miércoles, 30 de enero de 2019
CAPITULO 39
Está muy oscuro en mi apartamento, enciendo una lámpara y todavía se siente como que las sombras nos engullen. Entro en la cocina y saco una barra de pan sólo para tratar de mantener mis manos ocupadas —no yendo hacia su camisa, su mandíbula, su pelo—. Voy a hacerme algo de comer. A veces me mareo cuando no he tenido ningún alimento durante un tiempo…
¿Quieres un poco?
Se deja caer en un taburete y arrastra el otro con la punta de su pie para que poder poner su pie en el reposapiés e inclinarse adelante.
—Mírate —dice.
—¿Qué?
—Toda una ama de casa —dice con admiración.
Preparo un sándwich, riéndome. No puedo pensar con Pedro en mi cocina.
—Sé algunas recetas —me jacto—. Jessa me enseñaba cuando era joven. El día que tú y tu padre vinieron, estaba sorprendida por el hecho de que la comida del Presidente era degustada antes de que él pudiera comer. —Le miro—. Fue un punto culminante en mi vida. Se sintió como si hubiera sido seleccionada para algo especial, que es por lo que compré el pasador. Incluso me inspiró a unirme a Women Of The World por ello. Te mantuve muy presente en mi mente. —Me reí.
Él sólo me mira, y me doy cuenta de que parece un poco reflexivo.
—Por favor. No seas tan encantador. No trates de impresionarme. Probablemente votaré por ti de todos modos. —Me río, y él no se ríe. Se pone de pie mientras le doy un mordisco a mi sándwich, y mientras mastico, levanto el bocadillo ofreciéndoselo. Me observa acabar de masticar, y cuando dejo mi sándwich medio comido y paso una servilleta por mis labios, silenciosamente pone mi pelo detrás de mi oreja, inclinándose hacia adelante como si quisiera estar más cerca.
Ahora, nerviosa, digo—: De verdad, ya estoy enamorada de cada parte de ti.
Me congelo cuando me di cuenta de lo que dije, y mis ojos se abren, y sus ojos se oscurecen y estrechan mientras levanta su mano y pasa su pulgar a través de mis labios —una mezcla de dureza y ternura, deseo y amor.
—Si está tan enamorada, ¿por qué le estás dando a Marcos otro pensamiento? —Dice en voz baja.
Estoy jadeando.
—¿No has dejado eso? Eso es totalmente el síndrome del hijo único. ¿No te gusta compartir tus juguetes? —Le sermoneo.
Se ve como si me quisiera contra la pared, y quiero pasar mi lengua y mis dedos por todo su cuerpo.
—Puedo darle un segundo pensamiento a Marcos —agrego—. Más que eso después de las elecciones. No puedes tenerlo todo, Pedro.
—Pero yo lo quiero todo, y tu quieres que yo lo quiera, quieres que te quiera. ¿Es de lo que va todo esto? ¿Con Marcos y ahora con este otro tipo?
—No.
—No salgas con Macos. No salgas con Quiénseasunombre. No es el adecuado para ti. —Niega y acaricia mis labios con sus nudillos ahora—. No le des estos labios a cualquiera. Son demasiado bonitos. Y demasiado raros. Y son míos.
Gruño y pongo mis manos en mi cara, odiando que todavía soy esa chica de once años enamorada, excepto que ahora mi amor está abrazándome.
—Pedro… —Levanto mi mirada—. Mi vecina te vio. Tienes que irte.
—¿Te preocupa que sueñe despierta conmigo?
—Su arrogancia revolotea en sus palabras y sus labios.
—No —niego, ¡pero tal vez yo sí!
—Son los rumores, entonces —dice, su mirada oscureciéndose.
Asiento.
—Pero voy a decir que te seduje. Que tenía malas intenciones en la Casa Blanca.
Una sonrisa juega con sus hermosos labios mientras una nueva textura suena en su voz, haciendo el sonido más áspero.
—Paula, no hay nada remotamente mal acerca de ti.
—Sí lo hay. Porque ni siquiera debería estar aquí, queriendo lo que quiero de ti, sabiendo cuál es el riesgo. Soy la maldad personificada. De hecho, nunca he caído tan bajo.
Toma un mechón de mi pelo rojo salvaje, enredándolo alrededor de su índice. Frunce el ceño desconcertado, pero sus ojos no parecen más que fascinados.
—¿Por qué insistes en reclamar que tienes el corazón de piedra y malvado —es esta una fantasía secreta tuya? —Tira del pelo un poco hacia adelante, lo que hace que toda mi cabeza se adelante mientras añade—. Porque sucede que me gustas como eres.
Mi voz es seductora.
—Simplemente me gustaría señalar que soy multifacética… —Tira de la hebra más cerca y mi cerebro empieza a dispersarse. — Hay muchas partes de mí que no conoces. Al igual que —libera el mechón y utiliza su dedo para trazar mi oreja— el hecho de que tengo el coraje… tengo el coraje para seducirte.
—¿En serio? —Ahí va, riéndose de mí con sus ojos de nuevo y haciendo que mi estómago de pequeños saltos salvajes.
Doy un paso atrás y tiro de la parte superior de mi camisa, mi corazón late más y más rápido mientras Pedro continúa mirándome, su sonrisa empezando a desvanecerse.
—¿No me crees? —Le pregunto.
Sólo me mira, su mirada como de lobo e intensa.
Aprieto los dientes con determinación y lentamente deshago todos los botones, después abro mi camisa y empujo el material sobre un hombro.
El rastro de risa en sus ojos queda ensombrecido por el calor mientras su mirada cae sobre mi hombro desnudo.
De repente no hay nada más que silencio en la sala.
Nada más que silencio y sus ojos pasando por mi hombro, mi cuello, mis labios, luego mirándome fijamente a los ojos.
He perdido todo mi poder para respirar.
Siempre se eleva sobre mí cuando está cerca y en este momento se ve todo masculino, oscuro y hay un poco demasiada testosterona en el aire.
Pedro nunca me ha parecido más atractivo que ahora, de pie luchando una batalla que no quiero que gane.
Lamo mis labios y reúno mi valor mientras me saco la camisa por el otro hombro y elevo mis brazos para cubrir mi parte superior. Miro su cara, asustada por su rechazo, asustada de mi propia imprudencia.
Probablemente debería parar ahora mismo.
No. Pedro probablemente debería pararme ahora mismo.
Debería salir de su espacio personal, o más probablemente él debería salir del mío, y sin embargo, dejo caer la camisa, y Pedro permanece delante de mí, sus ojos fijos en mi cara —oscura como el crepúsculo.
Más silencio.
Pedro está tan concentrado, es tan apasionado; nunca he visto tanta pasión en los ojos de un hombre antes, cuando habla de los Estados Unidos de América. Me encanta, pero también me encanta la forma en que me mira con la misma pasión ahora. A mí. Solo a mí.
Puede tener a cualquier mujer que quiera —y sin embargo elige a nadie. Ha elegido su país por ahora, y sé que debería respetar eso. ¡¿Qué estás haciendo, Paula?!
Los segundos pasan y estoy delante de él con mi falda y sujetador.
No puedo pensar en nada cuando levanta la mano para tocarme y lentamente arrastra los nudillos, por encima de mi ombligo, entre mis pechos, por mi cuello, y luego hacia abajo.
Una caricia, suave como una pluma, el borde de sus nudillos apenas rozando mi piel —su mirada contemplándome con esa gentileza, y una frustración atormentada que nunca había visto antes. Está grabada en cada línea de su cara hermosa y perfecta —en la línea de su mandíbula, en sus labios, como si los estuvieran apretando para no presionar contra los míos.
No tengo palabras para las cosas —la necesidad— que estoy sintiendo.
Nunca he querido nada como quiero —necesito— que Pedro me bese en este momento.
Apenas puedo hablar.
—¿Me crees ahora? —Trago—. ¿No vas a impedir… que me quite el resto?
Pasa sus nudillos por mi torso de nuevo, esta vez por mi garganta, donde extiende sus dedos debajo de mi línea de la mandíbula, con la mano abierta abarcando toda mi cara mientras la palma de su mano acuna mi barbilla.
—Silencio ahora. Voy a mirarte por mucho, mucho tiempo. —Sus ojos calientes hacen que mis huesos se vuelvan ceniza.
Trago, aturdida de deseo bajo su mirada.
Me da un beso en la mejilla, su aliento cálido.
—Voy a hacer que estas mejillas enrojezcan brillantes con las formas en que voy a dejar que mis dedos jueguen contigo —dice, a continuación, deja su nariz allí e inhala contra mi piel.
Acaricia mis costados, con la nariz rozando mi oreja ahora.
—Eres tan apasionada… Tienes más amor por tu país de lo que he visto en nadie. Y me vuelve loco cuando todo ese fuego se llena de vida para mí. No me importa ver ese fuego quemar ahora.
Mi voz está llena de lujuria y deseo.
—Nuestro país es maravilloso —digo, solamente respondiendo al primer comentario. Y eres maravilloso en la cama, pienso para mí, pero no alimentaré más su ego. El mundo hace eso en exceso ya.
—¿Sabes lo que sería maravilloso? —dice, elevando sus dedos pensativamente hacia un lado.
Acuna mi culo en sus manos.
—¿Qué sería exquisito? —Continúa.
Aprieta mis nalgas y con un tirón, me clava contra su pecho.
—Tú.
Sumerge su cabeza.
Y Pedro me está besando. Duro. Casi como si me estuviera castigando por lo de Marcos, por ponerle a prueba, por algo que ni siquiera sé lo que es.
Las embestidas de su lengua, ese primer impulso húmedo y duro y, oh, tan bueno. Su agarre se aprieta en mi cuello, posesivo.
Profundiza el beso, si eso es posible.
—He pensado en esta boca todo el fin de semana. Y en estos hermosos pechos…
Enrosca una mano alrededor de mi pecho y la otra en la parte de atrás de mi cuello.
Su mano es cálida y suave en mi nuca y mientras acaricia mi pecho. El tacto es tan necesario que todo lo que puedo hacer es absorber la sensación de su gran mano provocando a mi pezón, rompiéndome. Mientras la otra está cogiéndome por la nuca como si ella sola sostuviera mi espalda, evitando que mi cuerpo caiga, mis células bloqueadas.
Me mira y pellizca mi pezón y tira de mí más cerca un poco duro, y aguanto la respiración —una respiración que está llena de su esencia.
Sus labios se curvan un poco, y el calor inunda mi cuerpo.
Inhalo bruscamente cuando levanta su mano y la dirige hasta mis curvas, mirándome a los ojos mientras traza el contorno. Carne y sangre.
Pero me mira como si pensara que estoy hecha de otra cosa.
Sus dedos rodean mi cintura y luego mi ropa interior mientras empieza a besarme suavemente de nuevo.
Abro la boca y respiro.
—Pedro.
Me inhala y, a continuación, empieza a besar mis labios de nuevo. Caliente. Firme. Urgente.
Gimo y envuelvo mi brazo alrededor de su cuello.
—Pedro—no pensé. Tienes que irte —gimo, empujando mi lengua en su boca, tomando puñados de su pelo sedoso—. Sé que esto es… no podemos… ¿vas a detenerte o voy a tener que detenerte? Por favor, no me hagas detenerte. No sé si podría… —me quejo.
No sólo me preocupa que mi vecina nos escuche, que un escándalo sucediera, sino también porque no sé cuánto más de él puedo tomar antes de llegar al punto de no retorno.
O tal vez ya he llegado a ese punto.
Nunca habrá —nunca— un hombre que me excite como este.
Es todo lo que respiro, todo lo que veo, todo lo que quiero mientras me levanta sobre el mostrador de la cocina, y me quedo sin aliento por la sorpresa, pero me cojo de sus hombros para apoyarme.
Mete su mano por debajo de mi falda para tirar hacia abajo de mi ropa interior. Sus ojos me miran y sostengo su mirada penetrante mientras toma mi boca con su beso y empieza a acariciar mis pliegues entre sus dedos.
No sé cómo sentirme, cómo reaccionar —mi mundo se está fragmentando, pieza por pieza; no hay realidad, nada más que mis brazos alrededor de su cuello, apretando, y su boca caliente, y sus dedos expertos, dándome lo que necesito.
—Pedro.
Me mantiene en la encimera de la cocina y me tiemblan las rodillas cuando abre mis muslos para hacer más espacio para sus dedos.
La necesidad quema brillante mientras desliza dos dentro de mí. Acunando mi pecho en su mano, acariciándolo. Libera su boca de la mía para vagar por mi cuello, para chupar un pezón.
Me rompo entre sus brazos, bajo su toque y su beso.
Sólo después de venirme, con él diciendo, shh, te tengo contra mis labios, parezco volver a la tierra.
Me levanto sobre mis piernas temblorosas, y coge mis caderas y descansa su frente contra la mía. Sus ojos se iluminan con calor y una maldad diabólica, me fundo un poco más —si eso es posible.
Mi voz sale entrecortada—. Guau. —Levanto mi mano y la pongo sobre su mandíbula, acariciándole con una ternura que no estoy seguro de que alguna vez le haya demostrado—. Nunca se siente suficiente. Sigo anhelando más de ti.
Gira su cabeza, poniendo un suave beso dentro de mi palma. Su voz más gruesa y con más textura que nunca, dice—: No hemos acabado todavía.
Con cautela besa la parte interior de mi muñeca mientras pone mi mano detrás de su nuca.
Mientras me hace enrojecer, agacha su cabeza y me da un beso de buenas noches. El beso es lento y lánguido, con un hambre subyacente en cada empuje de su lengua. Estoy temblando, débil por mi orgasmo, mientras susurra—. Te veré mañana, hermosa —y me da un beso en los labios, lentamente, casi como si me diera las gracias, y se va, diciéndome antes de salir—. Cierra la puerta.
A la mañana siguiente, me sonrojó mientras me visto para el trabajo, anticipando el momento en que lo veré.
Cuando el ritmo agitado de nuestra campaña se pone al día conmigo y Pedro se pasa toda la mañana corriendo, casi creo que me lo he inventado, que no pasó, todas las cosas que dijo, las maneras en que nos hundimos más, pero mi boca siente el último beso de sus labios sobre los míos.
Y cuando Pedro finalmente entra en la sede y me mira, la mirada de sus hermosos ojos oscuros me sigue recordando que definitivamente ha pasado, y que él quiere que pase de nuevo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario