martes, 26 de febrero de 2019

CAPITULO 106




El Marine One nos lleva a Camp David, donde nos atacamos mutuamente, al momento en que entramos en la Hostería de Aspen. Pedro me aplasta entre su cuerpo y la puerta, su lengua hundiéndose implacablemente, su mano tirando de mi cabello, tirando de mí para que su boca puede vagar por mi garganta, voraz y húmeda mientras llega entre nuestros cuerpos para levantar mi falda y levantarme.


Le dejo que me sostenga por el trasero, luego, me apoya contra la puerta mientras baja entre mis piernas. Siento su boca vagar por mi abdomen y entre mis muslos, el rastrojo del día en su mandíbula raspa la piel sensible allí, mientras tira mis bragas a un lado y me da una larga y húmeda lamida.


Gimo y agarro su cabello grueso y sedoso, gimiendo una vez más cuando repite el movimiento con su lengua, una larga y deliciosa lamedura, cubriendo mi abertura y acariciando mis pliegues.


Inserta su pulgar y me mira, su cabello desordenado, sus ojos brillantes, sus labios
húmedos.


—Por favor, no me dejes venirme sin ti —le suplico.


Me lame de nuevo, un gruñido bajo dejando su pecho.


—¿Qué deseas?


—Te quiero desnudo —respiro, y antes de que lo sepa, me está poniendo de pie y se detiene, mirándome mientras sus dedos comienzan a trabajar en su camisa.


Alcanzo mi espalda y deshago los botones, jadeando mientras se saca la camisa, se desabrocha y se la quita.


Él desnudo.


Hay algo en él desnudo.


Primordial y poderoso. En su elemento como hombre.


Me enciende.


Él es mío.


Sólo mío, la máscara fuera, sin corbata, sin traje, todo el poder ejecutivo desviado.


Sólo sus músculos. Sus labios. Sus palabras.


Estoy casada con el Presidente. No me importa que sea Presidente.


Sino quién es.


Estoy casada con mi enamoramiento de la infancia, el hombre que amo.


Me hace temblar. Lo hace.


Es el único con el que siempre quisiera pasar el para siempre.


Y la chica en mí todavía se maravilla de que en su selección de mujeres, me eligió.


Me amó. Me vio.


Me ve ahora, mientras está delante de mí, todo músculo y hombre delgado, observándome verter mi traje azul de viaje.


Está respirando con dificultad, su mirada me está atormentando. Doy un paso y me agarra, recolectando mi cabello por encima de mi cabeza en un sólo puño. Inclina los labios a mi oído.


—Malditamente amo el infierno fuera de ti —susurra, tocando mi pecho con una mano, acariciando el pico tenso.


—Te deseo tanto. Te quiero dentro de mí lo antes posible.


Me besa. Pierdo todos mis pensamientos, alcanzando entre nosotros para tocarlo, duro y pulsante. Gimo cuando me recoge, me lleva a un dormitorio grande con una cama de matrimonio y me lanza sobre el colchón. Cae encima de mí y mete la cabeza entre los pechos, y la boca de Pedro se convierte en el centro de mi galaxia. No puedo tener suficiente. Gimo mientras lame y chupa con avidez, tomando su tiempo para disfrutarme, saborearme, atormentarme su boca a menudo volviendo a la mía, suave pero feroz.


—¿Qué quiere mi mujer?


—Dios, sabes qué —digo.


Me recompensa con un beso. Nunca pensé que un hombre me besara con esta pasión, me quisiera con esta pasión, me amaría con esta pasión... nunca pensé, cuando una vez le dije inocentemente que no me importaría estar al lado del Presidente, que yo de hecho, terminaría a su lado. Que sería el hombre con el que no estaría sólo durante su primer mandato, y quizás el segundo, pero si por el resto de su vida y la mía.


Y creo que es por eso que nos besamos así, porque no somos el Presidente y la Primera Dama cuando estamos juntos. Porque haber propuesto casarse conmigo, no tiene nada que ver con las circunstancias en las que es actualmente el comandante en jefe y yo soy su Primera Dama. A pesar de eso. Lo propuso porque quiere el para siempre conmigo y el pensamiento de la eternidad con él, me convierte en la mujer más feliz que existe.


No importa que nuestro para siempre embellecerá los libros de historia. Esta es nuestra historia, la suya y la mía.


Pedro coloca su frente en la mía y mira fijamente a mis ojos.


—¿Estás tomando la píldora, nena? —Me pregunta en voz alta y cuando articulo un sí con mi cabeza (habiendo empezado cuando Pedro le pidió al médico de la Casa Blanca que me recetara), me besa profundamente, abriéndome para poder entrar en mí.


Gimo, él suelta un murmullo que me dice directamente que ama sentirme, sentir nuestros cuerpos sin nada en el medio. Y Dios, me siento llena y lista para astillarme en un millón de deliciosas partículas por el placer de sentir a Pedro, largo, grueso, duro Pedro conduciéndose dentro de mí como si perteneciera aquí.


Él lo hace.


Dobla mi pierna derecha sobre su hombro, abriéndome aún más. Puedo sentir la ondulación del músculo de su hombro y brazo bajo mi pantorrilla, empuja, y de repente está aún más profundo, más profundo que nunca.


Un gemido de placer me deja, y su boca está allí para comerlo.


—¿Qué tan profundo me quieres? —Pregunta, tirando de mi otra pierna sobre su hombro también.


Estoy casi ya en la cima.


—Oh dios, Pedro —jadeo.


Manteniendo las piernas colgando de sus hombros, se mete más profundo.


—Así —gruñe.


Me llena como si no planease irse. Como si perteneciera dentro de mí. Como si mi cuerpo estuviera hecho para encajar cada centímetro suyo. Gime cuando está completamente incrustado y aprieto mis piernas alrededor de sus hombros, deseando más, deseando todo, mis músculos agarrando su longitud caliente cada vez que se conduce adentro y aún más cuando la está sacando.


—Cuánto me aprietas —ronronea, lamiéndome los labios–. Haga sitio para mí, Señora Alfonso. Toma todo de mí.


—Sí —jadeo—. Soy toda tuya.


Grito de placer y Pedro me observa, haciéndome venir, derramándose conmigo, observándome con ojos deseosos y una sonrisa de lobo en su rostro... como si no pudiera disfrutar nada más, que hacerme perder el control.


Se viene conmigo con un rugido, su boca tomando la mía para un beso salvaje mientras culminamos juntos.


Para el minuto siguiente, nos tumbamos enredados, nuestros cuerpos desnudos y húmedos de hacer el amor. Pedro va al baño y regresa con un pañuelo de papel, corriendo entre mis piernas. Me limpia, desecha el pañuelo, luego vuelve a la cama y me mira mientras se extiende a mi lado. No hay que esconder el calor descarado en su mirada mientras me toma. Enrolla su palma alrededor de la parte posterior de mi cabeza, presionando su frente a la mía.


—¿Puedes tomarme otra vez? —Pregunta, con voz ronca mientras acaricia mi cara con la suya y acaricia mi costado.


Encuentra la estrecha perla de mi clítoris y comienza a frotar mientras me besa.


—¿Paula, puedes tomarme otra vez? —Pregunta, pasando los dedos por mi clítoris, su dedo índice y su pulgar, penetrándome con su dedo índice.


Me arqueo y agarro mi labio inferior para evitar que un sonido de placer me abandone. Su olor me droga, me hace marear con necesidad. Su dedo sale y frota mi clítoris de nuevo, consiguiendo estremecer todo mi cuerpo. 


Empecé a empujar mis caderas en su mano, desesperada por más. Él mueve su dedo hacia atrás y luego, nuevamente frota mi clítoris. Me estoy agitando, sacudiendo la cabeza, empujando las sábanas a mi lado, deshecha por la forma en que me toca.


—Te quiero —respiro.


No me hace esperar mucho tiempo.


Gime y aprieta mis pechos, lamiendo las puntas, chupándolos. Me arqueo hasta su boca caliente y lo agarro por la parte de atrás de la cabeza, empuño su cabello entre mis dedos mientras presiono mi boca y Pedro me llena de nuevo, lo más profundo que puede ir, lo suficientemente profundo como para sentir que mi alma me abandona, mientras me rompo por él.


El salón tiene una chimenea y en medio de la noche, Pedro se marcha. Pronto hay un fuego caliente crepitante.


Él sonríe y acaricia mi espalda, exhalando contento mientras nos tumbamos en el sofá después de otra ronda de relaciones sexuales deliciosas.


—Tantas noches desearía poder hacerlo... Sentir que me sostienes la mano — Levanto su mano y la pongo contra la mía—, y mirarte sin temor de que todo el mundo vea lo que está escrito en mis ojos.


Me sostiene por la parte de atrás de la cabeza, su miembro se endurece bajo mi regazo ante mis palabras, me besa con su larga, húmeda y errante lengua.


—Ahora... Tú eres mi marido.


Me mira.


—Te amo.


Toma mi mano y me lame el dedo anular, de la raíz a la punta. Mmm. Este hombre va a ser mi muerte. Lo recuerdo haciendo eso el día que me dijo que el pequeño Pedro estaba visitando la Casa Blanca, y de repente... ¡Momento de iluminación!


—¿Es así como mediste mi anillo? ¿Con la boca? ¡Señor Presidente, estoy sorprendida!


Sonríe.


—Estarás encantada de saber que hay otras cosas que puedo hacer con mi boca. — Expertamente me saca su camisa blanca abotonada (en la cual me metí en la cama) y mordisquea mi hombro desnudo.


—Oh lo apuesto. Eres muy hábil durante las conferencias de prensa.


—Mi boca es aún más hábil para encontrar lugares cálidos y dulces para chupar y saborear. —Desliza una mano bajo la manta y acaricia la piel de mi estómago, luego tira de la manta hacia abajo y agacha la cabeza para besar uno de mis pezones.


Me río.


Levanta la cabeza.


—Eres adorable. —Sonríe, sus ojos son tan hermosos que tengo dificultad para respirar.


—Me pregunto qué pensaría el país de tu fetiche con la letra P —bromeo.


—Que soy el comandante en jefe. Y se me permite disfrutar de cualquier fetiche — dice en voz baja—. Eso involucra a mi esposa.


Sonrío.


—Si pudiera verte ahora tu padre. Su único hijo, el Presidente, y haciendo un maldito buen trabajo. 


—Sería tan feliz sabiendo que estoy sentando cabeza.


—¿Conmigo?


—No, con Jack. —Pedro sólo sonríe y pasa su pulgar a lo largo de mi mandíbula—. Contigo —dice, su voz ahora ronca.


—¿Piensas que sí?


—Lo sé.


—¿Me aprobaría? ¿Buen pedigrí? ¿Hija de un senador?


—Mi padre tenía mucho respeto por tu familia, pero tú lo cautivaste. Y no hay palabra para lo que me hiciste.


—Te lo hago saber, estoy empezando a cautivarte, Señor Presidente.


—¿Lo estás ahora? —Sonríe, luego frunce el ceño mientras me mira—. ¿Le dijiste a como se llame, que estas tomada?


—No hace falta decírselo. Él sabe que todas las apuestas están pagadas. No tuvo ninguna oportunidad contra ti desde que empecé a hacer campaña por ti. Nadie la tuvo, sí. Incluso antes. —Levanto una ceja—. ¿Le dijiste a todas tus fanáticas? Incluso los empleados están locos por ti, de la forma que ningún otro Presidente ha disfrutado.


—Estoy tomado. Tengo un anillo aquí mismo para probarlo. —Golpea su anillo de bodas con su pulgar.


—Me conto un pajarito... —empiezo.


—Tienes unas orejas grandes, ¿no?


Asiento con una sonrisa de gatito y deslizo mi lengua hacia fuera para lamer la parte superior de su pecho.


—Tengo una lengua muy caliente, también.


—Hmm. Dame más de esa lengua. Abajo.


—Así que he oído... Pedro, ¿estás escuchando? —Digo, mientras lamo el centro de
su pecho.


—¿Qué?—Se ríe, obviamente distraído.


—He oído... El proyecto de ley aprobado. Educación.


—Dios. Sí. –Aprieta los ojos cerrados y echa la cabeza sobre el respaldo del sofá— Estoy muy jodidamente aliviado. Por un momento, pensé que perderíamos por un voto.


Pedro, estoy muy orgullosa de ti —le digo.
Me mira, sonriendo, pasando su mano por mi cabello. —El cuidado de la salud es el siguiente.




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