jueves, 21 de febrero de 2019

CAPITULO 90




—No puedo creer que hayas hecho eso —le digo en nuestro camino de regreso.


—¿No puedes? —Pregunta, riendo suavemente.


—Si tuviera que conectarme en este momento, apuesto a que hay mil y un rumores, historias y similares en circulación. 


—No estoy ni un poco interesado en lo que dicen. Tú tampoco deberías estarlo. — Tira de mí hacia adelante—. Somos adultos. Eres mi primera dama. Podemos estar juntos, Paula. Estamos, y tenemos que hacer frente a la música, independientemente de la melodía. Vamos a salir de esto.


Hay un silencio. Pedro sostiene mi rostro y lo levanta, sonriendo.


—Todo lo que saben es que te besé. El mensaje implícito es claro: eres mía. Estoy saliendo contigo, y tú conmigo. Lo que me recuerda que quiero llevarte a cenar. He estado celoso tan solo de pensar que salgas a solas con alguien más. Me pongo celoso de todos los hombres por ahí que pueden estar contigo, sostener tu mano y besar tu rostro. Ahora soy yo... —Aprieta sus labios con los míos.


—No tienes nada de lo que estar celoso —me burlo.


Me agarra por las caderas y me levanta a su regazo, con los ojos ardiendo con calor
y posesividad.


—Tampoco tú. Te vi esta noche. Estabas roja, celosa de las mujeres que me saludaban.


Muerdo mi labio.


—Eres... su fantasía absoluta. Por supuesto que estoy celosa. Tú eres su fantasía y la mía.


Me observa mordiéndome los labios, y lo suelto.


—Pareces ignorar el hecho de que estoy tomado. Lo he estado desde hace bastante tiempo.


Se inclina para acariciar con su lengua el labio que mordí, Pedro desliza su mano debajo de la falda de mi vestido, toca el interior de mis muslos con sus dedos. Contengo la respiración en la garganta cuando acaricia la mancha de humedad en mi ropa interior.


Sus ojos brillan cuando se da cuenta de que estoy mojada.


—Levanta tu vestido. Quiero sentir más de ti.


Comienzo a levantar mi vestido y separo mis piernas mientras presiona sus labios con los míos, abriéndolos para que pueda frotar su lengua sobre la mía mientras facilita un dedo dentro de mí.


—Dios, eres adictiva. ¿A quién quieres aquí, hermosa? —Gruñe, encontrándome empapada por dentro.


Gimoteo en su boca y pongo mis brazos alrededor de su cuello, empujando mis caderas para que me toque.


—A ti.


—¿A quién pertenece esto? —Mete la lengua en mi boca y mueve su dedo dentro y fuera, dentro y fuera, volviéndome loca. Loca de celos, de deseo, de necesidad.


—A ti.


—Eso es correcto. —Sofoca mis gemidos con su boca




No hay comentarios:

Publicar un comentario