martes, 12 de febrero de 2019
CAPITULO 61
Mi padre está sepultado en el cementerio nacional de Arlington, uno de tres presidentes
está allí.
El viento está helado, batiendo mi gabardina en mis pantorrillas. Mientras camino a la tumba de mi padre, sé que el silencio será roto por alguien.
Me arrodillo ante su tumba, escudriño el nombre en su lápida; Lucio Alfonso, Presidente, esposo, padre, hijo.
Murió hace mucho tiempo, trágicamente, en la manera que permanece contigo para siempre. La manera que te marca.
—Hoy tomé juramento. —Mi pecho se siente pesado cuando pienso en lo mucho que le hubiera encantado ver eso—. Quiero prometerte, papá, que lucharé por la verdad y justicia, la libertad y la oportunidad para todos. Incluyendo encontrar a quién te hizo esto.
El día está fresco en mi mente: los ojos sin vida de mi padre, Wilson cubriéndome, y yo, luchando para poder correr hacia él. Lo último que me dijo fue que era demasiado terco. Él había estado deseando que entrara en la política; Yo había insistido en tallar mi propio camino.
Me tomó una década sentir la necesidad de hacer lo que mi padre siempre había esperado.
Hoy me siento orgulloso de venir a darle el tipo de noticias que lo harían tan feliz como cualquier padre.
Parece que hablo más a mi padre aquí que en los últimos años que estuvimos en la Casa Blanca.
—Mamá está bien. Te echa de menos. No ha sido la misma desde ese día. Está obsesionada por lo que pasó… y por quién te hizo esto, porque todavía está libre. Creo que está de luto por los años que quería recuperar su matrimonio. Siempre esperó que cuando nos fuéramos de ahí recuperaría a su marido. Sí, ambos sabemos cómo fue eso.
Sacudo la cabeza tristemente y veo las flores congeladas al pie de la tumba.
—Veo que vino a visitarte.
Una vez más siento el instinto protector de un hijo que quiere evitar que su madre se lastime.
Pienso en cómo mi padre me diría que estoy destinado a la grandeza; Y hoy cada día desde que se ha ido, lo extraño más.
—He conocido a la chica más maravillosa. ¿Recuerdas lo que te conté sobre ella en mi última visita? La dejé ir. Dejé ir a la mujer que amo porque no quería que pasara por lo que mamá pasó. Y me he dado cuenta que no puedo hacer esto sin ella. Que la necesito. Que ella me hace más fuerte. No quiero herirla si es mi turno de terminar aquí. No quiero que llore todas las noches como mamá, porque ya no estoy aquí con ella. O llorar porque estoy en todo el país y ella me necesita y se da la vuelta para averiguar que me he ido. Pero no puedo dejarla. Soy egoísta, pero no puedo renunciar a ella.
La frustración crece en mí y finalmente lo admito—: Saldré a tomar mi juramento y dedicaré cada respiración para despertar a este país. Haré lo que no pudiste y miles de otras cosas. Y la ganaré de vuelta. Te haré sentir orgulloso.
Golpeo los nudillos en la lápida mientras me pongo de pie, con los ojos clavados en los de Wilson mientras asiente con el resto de mis detalles.
Volvemos a los coches y me detengo a nivelar una mirada con Wilson antes de abordar.
—Oye, la he registrado, como me lo pediste —dice Wilson.
Inhalo el aire frío, sacudiendo la cabeza y metiendo las manos en los bolsillos de mi gabardina negra.
Ella es el único pensamiento implacable y constante en mi cabeza y que tira de mi maldito pecho. La única que ha existido en mi vida.
Se fue a Europa después del día de las elecciones. Lo sé porque fui a verla cuando los resultados de la votación se hicieron oficiales. La besé. Ella me besó. Le dije que la quería en la Casa Blanca. Me dijo que se iba por unos meses a Europa con su mejor amiga, Kayla.
—Es mejor de esta manera —dijo ella—. No mantendré mi celular. Creo que tenemos que hacer esto.
Me costó todo no ir tras ella. Mantenerme alejado. Cambió su número. Lo encontré.
Traté de no llamar. Apenas tuve éxito. No pude evitar tener a mi personal revisando cuándo regresaría a los Estados Unidos.
Ella quiere terminar contigo, Alfonso. Hazlo bien aquí.
Lo sé, pero no puedo dejarla. Dos meses sin ella son demasiado largos.
—¿Qué descubriste?
—Ha regresado de su viaje y ha respondido a una de las invitaciones de esta noche, señor Presidente.
Ha vuelto de Europa justo a tiempo para mi inauguración.
Mi pecho se aprieta. He permanecido alejado y cada pulgada de mí quiere verla.
¿Cómo puedo estar orgulloso de eso? Derramó una lágrima ese día. Una sola. Y fue para mí.
—Bueno. Me llevarás allí esta noche.
Subo a la parte de atrás del coche, el servicio secreto está detrás de nosotros y tamborileo mis dedos inquietos en mi muslo, mi sangre hierve por la perspectiva de verla esta noche, imaginando el cabello rojo y los ojos azules de mi mujer mientras saluda al nuevo Presidente.
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