lunes, 4 de marzo de 2019

CAPITULO 126




Los meses pasan rápido, entre gobernar y la escena social que viene con la Casa Blanca.


Estoy cerca del término ahora, mi cuerpo muy curvilíneo, y de alguna manera muy excitante para mi marido, e incluso para mí. Se siente tan sensible, su toque siempre envía electricidad a mi piel. Esta noche nos invitaron a Washington D.C., al estreno de una película de uno de sus amigos productores, y me pregunto cómo podré llevar tacones. Tal vez bailarinas y un vestido de corte imperio funcionarán.


—Te ves impresionante —Lola avisó.


—¿Quieres decir que a veces no lo hago? —Arqueo una ceja burlona.


—Jaja. En verdad, Paula. La gente está obsesionada contigo, y la devoción de Pedro Alfonso hacia ti. Millones de mujeres en el mundo sueñan con calzar tu zapato de cristal. El presidente caliente, sus manos deslizándose sobre tu cuerpo mientras bailas, con los ojos de adoración solamente en ti, el líder mundial más deseado, con su clara adoración hacia ti. La política es dinámica y joven, un símbolo de la revitalización en nuestro país. Se ve atrevido, inquieto.


—Tengo casi nueve meses de embarazo —digo.


—¡Exactamente! Y todavía estás de pie.


—Lola, me matas —me río.


Pero definitivamente saco un precioso vestido de corte imperio de gasa en un color rosa claro, el cual llevo con mi pelo hacia atrás en un aspecto de cascada elegante.


Es elegante, pero vanguardista para una mujer embarazada, supongo.


Pedro cierra la cremallera del vestido y mientras me observo en el espejo, permanece detrás de mí, bebiéndome. Su voz apreciativa, su lobuna sonrisa. 


—Eres tan hermosa, a veces me distraes demasiado —reprende, girando mi cara y colocando un suave beso en mis labios.


—No tienes idea de la cantidad de células que se vuelven inactivas en los cerebros de las mujeres cuando pasas —digo.


Suelta una risa sorprendido, y me río también, agarrando mi bolso pequeño cuando él me escolta fuera.


Hay una fiesta después de la película, y Pedro y yo decidimos verla durante una hora, tener un poco de diversión.


Durante la noche, mientras me encuentro con los actores principales y Pedro conversa con su amigo productor, noto que las mujeres se le acercan y me resulta muy interesante verlas adularlo, aún sabiendo que él está casado. Es cordial y educado, por supuesto, es un Alfonso, pero la facilidad con la que había estado esperando se ha ido y parece cerrarse a sí mismo de cualquier flirteo. Es tan leal, y yo lo adoro por eso.


Me sorprende que las mujeres continúen persistiendo, sin embargo, demasiado excitadas y encaprichadas para darse cuenta de que él no está definitivamente interesado.


Creo que es más que su belleza por lo que se sienten atraídas. Más que por su poder.


Creo que es su humanidad lo que les llama. El hecho de que nunca hace un espectáculo o actúa como si fuera perfecto. En su lugar, siempre actuó como si no fuera perfecto, pero trata de serlo. Como si supiera que todas sus imperfecciones, su sobreprotección divertida y conmovedora e incluso su miedo a no ser a la vez el mejor esposo y padre, junto con el mejor presidente, lo hacen real, todas nuestras
imperfecciones nos hacen reales y es fácil identificarse porque ninguno de nosotros es perfecto, ni siquiera un presidente. 


Simplemente queremos al que nos dé su mejor versión. Como lo ha hecho él.


Me encuentro descaradamente mirando y cuando me doy cuenta, rápidamente me reprendo a mí misma en silencio y me doy la vuelta. Cuando giro hacia atrás, nuestras miradas se cruzan y sus ojos se desvían por encima de mi vestido de corte imperio, a mi abdomen, donde llevo a su hijo. 


Daré a luz en cuestión de semanas. Y como he notado estos últimos meses, cuando me mira, a lo que llevo en mí, ahí… lo veo. Un flash tan rápido y brillante, que casi me ciega.


Parece empujarlo hacia abajo, bajo control, pero lo vi. Todo el amor, todo el deseo, todo el anhelo que podría haber en un hombre está en él. Para mí. Para nosotros.


—El presidente nunca falla en hacer girar las cabezas —dice Alison a mi lado mientras nos mezclamos con la multitud, su cámara siempre lista para sacar la siguiente toma.


Son ciertas las miradas de la gente. Aunque sé que la gente lo ama por algo más que su rostro, porque a pesar del hecho de que creció con todo, carece de pretensión. Sus padres lo criaron para ser un tipo normal, con deberes, disciplina y una actitud que era honesta y nunca egoísta. De hecho, nunca le gustó la gente que hace cosas especiales para él, tales como no permitir que pague por las cosas; siempre pagaba a su manera, incluso cuando insistieron que querían hacer el gesto para él. La equidad estaba arraigada con él, o tal vez es sólo una parte de quién es.


El hombre es inolvidable y él lo sabe.


Y ahora él es el presidente, mi marido, quien pronto será el papá de mi bebé.


Frunzo el ceño cuando noto que Wilson se le acerca lo más discretamente posible, por lo que, teniendo en cuenta la cantidad de atención que Pedro llama, no es muy discreta, Pedro agacha la cabeza hacia él. Él asiente y luego levanta sus ojos, su mirada al instante aterriza en mí, porque ha estado vigilándome toda la noche.


Algo en su expresión me alarma. Recojo mis faldas y comienzo a caminar por la habitación mientras me hace un gesto hacia la puerta.


—¿Ocurre algo?


—Tenemos que irnos —dice.


Me acompaña hasta la puerta, su mano llega a la parte baja de mi espalda mientras subimos en el coche de estado.


Sé que lo que ha ocurrido es grande; de lo contrario no nos habríamos ido. Algo necesita su atención CUANTO ANTES.


—Hemos sido atacados en el Medio Oriente.


Suspiro. Entonces pongo mi mano sobre mi estómago cuando golpea una contracción. He estado sintiéndolas yendo y viniendo, y me dijeron que era normal, que el cuerpo se estaba preparando.


—¿Qué es? —Me mira con preocupación.


Me encuentro con su mirada, insegura. —Esperemos... que una práctica. —Pero la ley de Murphy dice que no lo será.




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