrisas mientras me observa caminar por la larga alfombra roja en el magnífico Rose Garden de la Casa Blanca, con una cola de volantes blancos arrastrándose tras de mí, finalmente haciéndome suya. Por fin suya en todos los sentidos de la palabra.


Pedro se ve impresionante con su pajarita y camisa blanca, el pequeño pin de la bandera de los Estados Unidos prendido en su chaqueta.


Caliente.


Poderoso.


Y mío.


Con el telón de fondo de los jardines detrás de él y de las miles de rosas blancas que van hasta el enrejado detrás del altar improvisado, no puedo creer que el actual príncipe de los Estados Unidos, quien ahora lleva tan fácilmente la corona del rey, se vaya a casar conmigo.


Hoy hará su segundo juramento del año los dos más importantes de su vida, en el mismo año.


Lo mejor de todo, mientras camino por el pasillo, es la sonrisa en su rostro. Es una sonrisa sutil, no súper amplia, pero combinada con la mirada tranquila, intensa, brillante en sus ojos mientras me ve acercarme, junto con la música del coro, forma un nudo en mi garganta mientras mi padre me lleva por la larga alfombra roja del pasillo.



Mi padre está apretando mucho su mandíbula y sus ojos están un poco de rojo, y no puedo imaginar lo que mi padre siente al ver a su única hija casarse… con este hombre.


—Cuida de ella, Pedro —murmura mi padre mientras me entrega, y Pedro le asegura—. Lo haré, Señor.


Sus dedos se deslizan para agarrar los míos y mirarme a los ojos mientras me lleva los dos pasos hasta el altar para estar delante del sacerdote.


Por debajo de las faldas fluyendo de mi vestido, mis muslos se sienten sueltos, como si estuviera hecho de aire.


Sé que estamos siendo televisados y sigo queriendo contenerme de ponerme demasiado emocional, pero mis ojos siguen escociendo, simplemente siendo consciente de su presencia poderosa al lado mío.


Cuando nos enfrentamos para decir nuestros votos, estoy seguro de que mi garganta se ha encendido y no hay ninguna posibilidad de que trague nada.


Su voz, tan firme y mandona, pero con un borde ronco en ella, me mata más que nada.


—Yo, Pedro, te tomo a ti, Paula, como mi legítima esposa, para tenerte y mantenerte desde hoy en adelante, para bien o para mal, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y la enfermedad, hasta que la muerte nos separe.


Mi voz sale constante pero suave.


—Yo, Paula, te tomo a ti, Pedro, como mi legítimo esposo, para tenerte y mantenerte desde hoy en adelante, para bien o para mal, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe.


La ceremonia continúa, y memorizo la manera en que Pedro está ahí parado. No está ni un poco emocional. Simplemente parece seguro. 


Tan seguro de convertirse en mí marido, de hacerme su esposa.


—Yo los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia, Señor —dice el cura.


Pedro levanta sus cejas hacia mí como diciendo eres mía ya, y me acerca más, el brillo de sus ojos completamente en llamas mientras su mirada cae a mi boca.


Frota mi labio inferior con su pulgar, y mantiene su pulgar bajo mi labio mientras enmarca mi cara con sus dos manos y me da el más delicioso, el más tierno, y el más firme y contundente beso en mis labios.


—Damas y caballeros. ¡El Presidente de los Estados Unidos, y la Primera Dama!


Beckett le da palmaditas a Pedro en la espalda y yo abrazo a Kayla mientras los aplausos estallan. Entonces Pedro nos conduce por el pasillo, y me río por la multitud y los vítores y los destellos de las cámaras, tan salvaje y cegador, y me encanta sentir su sonrisa contra la parte trasera de mi mano mientras besa mis nudillos



3 POTUS: Por sus siglas en inglés, se refiere al President Of The United States. Presidente De Los Estados Unidos.



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