lunes, 18 de febrero de 2019
CAPITULO 80
Paula se ve confundida. Me sigue dentro y tan pronto como entra, la alcanzo con un brazo y cierro la puerta detrás de ella.
—¿Una habitación? —Pregunta.
—Ellos no necesitan saber los detalles de nuestro acuerdo.
Frunce el ceño, posiblemente dándose cuenta de lo feliz que estoy por esta instalación. Estoy agotado, pero la idea de tenerla toda para mí, dispara pura adrenalina en mis venas.
Se cambió en el avión. Lleva una falda formal color marfil, la chaqueta y los guantes que le envié. Saco el guante de su mano derecha, dejando al descubierto sus dedos, y los elevo a mi boca. Tomo su dedo medio entre mis labios y dientes. La saboreo.
Chupo suavemente. Miro sus ojos cerrarse y sus pechos aumentan a medida que toma aliento.
—Te deseo. Dime que me deseas. Que quieres esto.
Sus ojos se ponen vidriosos.
—Dime que extrañas esto —presiono.
—Yo...
No la dejo encontrar las palabras.
Inmediatamente le quito su otro guante y levanto la mano a mi boca. Esta vez dejo caer un suave beso en el centro de su palma.
—¿No has extrañado nada de eso? —Mi voz es ronca por mi necesidad—. ¿Ni siquiera esto? —Lamo la palma de su mano, luego beso el interior de su muñeca.
Mordisqueando y saboreando su piel.
Sus párpados se vuelven pesados. Sus pupilas se dilatan mientras observa arrastrar mis labios a lo largo de la piel sensible en el interior de su brazo. En contra de su piel, susurro:
—Tal vez lo olvidaste. Tal vez tenemos que averiguar si recordamos cualquier cosa. Lo que sea.
Abro el primer botón de su chaqueta.
En este momento ella está jadeando visiblemente. Me gusta.
Demonios, me gusta demasiado.
Mis propios pulmones se sienten contraídos en mi pecho, y mi miembro se hincha a su máxima capacidad. Un movimiento rápido de sus ojos en esa dirección hace que se dé cuenta. Y se ruboriza.
—Recuerdo —dice ella, tragando con dificultad.
Desabotono los próximos dos botones y abro la chaqueta.
—¿Qué recuerdas, Paula? —Mi voz se ha espesado. Mis propios ojos se sienten pesados, pero no los puedo sacar de ella, de esta chica, de esta mujer, de esta dama. Mi primera dama—. ¿Recuerdas esto? —Bajo mi mano entre sus muslos, debajo de la falda, y acaricio sus bragas.
La encuentro húmeda para mí, lista para mí, y siento mis latidos acelerar. La necesidad de sentirla a mi alrededor, de estar dentro de ella, hacer el amor con ella, al diablo esta necesidad de su fuego dentro de mis venas.
Ella traga audiblemente.
Empujo la falda y la miro, hinchada y húmeda, su ropa interior apretada sobre su sexo, la tela húmeda y mis malditos ojos duelen.
Me inclino, mi frente tocando la suya, con los ojos fijos en los de ella mientras bajo sus bragas hasta que caen en sus tobillos. Se aleja de ellas para acercarse más a mí. Inserto un dedo en su abertura, en busca de sus profundidades. Y Dios, es tan acogedora. Tan húmeda que moja hasta la base de mi dedo.
—¿Recuerdas? —Presiono, sin hacer nada más que tocarla entre sus piernas, observando su respiración agitada cuando deslizo mi dedo dentro y casi fuera, más profundo y casi fuera. Sus ojos se cerraron, a la deriva mientras lucha con esto, luchando conmigo.
Uso mi mano libre para deshacer los primeros botones de la blusa de seda que lleva puesta bajo la chaqueta, abro una parte, y agacho mi cabeza. Expulso mi aliento sobre la curva de su pecho, el movimiento diseñado para romper sus defensas, hacerla mía de nuevo.
—¿Recuerdas esto? —Beso la parte superior de su estupendo pecho.
Inhala y mueve sus caderas en mi dedo. Muevo la boca hacia abajo, a su pezón, y hago círculos con la punta de mi lengua por la seda de su sujetador, marcando el lugar.
Entonces, la chupo con mi boca, con tela y todo, y encuentro su protuberancia con el pulgar. Lo rodeo, observando al placer llevándola y estoy excitado con ello. Estoy excitado en ella.
Excitado en el acto de darle placer a solas.
—Dime que recuerdas esto, bebé —canturreo, desabrochando el resto de su blusa.
Bajo la tela de su sujetador para que pueda tomar esa dura punta de su pezón en mi boca y chuparla, chuparla como necesito. Gimo cuando se estremece y su cuerpo se relaja contra mí.
La levanto y la depositó en la consola lateral, dejando espacio entre las piernas a medida que continúo con mis caricias, rozando mis labios sobre los de ella.
—Pedro, no...
—Esa no es la palabra que quiero oír. Esa no es la palabra que quieres decir, no me digas que no recuerdas esto, que no deseas esto. Que no me deseas.
Abre sus labios y deslizo mi lengua dentro, agarrando la parte posterior de su cabeza y encajando mi boca a la de ella mientras la beso.
Nunca había sido tan gentil y tan duro con una mujer al mismo tiempo. Nunca he querido hacer el amor y coger al mismo tiempo. Ella me hace querer hacer las dos cosas, hacerlo de principio a fin, extraer cada gemido de ella, cada suspiro, cada respiración, todo es mío, toda de ella es mío.
Mueve su cuerpo y trata de acercarse, se retuerce, atrapa el labio inferior bajo sus dientes mientras lo muerde duro para no poder decirme.
Pongo un beso en el labio superior, suavemente, haciendo que libere el labio inferior, lo que permite que quepa mis labios sobre los suyos perfectamente ahora. Y se abre y me ahogo en su sabor, su olor, tan dulce y pura como es.
Estoy aquí gracias a ella.
Estoy tratando de hacer lo mejor gracias a ella.
Caray, estoy tratando de hacer más, ella abrió mis ojos, me hizo comprender que esto no es suficiente. Quiero más. Quiero esto. A ella. Y quiero hacer lo correcto por ella.
Estoy decidido a hacer que suceda a cualquier precio.
Poco a poco, hoy, día a día, tacto por tacto, rompiendo sus paredes, ella será mía de nuevo, su cuerpo primero, su alma y luego su corazón.
No voy a dejar que se vaya.
—Ábrete a mí, bebé. ¿Recuerdas cómo solías hacerlo? ¿Hmm? Dime que estoy todavía aquí —ruego, ahuecando su pecho, apretando suavemente mientras froto en su interior—. Y aquí. Dime, hermosa. Dime P es para Paula, mi Paula, extasiada en mis brazos otra vez.
Enloquece, respirando rápidamente por debajo de mí, aferrándose a mis hombros como si fuera lo único que sostiene su posición vertical.
—¡Oh, Dios! —Presiona su mejilla en mi cuello, luego me empuja hacia atrás.
Luego se ríe.
—Pedro… eres muy bueno en este tipo de cosas. Seduciendo y dando placer.
Lamo mi dedo.
—Hmm. A su servicio, señorita Chaves.
—Sr. Presidente, usted es un sinvergüenza.
—Soy tu descarado.
Traga, con los ojos muy abiertos. Tiro de su falda hacia abajo y la coloco de pie.
—Tenemos que estar listos.
—¡No puedo ir sin ropa interior!
—Vive un poco —le digo—. Eres una primera dama indecente, una muy mala, traviesa, caliente primera dama —digo, levantándola de vuelta a la consola y ordenando—: Abre tus piernas.
Ella lo hace. La estoy probando; no hay una maldita manera que voy a dejar que se vaya a ninguna parte sin bragas. Estoy lo suficientemente jodido por el pensamiento.
Ayudo a subir las bragas por sus piernas, y luego la levanto y la pongo de pies, besándola pausadamente mientras las subo hasta su pequeño dulce sexo y su pequeño culo redondo.
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