martes, 5 de marzo de 2019
CAPITULO 128
Un piso debajo del Despacho Oval está la Sala de Situación.
Tripulada las veinticuatro horas del día los siete días de la semana, este es el lugar donde determinas y haces frente a las cosas importantes. El cerebro de la Casa Blanca.
Es desde donde he hablado a través del sistema de videoconferencia con otros jefes de Estado. Y he ordenado operaciones encubiertas, entre otras actividades altamente clasificadas.
Entro con Diego Coin y Arturo Villegas, mi principal asesor de seguridad.
Antes de la inauguración, el director de la CIA me informó de todas las operaciones encubiertas en las que los Estados Unidos se encontraba involucrado en contra de enemigos extranjeros. Todas ellas habían sido personalmente autorizadas por mi predecesor, Jacobs, y cesarían si decía la palabra. Si me quedaba en silencio, las operaciones continuarían.
Una cosa es ser candidato; otra, el presidente.
Algunas de esas operaciones eran muy peligrosas, con muy pocos beneficios para los Estados Unidos. Pero tenemos aliados, también, era algo a considerar.
Aun así, cuando diriges el ejército más poderoso del mundo, no puedes tratarlo como un juego.
Cada movimiento de nuestros operativos necesita ser planificado, proyectado, luego, registrado y analizado. Y no importa qué información tengamos, siempre hay demasiadas variables de un resultado. No importa cuán bien informado está el nuevo presidente, nada te prepara para enviar a tus hombres y mujeres a la guerra.
Las prioridades cambian. Ganar más acceso a los servicios de inteligencia hace que tus puntos de vista cambien dramáticamente.
Sólo espero haber dado las ordenes correctas.
Estoy malditamente seguro de que estoy tomando la decisión correcta.
Los generales ya están sentados. Tomo mi asiento, inclinándome, y dejo que en la pared ante mí aparezcan las imágenes. Oriente Medio ha sido un tema candente desde mucho antes de mi instalación. Dictadores, rebeldes armados, el jodido ISIS.
—En posición —dice el general Quincy.
Todos me miran. El silencio es ensordecedor.
Un segundo, dos segundos.
—Abran fuego.
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