jueves, 31 de enero de 2019

CAPITULO 46




Todavía estoy deliciosamente adolorida por la cogida que me dio anoche, cogidas, en realidad, hubo tres: uno lento y suave, uno rápido y primitivo, y uno muy húmedo y apasionado en la ducha.


Cuando llego a la oficina regional de Nueva York a la mañana siguiente, Carlisle y Hessler nos convocan a todos juntos, como suelen hacer. 


Estamos informados en una sala de ocho por ocho, llena de gente. Pedro se para en la esquina, apoyado contra la pared, con los brazos cruzados mientras deja que sus managers hablen.


Mis ojos se encuentran con los suyos a través de la multitud. Es sólo una mirada. Eso es todo lo que nos damos el uno al otro. Pero es suficiente para hacer que mi estómago se vuelva loco.


—Vamos a correr por lo que ha estado pasando —comienza Carlisle.


Deslizo mis ojos de vuelta hacia Carlisle y me concentro en el resumen.


La mierda se está poniendo real y vamos a necesitar llevar las armas grandes a cada evento, y ser conscientes de que nuestra competencia será consciente de cada uno de nuestros movimientos.


Presidente Jacobs, sesenta y cinco, conservador, un pacificador, un tanto débil. 


Gordon Thompson, cincuenta y nueve, radical, un poco amante de la guerra.


Carlisle nos dispara una mirada seria a todos y luego me mira un tanto descaradamente. 


—Solo para ser claros, estamos trabajando con el mejor candidato independiente que los EE.UU. haya visto alguna vez. Ningún candidato de tercero ha ganado jamás. Esto no tendrá precedentes. Pedro Alfonso nació para esto; todos lo sabemos. No siempre prevalece el favorito en la política. Es el que disputó más apoyo en su campaña. Así que depende de nosotros hacer que sus partidarios se multipliquen como el maldito Jesús hizo con el pan. ¿Vale?


Todos asienten.


Mi garganta se cierra y la culpa comienza a arrastrarse por mi garganta. Asiento vigorosamente. Carlisle asiente, apaciguado.


—Vamos a llevar a nuestro candidato a la Casa Blanca donde él pertenece. —Él da un último asentimiento, y todos nos dispersamos. Me dirijo a la puerta de la oficina de Pedro con su itinerario en la mano.


—Buenos días, Paula—dice mientras entra y me hace una señal hacia dentro.


—Buenos días, Pedro.


En el momento en que cerré la puerta, Pedro me levanta hasta el escritorio, y jadeo por la sorpresa, pero me aferro a sus hombros para sostenerme. La posibilidad de ser atrapada me hace escanear su oficina, entonces me doy cuenta de que no estamos en la sede central, que este despacho no tiene ventanas. Las paredes significan privacidad para nosotros, y me suelto en sus brazos, mojada y lista al instante.


Alcanza debajo de mi vestido para bajar mis bragas. Sus ojos se encuentran con los míos y los sostienen en su mirada tempestuosa y agitada, mientras toma mi boca con la suya y comienza a frotar mis pliegues con sus dedos. 


Jadeo, y ahoga mi jadeo bajo sus labios, mis brazos apretando alrededor de su cuello, su boca caliente y sus dedos expertos dándome lo que necesito.


Pedro.


Me sostiene en el escritorio y mis rodillas son débiles mientras abre mis muslos para hacer sitio para él. La necesidad quema ardientemente y brilla mientras comienza a entrar en mí.


Se detiene. 


—Dios, no tengo un condón.


Agarro su mandíbula. 



—Estoy protegida, con la píldora. Estoy limpia.


—Estoy limpio también. Yo nunca... —Se desvanece mientras me mira, toma mi pecho en su mano, me acaricia, me besa, luego tira su boca libre para recorrer mi cuello, para chupar un pezón a través de la tela de mi vestido. Estoy insensata, arqueándome.


Pedro me ayuda a ponerme de pie, luego me da la vuelta y levanta mi falda sobre mi culo, pateando mis piernas separadas.


Me trago un gemido cuando lo siento conducirse dentro. Se inclina sobre mí, mordiendo mi nuca. 


—Dios, eres el cielo —dice, las manos en mis caderas mientras se impulsa en mí por detrás. 


Realmente gimo esta vez; extiende su mano y cubre mi boca. Lamo su palma, y empuja dentro de mí de nuevo.


Gruñó en su palma de nuevo. Me golpea tan duro como necesita. Tan duro como yo anhelo. 


Ahoga mi grito de liberación con su palma y entierra su propio gruñido en la parte superior de mi cabeza.


No hablamos de ello cuando hemos terminado. 


Sólo me río nerviosamente, y él sonríe y acaricia mi espalda, enderezándose hasta que se ve tan perfecto como siempre.


—Paula —dice antes de que me vaya.


—¿Sí?


—Si gano, te quiero en la Casa Blanca. Trabajando allí. —Cae detrás de su silla—. Estoy en mi mejor juego cuando estás cerca, vamos a decirlo de esa manera.


—¿Me estás chantajeando? ¿Emocionalmente?


—Te estoy preguntando.


—Me estás preguntando con esa mirada exigente que significa que estás exigiendo.


—Entonces estoy exigiendo-barra-preguntándote.


Frunzo el ceño.


Me mira fijamente, moviéndose para apoyar sus codos en el escritorio. 


—Si soy elegido, voy a hacer todo lo que le prometí a esa gente de allá afuera. Necesito el mejor equipo posible; un Presidente sólo puede lograr lo que su sistema de apoyo permite. Te quiero en la Casa Blanca.


—Nunca he tenido ambiciones de trabajar en la Casa Blanca —digo—. No es un lugar en el que quiera tener una carrera. Es más, como el tipo de lugar que me pareció emocionante visitar y me gustaba adorar desde lejos.


Y no creo que pudiera soportar lo difícil que sería verte todos los días y recordar...


Sus ojos parecen frustrados. Tengo un poco de miedo de que vaya a insistir, no quiero que lo haga. Es demasiado tentador para mí. Estar con él es demasiado adictivo. Quiero ser madura y realista sobre esto. Sobre nosotros.


Así que antes de que Pedro insista, salgo y vuelvo a trabajar, trayendo mi atención a nuestro objetivo final: darle a nuestro país la oportunidad de unirse al líder fuerte y carismático que hemos estado esperando.



1 comentario: