miércoles, 30 de enero de 2019

CAPITULO 42




Antes de irnos de D.C., Pedro nos reservó una suite en un pequeño hotel de cinco estrellas, donde estaba uno de los mejores restaurantes de D.C. Se sentía como una muy secreta, muy maravillosa cita con el hombre por el que el país desfallece y por el que estoy cayendo lentamente y en secreto, y ahora cada vez que nuestros ojos se encuentran, parece que ambos estamos recordando esa tarde y la noche de sexo caliente que compartimos.


Desafortunadamente, la última vez por un tiempo.


Durante las últimas dos semanas, hemos estado haciendo campaña intensamente. La carrera se siente tan real ahora. Estamos en la suite de Pedro en el Wynn Hotel de Las Vegas. El trabajo ha sido tan consumidor, no hemos tenido la oportunidad de disfrutar de más momentos privados salvo uno, todos los demás han sido segundos robados que casi siempre ocurren con una habitación llena de gente.


Un beso aquí.


Un roce de sus dedos allí.


Hessler, un hombre con aún menos sentido del humor que Carlisle, parece haber agrietado su primera sonrisa en todos estos meses desde que lo conozco, mientras escanea los resultados de las encuestas más recientes. 


—Las encuestas te están dando la ventaja.


—No hay tiempo para sentarse y cantar victoria todavía —dice Pedro, su Starbucks en la mano.


Ya he terminado mi café.


Cuando el café no puede hacer el truco de mantenerte despierto, es realmente hora de cambiar a Red Bull.


Apenas estoy despierta ahora mismo.


Estoy sentada en el sofá, y mi cabeza se apoya en mi mano mientras trato de mantener mis ojos abiertos. No me quiero perder ni una sola palabra de los presentadores en la televisión, y al mismo tiempo, escuchar la conversación de los hombres arremolinándose a mí alrededor me calma para dormir. Desde que empezamos, han sido tantos meses de extensos viajes y noches como esta.


Lluvia de ideas, planificación, pensamiento, y, para mí, deseo. Deseándolo a él... tanto.


Pensé que, con el tiempo, sería más fácil. Su proximidad. Y en su lugar es más difícil.


Todavía tenemos unos meses más de campaña. 


Es extraño cómo anhelo que se acabe para poder superarlo a él, y al mismo tiempo, estoy tan viva, siento que estoy participando en algo histórico, algo que definirá nuestro futuro colectivo. No quiero que termine.


—Paula, ve a dormir un poco —dice Pedro.


Trato de despertarme cuando escucho la orden cerca.


Dios. ¿Estaba durmiendo en el sofá?


Abrí mis ojos y Pedro está inclinado sobre mí, su sombra cubriendo todo mi cuerpo.


Sus ojos son un remolino de bronce, y me pregunto si ven a través de mí. Su mano es una marca propia, que penetra en mi piel. Como el toque de un alambre vivo, su agarre en mi hombro dispara chispas a través de mi cuerpo.


Cómo puedo sentarme aquí y permanecer quieta mientras todo esto sucede dentro de mí, es un misterio.


—Dormiré cuando esté muerta —digo, sonriendo de mala gana. Una breve sonrisa toca sus labios.


Es su sonrisa divertida, la que hace que sus ojos sean más claros.


Me siento derecha, contenta de que los directores de campaña estén ocupados tomando notas. Pedro me entrega una taza de café, y sé que es suya porque fui yo quien los trajo y marcó cada uno con un rotulador. El suyo tiene la palabra Pedro inscrita en mi propia letra.


Levanto su taza, y todavía está caliente. Se sienta a mi lado y mi cansancio se desvanece un poco.


Es difícil no sentir las cosas que siento por este hombre cuando hemos viajado juntos durante meses. Cuando lo he visto sosteniendo bebes, bailando con ancianas; cuando lo he visto remover a las multitudes en un rugido; y especialmente, cuando lo he visto con su pelo deshecho y un par de gafas de lectura mientras leía los periódicos de la mañana, midiendo tácticamente los efectos de la campaña que estamos haciendo contra los republicanos y los demócratas.


Jack salta en el sofá entre nosotros, parte de su cabeza está sobre Pedro y su cuerpo está completamente sobre mí.


Es increíble lo mucho que he llegado a amar a su perro, teniendo en cuenta que la forma en la que nos conocimos fue menos que estelar. 


Ahora anhelo su calidez peluda, el lamer de su tibia y húmeda lengua en mis mejillas. Mientras sorbo mi café, Pedro se acerca para acariciarlo al mismo tiempo que yo.


El pulgar de Pedro traza la parte de atrás de una de las orejas de su perro, acariciando lento y largo, mientras acaricio el otro, ambos mirando a Jack mientras lo acariciamos.


Robo una mirada al perfil de Pedro y él parece pensativo, un músculo trabajando en la parte posterior de su mandíbula.


Estoy recordando nuestra última vez a solas, un encuentro de quince minutos en el que me siguió hasta el baño de mujeres, nos encerró y me besó como un loco mientras metió sus dedos en mis bragas. Se lamió los dedos después, y pasé todo el día suspirando cada vez que encontraba mi mirada y llevaba la punta de su dedo a sus labios y luego sacaba su lengua para lamerla.


¿Su sonrisa después de que lo lamiera?


Su sonrisa era la más sexy de todas.


Estoy pensando en todo esto, cuando su pulgar se mueve desde la parte posterior de la oreja de su perro para cepillarse sobre la mía.


Levanto mis ojos y me sonríe, una sonrisa que siento en todas partes, y sonrío de regreso, acariciando a Jack con más vigor, electrificada cada vez que Pedro pasa intencionalmente su mano sobre la mía mientras hace lo mismo.


—Eres un buen perro, ¿no? Muy deportivo con tu collar anti pulgas —le digo a Jack, y miro a Pedro.


La sonrisa en su rostro es divertida. Tierna. 


Empiezo a ruborizarme, y su sonrisa comienza a desvanecerse, su mirada se vuelve un poco más oscura y muy íntima.


Por supuesto que sabe su efecto en mí. Sabe su efecto en cada mujer, y aunque sé que no le gusta su belleza física para desvirtuar las cuestiones que quiere discutir, no parece molestarle ni un poco tener este efecto sobre mí.


Lo peor de todo, no es sólo su belleza. Es su mente, su pasión, su dedicación, y la forma en la que me hace sentir viva, ambiciosa, optimista, vital.


Me agacho y me concentro de nuevo en Jack.


Pronto, el equipo comienza a desplazarse. Sigo jugando con Jack, poco dispuesta a irme hasta que oigo al último jefe del equipo salir por la puerta y Pedro habla con Wilson, que está justo afuera, montando guardia.


—Wilson, ¿vendrías un momento?


Estoy a punto de irme mientras Pedro conduce a Wilson dentro.


—Quédate, Paula.


Me vuelvo hacia él, y Pedro cubre mi cara mientras me mira a mis ojos. 


—Han pasado dos semanas. Necesito verte. Necesito tocarte.


—Estamos agotados.


Él sonríe, asintiendo.


Wilson cierra la puerta detrás de él, y Pedro levanta su cabeza. 


—Wilson, ¿crees que puedes sacarnos de aquí? Me gustaría llevar a Paula a algún lugar privado. No a un hotel.


—Estoy en ello. ¿Alguna idea de dónde?


—El lugar de papá.


Wilson levanta sus cejas, luego asiente y se va.


—No podemos quedarnos aquí, el personal puede entrar en cualquier momento —me dice Pedro.


—¿A dónde vamos?


—Mi padre tenía un refugio secreto y nunca lo vendimos. —Se dirige para agarrar la llave de su habitación y sus teléfonos, y quince minutos después, cada uno sale por una salida del hotel diferente.




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