jueves, 21 de febrero de 2019
CAPITULO 91
Lola golpea un periódico en mi escritorio a la mañana siguiente. El titular dice:
EL BESO DEL SIGLO: ¡EL PRESIDENTE ALFONSO Y LA PRIMERA DAMA SORPRENDEN A LOS INVITADOS CON UN BESO PÚBLICO PARA LOS LIBROS DE HISTORIA!
—Tenemos que hablar sobre Paula.
—No, no tenemos.
—Hemos creado un millón de nuevos puestos de trabajo con su nuevo programa de energía limpia y ha sido eclipsado por tu pequeña treta. —Ella tartamudea cuando se da cuenta de lo que ha dicho—. Señor. Presidente. Con respeto. —Asiente—. Podría haberme advertido —sisea.
—No, Lola, no pude. —Me inclino hacia atrás y junto mis dedos detrás de mi cabeza—. El hecho de que nuestro millón de empleos no sea noticia de primera página no disminuye el hecho de que estamos creando nuevos empleos. Ese número se verá como un juego para niños en un par de meses. Relájate. —Lamo mi pulgar y giro una de las páginas de mi escritorio.
Ella exhala.
—Te informaré de algo —agrego, deteniéndome un momento—. Me voy a casar con ella.
—¿Disculpe?
—Lo que dije. Gracias, Lola. —La despido.
Nuestro país está roto. Jacobs fue un presidente débil. Así que muchas minorías han sido ignoradas. El problema en el Medio Oriente está golpeando con toda su fuerza.
Tengo otra mierda que hacer que preocuparme por los medios de comunicación.
Ella se queda atónita y pálida—. ¿Cómo voy a manejar a la prensa?
—Ellos no necesitan ser manejados. Me ocuparé de ello cuando llegue el momento.
Haz algunas llamadas. Asegúrate de que obtenemos algo de respuesta sobre lo que estamos haciendo. Además de a mí besando a la primera dama. —Sonrío.
Ella sonríe de vuelta, entonces parece capturarse y niega.
—Señor Presidente.
Y se excusa, mientras miro el titular. Hay una foto de Paula en mis brazos, sus manos en mis hombros. Ella alejándome, pero, oh, esa boca definitivamente abriéndose debajo de la mía.
¿Lola quería una advertencia?
Ni siquiera yo tuve una.
Quiero adorar a esta chica. Quería deslizar mis manos por todo su cuerpo. Cientos de mujeres estaban tratando de capturar mi atención, y la única que persistía la otra noche era ella.
Realmente no había planeado hacer una escena. Enloquecer. Estoy acostumbrado a ser controlado estrechamente. La culpa es de todas esas expectativas. Las expectativas hacia mí de seguir como Alfonso, todo el mundo descansado sobre mis hombros. Con ella, se siente como si me quiere por ser nada más que yo, nada menos. Todo el mundo está haciendo preguntas, cuál es mi postura… No Paula. Sé que ella ama en secreto cuando pierdo el control, y lo perdí muy bien anoche.
Fui con ello. Quería su boca. Quería que todos la vieran, en mis brazos. Mía, mía, mía.
Esta chica me ha visto, cada parte de mí, y todavía me mira como un sol.
Está preocupada; ella quería que lo tomase con calma. Ahora me siento como que puedo hacer todo lo contrario.
Mi padre echó a mi madre a las sombras y, mantener a Paula sin embargo a distancia… No puedo hacer eso. Quiero que esté en el centro de atención, conmigo. La primera dama, no se siente como un secreto: una verdadera esposa.
Ella merece algo mejor que lo que ella piensa que merece.
Quiero más para ella.
Quiero más para mí. Sí, la quiero más que nunca. Su pasión, su bondad, su carácter real, su capacidad de reírse… Ella.
He perdido la cabeza por esta chica. Una vez pensé que no podía hacer las dos cosas, gobernar un país quebrado y tenerla. Pero ahora sé que moriré en el intento de hacer ambas cosas. Esto es lo que soy. Soy el presidente y un hombre. Ella es la chica que amo y la mujer con la que quiero pasar mi vida.
En realidad, puede ser tan simple como eso.
Tiro a un lado el periódico que Lola me dejó en mi escritorio, después echo un vistazo a mi reloj para comprobar mi próxima reunión justo cuando Portia anuncia—: Señor presidente, el Señor Cox de la Oficina Federal de Investigaciones está aquí para verle.
Me levanto y abotono mi chaqueta mientras Cox entra, extendiendo su mano en señal de saludo por encima de mi escritorio. Cox —digo, reciprocando. Los dos tomamos asiento.
—Lo hemos seguido, comprobamos la bufanda por huellas dactilares y rastreamos las huellas de una tienda en el área de D.C. El propietario confirmó que la esposa del presidente era clienta de su tienda y que el presidente Lucio frecuentemente les ordenaba que escogieran sus regalos para ella.
—Él tenía esto para dar a mi madre. Jesús. —Me paso una mano sobre mi mandíbula mientras la frustración me carcome con crudeza.
—Estamos siguiendo cada hilo sin importar cuán menor sea —me asegura Cox. Le doy un vistazo.
—Haz eso.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario